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Críticas de Juan Marey
Críticas 630
Críticas ordenadas por utilidad
9
16 de octubre de 2023
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Estrenada sólo tres años después del intento de matanza sistemática de toda una raza, “Daleká cesta” fue una de las primeras películas que abordó directamente los horrores del Holocausto, como película es una obra de arte notable, como testimonio histórico, es una muestra de valentía conmovedora que debe ser admirada y venerada a lo largo de los siglos. La compleja narrativa de la película sigue la lenta marea de antisemitismo que invadió Praga a finales de los años 30 y principios de los 40, vemos la evolución de la sociedad checa a través del punto de vista de Hana Kaufmannová, una judía, y su marido ario, Toník, al principio el antisemitismo es esporádico y casual, pero pronto a Hana se le prohíbe practicar la medicina, luego se le prohíbe asistir al teatro y otros eventos culturales, después vienen las órdenes de “reubicación”, y aquí comienza el núcleo desgarrador de la película: el transporte de judíos a campos de concentración. En lugar de ser enviada inmediatamente a un campo de exterminio, Hana, junto con varios miles de judíos más, es enviada a un campo "especial" llamado “Terezín”, este campo en particular fue un lugar donde los nazis encarcelaron a miles de judíos para exhibirlos ante las autoridades internacionales, pero esta ciudad fue a la vez una bendición y una maldición, por un lado, los nazis les dieron un autogobierno limitado y les permitieron mantener ciertas costumbres judías, pero, por otro lado, seguía siendo un campo de concentración nazi, las condiciones eran horribles, 35000 judíos murieron en este campo.

Difícilmente se puede contar la historia de “Daleká cesta” sin narrar la vida de su director, Alfréd Radok, aunque era sólo mitad judío, perdió a gran parte de su familia en el Holocausto, Radok también fue encarcelado en un campo cerca de Wrocław, pero logró escapar. Después terminada la guerra, comenzó la producción de la película, su primer proyecto cinematográfico, gran parte se rodó en Terezín, donde, casualmente, fueron asesinados tanto su padre como su abuelo. Cuando terminó de rodarla los comunistas se habían apoderado de la Checoslovaquia de posguerra, “Daleká cesta” fue una de las últimas películas que se hicieron antes de que la censura comunista tomara medidas drásticas contra la industria cinematográfica, posteriormente estuvo prohibida durante más de cuarenta años.

La película permaneció en el olvido hasta que se mostró en televisión en 1991, inmediatamente fue considerada como una auténtica obra maestra. Es fácil entender por qué la película fue aclamada con tanto entusiasmo al ser visionada, se utilizaron técnicas de filmación altamente expresionistas, con momentos de gran simbolismo, hay varias escenas que parecen sacadas directamente de una película muda, todo un potente ejemplo narración visual, con unos ángulos de cámara muy inusuales, con un uso impresionante de la banda sonora y una gran variedad de objetos simbólicos. Radok utilizó también otra excelente técnica en la construcción de la película, la inclusión de material documental de fuentes como “El triunfo de la voluntad” (1935), varias veces utiliza un fotograma congelado y luego lo reduce hasta la esquina inferior derecha de la pantalla, esta visión de la imagen dentro de la imagen permitió a Radok yuxtaponer la realidad con la reconstrucción de la misma. Utilizó también valientemente imágenes de cadáveres asesinados en los campos de concentración, algo que muchas películas sobre el Holocausto se negaron a utilizar, el uso de este material documental crea un extraño efecto de distanciamiento, estamos apegados emocionalmente a los personajes, pero nos vemos obligados a abordar la verdad sobre el Holocausto de manera objetiva.

En ocasiones puede resultar difícil de ver, su uso de material documental puede resultar incómodo, la narrativa de Radok puede resultar difícil de seguir cuando el director se basa demasiado en la sugerencia y el simbolismo, pero con todo es sin duda una gran película, una película devastadora de gran importancia histórica que dio vida a una de las peores tragedias de la historia de la humanidad.
Juan Marey
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8
6 de octubre de 2023
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Dramaturgo, periodista, crítico literario y director cinematográfico francés, Louis Delluc se dio a conocer por una serie de trabajos periodísticos juveniles sobre el cine, a partir de 1917 se convirtió en uno de los principales analistas teóricos de las primeras películas francesas, y quedó encuadrado en el grupo generacional de jóvenes cineastas formado por algunos nombres tan relevantes como Abel Gance, Marcel L’Herbier, Jean Epstein o Germaine Dulac. Autor de varias obras y libretos teatrales de desigual interés, Louis Delluc transformó algunas de estas obras en material cinematográfico, es recordado por algunos ejercicios de estilo tan interesantes como los filmes titulados “Le silence” (El silencio, 1920) y “La femme de Nulle Part” (La mujer de Ninguna Parte, 1922), así como por el drama psicológico “Fièvre” (Fiebre, 1921), que desde su estreno fue considerado como una de las obras más representativas del naturalismo en el cine francés, en 1924 estrenó otra estupenda película, “L'inondation” (La inundación, 1924), la película que hoy nos ocupa.

Marcel L'Herbier propuso a Delluc la adaptación de “L'Inondation”, drama del escritor André Corthis. Delluc aprovecha estupendamente esta historia que aborda sus temas favoritos: el pasado que resurge – aquí a través de la aparición de Germaine (Ève Francis), una vez arrancada de los brazos de su padre (Edmond van Daële) por una madre frívola –, el engaño, la rivalidad y la desilusión romántica, el sentimiento de abandono y venganza. El rodaje tuvo lugar en los estudios de Boulogne-sur-Seine, situados a orillas del Ródano, muy turbulento en aquella época debido a la crecida del Durance, las llanuras estaban inundadas de agua, lo que encaja perfectamente con las exigencias de la película, pero el frío invernal y la humedad constante degradaron la ya frágil salud de Delluc. La presentación fue un gran éxito y Abel Gance escribió a Delluc: “L'Inondation no está lejos de ser una especie de obra maestra. de hecho, hay un estilo tan personal, tal homogeneidad en el juego y en la acción, tal calidad en su atmósfera, que no puedo resistir el placer de escribirte mi impresión. Esta película está salpicada de silencios que son puros sollozos, y la angustia es tan plena y pesada que nuestras lágrimas, sin caer, regresan de donde vinieron para que el dolor quede más enterrado y más imborrable”, parece que al bueno de Abel Gance le gustó un poco la película. Delluc no asistió a su estreno el 9 de mayo de 1924, murió el 22 de marzo.

Una excelente obra de todo un visionario, uno más de esos directores que permitieron desarrollar el arte de hacer películas, muchas de sus ideas se fueron confirmando en las décadas posteriores y permanecen con nosotros hasta el día de hoy como piedra de toque de lo que el Séptimo Arte puede y debe ofrecer.
Juan Marey
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8
18 de septiembre de 2023
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Prestigiosa, hipnótica y muy influyente película dirigida por el maestro Jean Epstein, película en la que se nota el influjo que posteriormente tendría en Jean Vigo y Jean Renoir. Epstein se regocija en sus obsesiones: fundidos, primeros planos, poesía y el río/mar como símbolo vital, narrándonos la historia del propietario de la barcaza “La Belle Nivernaise”, Louveau, que encuentra a un niño abandonado y lo lleva a bordo, Victor, que es así como se llama el muchacho, se convertirá años más tarde, en el segundo al mando de Louveau y en amigo íntimo de Clara, la hija de los Louveau, pero surgen sus problemillas porque esto no le conviene para nada a “L'Équipage”, el que fuera durante mucho tiempo el segundo al mando del Louveau.

Esta película, una de las primeras dirigidas por Jean Epstein, se desarrolla en gran parte en una barcaza, rodar numerosas escenas al aire libre le permite a este joven casi principiante de 26 años, brillante teórico, pero también cineasta con instintos ya seguros, liberarse a menudo de la literalidad del largo cuento de Alphonse Daudet, “La Belle Nivernaise”, historia de un viejo barco y su tripulación, publicado por Marpon et Flammarion en 1886. Epstein respeta escrupulosamente la trama original, modernizándola ciertamente, pero sin pretender borrar los aspectos más convencionales de la caracterización de los personajes y los giros dramáticos, ni el sentimentalismo del texto y su humor bonachón. Pero es el potencial cinéfilo del proyecto lo que estimula sobre todo su talento, Epstein hace sentir la presencia del río (el Sena) dejándose llevar por el siempre variado juego de lo quieto y lo en movimiento, observando el paisaje que pasa desde el barco o, cuando tiene lugar una acción dramática en la cubierta del barco amarrado en el muelle, haciendo pasar otra barcaza a toda velocidad, como indiferente, al fondo; sabe dar profundidad a cada escena dando vida al escenario y componiendo magníficos planos amplios que respiran, pero también hace un amplio uso de primeros planos de rostros que le ayudan a dar a los personajes una humanidad que va más allá de la caricatura, incluso en el caso del villano de la historia.

En definitiva, un gran cine, vivo y atemporal, la verdad es que Epstein nunca decepciona, además, pienso que ver sus trabajos primerizos te hace apreciar mucho más sus obras maestras posteriores.
Juan Marey
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8
24 de mayo de 2023
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El 26 de Enero de 1974 se reunió a varios bailarines de Broadway para que contaran en una especie de terapia conjunta, el motivo por el que quisieron dedicarse al baile y las experiencias que habían tenido en sus comienzos, las sesiones fueron grabadas, parece ser que sin saber muy bien en qué acabaría aquella iniciativa, la idea fue presentada por los bailarines Michon Peacock y Tony Stevens, que manifestaron a los participantes que de allí podría brotar la raíz para crear una academia de baile, la base para un libro o un proyecto teatral o musical, el conocido coreógrafo y director Michael Bennett fue invitado a asistir a las sesiones en calidad de observador, aunque bien pronto su colaboración se volvió muy activa en lo referente a las actuaciones de los intérpretes. Las diferentes experiencias relatadas se entregaron a James Kirwood y Nicholas Dante, que confeccionaron el libreto de lo que se terminó convirtiendo en “A CHORUS LINE”, dándose la circunstancia que de los bailarines que colaboraron en el experimento, ocho terminaron finalmente formando parte del reparto original que estrenó la obra en Broadway. Hubieron varios intentos de convertirla en película, aunque algunos directores no veían claro su paso a la gran pantalla, finalmente Richard Attenborough se encargó de dirigirla, dándole el papel protagonista al actor Michael Douglas como director de la obra, aunque el verdadero protagonista del musical es el anónimo bailarín que pasa de prueba en prueba dejándose los sueños y alma en cada audición.

Pienso que todo aquel que alguna vez haya asistido a un casting, incluso (permítaseme la licencia) todos aquellos que alguna vez han ido a una entrevista de trabajo o se han presentado a algún examen en el que te juegas todo a una carta, conocen la sensación de tener el futuro en manos de otros, esa terrible sensación de, ¿qué es lo que esperan de mí? ¿qué necesitan exactamente? ¿importa algo mi experiencia, mi trayectoria o mi formación? ¿tengo alguna posibilidad?… esa incertidumbre es mortal de necesidad, cuando tienes un alquiler que pagar, unas facturas, comida que comprar e incluso, en algún caso, bocas a tu cargo que alimentar, la sensación de "me están examinando y de lo que extraigan de este examen depende mi futuro" es una de las peores sensaciones que se pueden tener. Bien pues, imaginad una profesión donde esto sucede constantemente, donde tener trabajo ahora no te garantiza tenerlo dentro de cuatro meses, donde no importa lo bien que trabajes o la experiencia que tengas, un trabajo en el cual se te examina constantemente por personas ante las cuales sólo representas un número. Y, sin embargo, parafraseando a uno de los personajes de la película, ¿alguien en su sano juicio querría ser otra cosa que no fuese bailarín? Ese es el tema principal de ésta película, esa pasión que sobrepasa la lógica e incluso el sentimiento de autoprotección al elegir una vida que te aboca irremisiblemente al desarraigo, al desequilibrio, que hará de ti un asiduo de habitaciones de hotel, pensiones y apartamentos compartidos, que convertirá tu vida personal en una colección interminable de relaciones rotas, pruebas duras, crueles casi, semanas de ensayos, meses de gira fuera de tu hogar... todo para ser una presencia en el coro, alguien que se mueve rítmicamente varios metros atrás de la estrella principal y cuyo principal objetivo es no destacar, hacerlo bonito pero que nadie se fije en ti.

Por eso creo que la producción original tuvo tanto éxito, del Off-Broadway al circuito principal en apenas unos meses y, acto seguido, a encabezar la lista de nominaciones en los premios Tony de 1975, con 12 candidaturas de las cuales, nueve se convirtieron en premio. El espectáculo funciona porque muestra tripas, corazón y bilis del “show-business”, apaga las luces brillantes que tanto deslumbran para mostrar lo otro, las sombras, los corazones rotos de los bailarines, de los artistas, que soportan crítica tras crítica de directores, profesores o coreógrafos, de extraños que no conocen su historia, sus circunstancias, sus porqués. Dramas personales como la bailarina entrada en años que, sin embargo, no puede dejar de bailar porque es lo único que sabe hacer y que se ve incapaz de aconsejar a su hija que no sea bailarina también, o el muchacho que entra en el mundo del espectáculo por la puerta de atrás, por el lado más sórdido y decadente de la profesión, o el camarero que siente que traiciona a su familia llegando tarde a su trabajo por estar en la audición arriesgándose a ser despedido una vez más.

Uno de los grandes musicales de su momento, un espectáculo puro y duro, un musical que transmite emoción, con bellas canciones y mucho pero que mucho ritmo.
Juan Marey
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8
22 de mayo de 2023
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Tras el enorme éxito de la maravillosa “Desayuno con diamantes”, Blake Edwards había conseguido una cómoda situación dentro de la industria de Hollywood lo que le permitió realizar consecutivamente a principio de los 60 dos películas alejadas de su universo temático y estilístico de comedias sofisticadas, dos intentos de experimentos sobre otros géneros que contienen algunos de los elementos menos usuales en la trayectoria del realizador. “Chantaje contra una mujer” y “Días de vino y rosas” parten de temas bien distintos –el asedio de un psicópata a una mujer, en el primer caso, la decadencia de un matrimonio de clase media víctima del alcohol, en el segundo- y fueron financiadas por estudios distintos, Columbia y Warner respectivamente, siendo el thriller claustrofóbico un proyecto personal de Edwards y el melodrama etílico un encargo que le llegó de manos de Jack Lemmon. Sin embargo, las dos películas tienen demasiados elementos coincidentes como para no considerarlas fruto de una situación y unos intereses comunes: Lee Remick es la protagonista femenina de los dos films, ambos se desarrollan en la peculiar geografía urbana de San Francisco, cuentan con una antológica fotografía de Philip Lathrop y son los dos únicos títulos en toda su filmografía rodados en blanco y negro, aspecto que resulta muy determinante, un blanco y negro contrastado con similar intensidad de brillos y dominado por los claroscuros que ilustran peripecias distantes, temáticamente hablando, pero coincidentes en su íntima desazón; el blanco y negro de Lathrop, en claustrofóbico formato casi cuadrado, profundiza aún más en la tensión interna que se respira, recrudece las formas ciudadanas de un San Francisco que en pocas ocasiones se ha contemplado mejor y otorga una especial fotogenia al rostro de los actores, concretamente a una bellísima Lee Remick, convertida en ambas ocasiones en una especie de icono inalcanzable que se altera o denigra por culpa de los demás, un asesino psicópata o un marido que la incita a la bebida.

“Chantaje contra una mujer” comienza de manera insuperable, una cámara aérea sigue el coche descapotable de una atractiva mujer con pañuelo para retener el cabello en el aire del viaje, una mujer, Lee Remick, que en la noche cruza el Golden Gate en San Francisco, brillan las luces en la noche californiana, retratadas en ese brillante blanco y negro del que antes hemos hablado, preciso, elegante, depurado, mientras, oímos, en tanto que desfilan los títulos de crédito, la subyugante banda sonora de Henry Mancini, un prodigio de vanguardia a la hora de provocar emociones fundidas con las imágenes, como ya hiciera para Hawks en “Hatari!” y “Su juego favorito”. La mujer llega a su domicilio en un barrio residencial, una calle sin salida, al otro lado del Golden Gate, se abre la puerta del garaje y, ya en el interior, la puerta se cierra, la oscuridad se cierne sobre ella, sorprendida, y de repente, surgiendo de esa opresiva oscuridad, unas manos le atenazan el cuello, le tapan la boca y susurran amenazas, Blake Edwards filma esa secuencia en primeros planos que agobian a Remick tanto como al desprevenido espectador, abriendo la puerta a un elegante, pausado y sofisticado “psycho thriller” en el que Lee Remick es la pieza a cobrar si no cumple lo exigido: robar cien mil dólares del banco en que trabaja como cajera, la amenaza se extiende a la suerte que correrá Toby, una juvenil Stephanie Powers, la adolescente hermana de Remick, con la que convive.

Un magnífico trabajo, una película que se disfruta plano a plano, con la credibilidad mágica de todo el reparto, la fisicidad de los escenarios de la brumosa San Francisco y la vida cotidiana atrapada en lo imprevisto, porque vivir siempre es una aventura peligrosa.
Juan Marey
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