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Argentina Argentina · santa fe
Críticas de rouse cairos
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Críticas 296
Críticas ordenadas por utilidad
9
21 de septiembre de 2009
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este cuarto largometraje de la realizadora María Victoria Menis es una bienaventurada rareza en el cine argentino actual, no sólo porque prescinde de actores conocidos pero que igualmente demuestran un sólido oficio forjado en el teatro independiente, sino por su apuesta temática y narrativa, a contracorriente de buena parte de la producción nacional.
A partir de un cuento de la escritora rosarina Angelica Gorodischer, Menis cuenta cinematográficamente y de un modo magistral, la historia de la poco agraciada Gertrudis, que comienza a fines del siglo XIX, cuando un barco cargado de inmigrantes rusos arriba a la Argentina. Tras dar a luz en la planchada del barco, la madre manifiesta su desilusión al enterarse de que no ha tendido un hijo varón y como no ha pensado un nombre para la niña, es el empleado del registro civil quien lo propone.
El relato (que no es lineal sino dosificado con anticipaciones y breves flash-backs) continúa en una colonia judía de Entre Ríos, a principios de siglo, donde seguimos a la protagonista en su infancia retraída. Minusvalorada en su círculo de relaciones por su fealdad, busca refugio en los libros y la fantasía de cuentos de hadas.
Gertrudis se convertirá en la mujer de un estanciero viudo, tendrá seis hijos y, siempre será una mujer vuelta hacia su mundo interior, a quien el desinterés de los otros vuelve prácticamente invisible. Ella parece encontrar un atenuante en las tareas domésticas que realiza con perfección. Se mimetiza con la costura, la cocina y el cuidado de las plantas; incluso, como se sabe que es una mujer culta, los peones le piden que escriba cartas de amor para sus novias. Nadie parece prestarle atención, salvo cuando algo está en desorden en la rutina de la casa y se cae el botón de una camisa.
Aún tratándose de una historia de sorprendente diafanidad, por su ritmo, que no apuesta al vértigo ni al facilismo de un relato convencional, puede que a una parte del público le cueste consustanciarse con el mundo de una protagonista tan particular como Gertrudis.
La narración aparentemente sencilla pero nada convencional propuesta por Menis, exige una cuota extra de sensibilidad al espectador, todo lo cual no invalida para nada los múltiples hallazgos de la película, ni su amorosa mirada que se detiene para atrapar una profundidad conmovedora, allí donde acontece algo que tal vez, ante la mirada de otros, pueda parecer imperceptible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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8
15 de junio de 2015
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película de Agresti, tanto por su contenido como por los avatares que precedieron a su postergado estreno, cabe perfectamente en el siempre cuestionable grupo etiquetado como obra maestra. También le cabe lo de película de culto y cine maldito, denominaciones que generalmente van de la mano con el desentendimiento del público que suele dar la espalda a las historias no convencionales. “E acto en cuestión”,que se estrena 22 años después de haber sido filmada, con actores argentinos pero con sello holandés, suma a sus contrariedades legales y de todo tipo, el hecho de que su protagonista principal, el actor Carlos Roffé, falleció hace ya una década. Exhibida en ocasiones especiales en su país y en los prestigiosos festivales de Sitges y Cannes, finalmente después de tantos años acaba de llegar a nuestra ciudad, creando desconcierto, rechazo o admiración por partes iguales.
Rodado en blanco y negro, el opus 7 del director es un cóctel que en primer lugar homenajea a la historia del cine y a su personaje, al que trata con cariño y nostalgia, aunque no se lo merezca. Combina la magia del circo con la literatura y la inconfudible picardía criolla. Es para tomarla con admiración y un humor pesimista, como espejo del que también destila el film, a medida que despliega un truco tras otro.

"El acto en cuestión" es la biografia imaginaria de un lumpen porteño que, como el protagonista de la novela de Arlt, “El Juguete rabioso”, roba libros y los disfruta, a medio camino entre la delincuencia y la megalomanía. Así conocemos a Miguel Quiroga, desocupado ingenioso que vive, mantenido por su mujer, en una pensión laberíntica. Su afición es hurtar un libro por día, en librerías de viejo y leerlos en una sola noche. Hasta que cae entre sus manos un manual de magia donde encuentra un truco para hacer desaparecer y aparecer. Ese es el pasaporte a la fama. El flamante mago autodicacta busca la ayuda del dueño de un circo que, en rol de interesado manager le propondrá atravesar el océano para difundir la maravillosa experiencia, que llegará a despertar el interés del mismísimo Hitler.
Pero la magia no siempre funciona: hay un niño bulgaro al que le lleva dos años su reaparición y algo similar pasa con la torre emblemática de París, que todos sienten desaparecer, menos la francesita, una mujer de la que el mago se enamora y a la cual, en consecuencia, encadena en un amor asfixiante y posesivo. La película no deja de aludir a otras formas de desaparición, pero esa lectura política no es el centro de la fábula narrada sino que lo es la interpelación del mito tan argentino del don nadie que apelando a algunas mentirillas llega a tener fama pero vendiendo en el camino su alma al diablo. La parábola que describe “El acto en cuestión” se parece a tantas letras del tango malevo que narran el devenir de ida y vuelta del chanta argentino: el vende-humo. Aunque también, y a la par, funciona la irónica identificación entre la figura del mago y el rol de un director de cine.

Durante buena parte del metraje, el film describe un recorrido ascendente del protagonista, hasta que -luego de la mitad- el periplo se torna cada vez más oscuro. Se profundiza la ambición de que nada se le resista, a pesar de que él mismo proviene de un truco robado. La película da varios giros -incluso del punto de vista-. Uno es pasar del libro ensalzado (la teoría) , al libro superado por la praxis. El manipulador de ilusiones comprende hasta qué punto estamos confundidos con la realidad, cuando regresa con más locura que gloria a su lugar de origen y busca el reencuentro de su amigo (Lorenzo Quinteros, que tiene una clínica de muñecas (oficio desaparecido pero que en la época reconstruida era habitual). Allí, entre maquetas, juguetes y marionetas se permite desplegar la parte más irónicamente filosófica de la película, donde resuenan las reflexiones sobre creadores y creaturas. Se evidencia libertad genuina en esta obra sincrética de lo universal y lo local que duda hasta de sí misma. Literalmente, muchas escenas se filman entre humo, con esa atmósfera nubosa que le da la irrealidad de un sueño, que aparece y desaparece imprevistamente, incluso como la magia del cine (la gran protagonista) que concluye cuando se desvanece la oscuridad de la sala.
rouse cairos
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7
13 de diciembre de 2012
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carlos Sorín vuelve al desolado paisaje patagónico pero esta vez no se queda en la meseta sino que llega hasta el mar, de la mano del protagonista principal Marco (Alejandro Awada), un hombre de poco más de cincuenta y al borde de la jubilación, que ha decido pasar sus vacaciones con dos objetivos: pescar tiburones (algo que nunca hizo) y reconectarse con su hija de la que ha estado distanciado en los últimos años.
Los datos sobre el personaje van apareciendo a medida que se encuentra con seres fortuitos, el primero un ex boxeador y su pupila, a los que conoce en la estación de servicio donde queda varado por falta de combustible. Allí devela el móvil de su viaje y cuando es invitado a tomar alcohol aclara que acaba de salir de un tratamiento de recuperación. Precisamente, lo veremos insistir en una actitud superadora de esa adicción, cuidándose en la comida, haciendo footing por la playa, informándose sobre cómo son los equipos y los secretos para pescar una presa difícil y hasta peligrosa. Sin embargo, las cosas no van a suceder como él las ha planificado y el reencuentro con su hija tendrá idas y vueltas, sacando a la luz un pasado que no sirve para reconstruir la relación interrumpida durante demasiado tiempo.

Alejandro Awada y la debutante Victoria Almeyda son los intérpretes intensos y expresivos para darle carnadura a ese vínculo que tiene su momento descollante en una cena que transcurre en tiempo real, donde más que el diálogo, se imponen las miradas y los gestos que crean un clima emocional capturado magistralmente por la fotografìa en planos largos y tiempos muertos resignificados. Es memorable el momento en que la hija le pide al padre que entone una canción que recuerda de cuando era niña “Bella figlia del amore” y “Che gelida manina”, donde el tiempo se patentiza como un soplo que salta desde un recuerdo entrañable de la infancia seguido de una ausencia que cuesta restaurar desde el presente.

El film es tan austero que solamente la música resulta algo grandilocuente como marco del relato. Existen muchas similitudes entre la literatura minimalista de Raymond Carver y las historias de Sorín, confeso admirador de los cuentos del narrador americano que ha encarado las relaciones familiares desde una perspectiva donde el drama no excluye una candorosa ironía plasmada en un relato conciso, breve y profundo.

Más que disfrutable resultan también los entrañables personajes secundarios que ya son marca autoral en Sorín: el entrenador de boxeo y su pupila que van a Puerto Deseado a ganarse la vida con una pelea que no será tan fácil como piensan; unos jóvenes turistas colombianos que abruman al protagonista con su experiencia del mundo; el veterano instructor que lo llena de explicaciones para que aprenda a pescar a lo grande, o la enfermera que le trae una información fundamental.

Todos tienen el mérito de ser no-actores que hacen de sí mismos incorporándose con naturalidad frente a la cámara. Ellos siempre aportan momentos divertidos, una cuota de solidaridad o alguna enseñanza que el personaje asimila en su conmovedora obstinación por superar el pasado y ganar el afecto de los pocos lazos que aún le quedan. Como en “Historias mínimas” (2002) o “El perro” (2004), “Días de pesca” es un film de viajes literales e interiores que reconfortan el alma, a la par que se disfrutan por la excelencia de su realización.
rouse cairos
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5
21 de agosto de 2012
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la última década, películas como las de Juan Taratuto, Hernán Goldfrid y Ariel Winograd han abierto un camino en la comedia argentina donde también puede ubicarse al cineasta Diego Kaplan, quien luego de “Igualita a mí” (2010), presenta esta trama para adultos.
“Dos más dos” se introduce en el controvertido tema del intercambio de parejas, que ya fuera abordado por el cine en otro contexto histórico (la conocida película “Bob, Carol, Ted and Alice” de Paul Mazursky), realizada a fines de los sesenta, en un marco de época que ahora parece envejecido en su auténtica rebeldía frente a esta propuesta mucho más superficial y planteada a medida de los tiempos que corren.
La historia de “Dos más dos” transcurre en barrios cerrados, casas y coches sofisticados, donde los habitantes tienen materialmente todo lo necesario para sentirse felices pero no lo son. En busca de aventar la rutina y el aburrimiento, la pareja interpretada por Julieta Díaz y Adrián Suar incursionará gradualmente en la onda swinger que le proponen sus amigos más cercanos (Carla Petersen y Juan Minujin).
Esta transgresión traerá aparejados descubrimientos, euforias pasajeras y conflictos de toda índole, canalizados en una serie de gags que explotan la comicidad que caracteriza a la primera parte, hecha de reticencias y reparos pero también de curiosidad y complicidades, con diálogos y situaciones bien plasmadas y con una cuota infrecuente de audacia.
Actoralmente, nadie desentona ni cae en tics televisivos. Salvo Suar que reitera su personaje inseguro pero canchero de otras películas, Carla Peterson, Julieta Díaz y Juan Minujín componen personajes con muchos matices. Incluso los secundarios, el desconocido jovencito Tomás Wicz y las breves intervenciones de Alfredo Casero, como un gurú de la sexualidad abierta, que logra con sus breves intervenciones arrancar las mayores carcajadas que se sostienen sobre el ridículo del auténtico swinger que interpreta.
Actuaciones meritorias y un humor hecho de palabras no correctas sino adecuadas, son la forma de abordaje para un tema tabú que insinúa más de lo que muestra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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6
4 de julio de 2009
27 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en un best seller de un autor de habla inglesa, ambientado en el tan cautivante como sórdido entorno de una de las profesiones más características del Japón tradicional, el argumento narra, a partir de una historia individual, el riguroso proceso de aprendizaje que implica convertirse en una famosa geisha. Los pasos que llevan a esta transformación, nos introducen en el patio trasero de una femenina profesión de cuerpos y corazones torturados. Una geisha puede seducir a un hombre con la sensualidad de su mirada o sus seductores movimientos, pero alcanzar ese nivel le implica largos años de esfuerzo y disciplina al límite del extenuamiento. El sufrimiento físico siempre está por debajo del maquillaje.

Hilvanada por la fantasmagórica voz en off en tiempo presente, de la protagonista -a la que nunca vemos envejecer-, la acción se inicia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando una niña de sólo 9 años, proveniente de una aldea de pescadores, es vendida por su padre para formarse en una casa de geishas. El desprendimiento traumático de sus raíces y de su familia, con la que no volverá a establecer contacto, no es sino el primero de los obstáculos a superar en un camino plagado de traiciones y rivales que le aguardan hasta convertirse en la deslumbrante geisha Sayuri, interpretada por Zhang Ziyi, la heroína de "El Tigre y el dragón" y la aguerrida bailarina de "La casa de las dagas voladoras".
Luego de transformarse en una criatura refinada, hermosa y dotada de un gran talento, Sayuri logrará el interés de los hombres más poderosos, aunque paradójicamente no podrá acercarse a quien desea, porque no controlar los propios sentimientos equivale para una geisha a la autodestrucción. "Sólo somos medio esposas, las esposas de la oscuridad...", define al respecto la voz de la protagonista.
El director Rob Marshall, de gran notoriedad gracias al musical Chicago (2002), reafirma aquí su habilidad en tanto derroche de preciosismo formal pero se echa de menos una mayor introspección en los personajes.
(sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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