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Críticas de Peter Gabriel 77
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Críticas 235
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
5 de abril de 2010
14 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madre que me parió, qué película más odiosa. Uno está acostumbrado a que los franceses, en algunas de sus películas, se comporten de manera alienante y absurda , o tengan diálogos ridículos o vivan vidas aparentemente aburridas y desesperantes. Uno acepta de forma tácita este tipo de desvaríos por que en ocasiones son meros apuntes y después de todo acaba por merecer la pena, pero la verdad es que es verdaderamente duro separar el trigo de la paja, estoy seguro de que aficiones tan malsanas como éstas pueden acabar por empujar a pensar en puentes, sogas y llaves de gas, pero soy un valiente. Y lo pago, en ocasiones como ésta realmente lo pago de veras. De verdad que no hay palabras para describir una trama tan absurda, unas secuencias tan abominables, la consternación de unos actores defendiendo unos textos tan delirantes. Destriparía la trama (ajajajajaj) a base de bien para cantarnos unos chotis todos juntos pero seré prudente y no lo haré, señores, por que parece ser que ésta es un gran película, y el tal Rivette, el autor de la barbarie, un autor de talento reconocido. Puedo entender que por allí algo así cause sensación, hablamos del país que engendró a Godard, crimen impune por el cual siguen de rositas, pero que aquí también se aplaudan bostezos psicotrópicos como este disfrazándolos de cine de autor es algo que me descoloca por completo. Hay gente que habla de ella como un cruce entre Hitchcock, Lang y Electra... Madre mía, qué manera de pimplar. De verdad que no entiendo nada. Y encima Rivette cree necesario hacernos pasar por casi tres horas de película para que uno pueda constatar lo enervante de su propuesta en toda su amplitud. Y yo, incapaz de dejar una película a medias, a pesar de que a los veinte minutos no paraba de resonar en mi cabeza "la has vuelto a cagar, la has vuelto a cagar", he sufrido como un cerdo maldiciendo a las paredes. Pero hay que reconocer que el final tiene cierta gracia, el tipo verdaderamente redondea una idea, el tipo realmente tenía una intención, esto era realmente una película. Sigo vivo. Y así hasta la siguiente hostia. Quien me entienda que me explique.
Peter Gabriel 77
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9
31 de marzo de 2010
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo que no me tocaba la bragueta, que no mojaba la florida funda de mi sofá, que no aplaudía de este modo en la soledad de mi comedor, tan a menudo similar a la del corredor de fondo, si hablamos de soledades. Conviene recordar de tanto en tanto que uno no está solo, que la demencia está ahí fuera, que las flores, la primavera y las fundas de los sofás se ríen de nosotros. Hacía bastante tiempo que andaba detrás de esta adaptación de la, dicen algunos, y yo no podría estar más en desacuerdo, mejor novela del gran Jim Thompson, ese coloso absoluto e infravalorado, por parte de Alain Corneau, un tipo al que le tenía cierto aprecio por los dos más que estimables polares que he visto de él: Police Python 357 y Le Choix Des Armes, ambos con Yves Montand y ambos imprescindibles si uno disfruta del hedor a brie en estos fregados. Pero con esta maravilla se ha ganado un rincón en el cielo a perpetuidad. Desde el inicio, con esa secuencia en la que se ponen todas las cartas boca arriba, y que me imantó al personaje y a la actuación de ese verdadero monstruo que responde al nombre de Patrick Dewaere, y hasta los créditos, cuando finalmente me soltó, zarandeado y feliz, esto no es una película, esto es tuttifrutti, que diría el gran calavera de Buñuel. Plagada de secuencias desquiciadas, enfermas y anárquicas, refleja y amplifica la insania cómica, el espíritu turbio del universo Thompson, que aquí es más grotesco que turbio. Pero repito, la actuación de Dewaere monopoliza la película de manera aplastante, amenazando con convertirla en un one man show, en el grand guignol noire que es, cosa que Corneau maneja con bastante tino. En este aspecto recuerda, como comenta de refilón otro camarada en la licorería, al Audiard de De Latir Mi Corazón Se Ha Parado y su buen hacer a la hora de poner en escena a Romain Duris, otro que se come la pantalla a bocados en la susodicha, sin permitir que devore la película. Aunque aquí Corneau da mucha más cuerda a un Dewaere desbocado y esquizofrénico que ofrece una verdadera bacanal para los amantes de las actuaciones histriónicas, watts y demás detractores del Pacino de Scarface abstenerse. A mí, que disfruto a rabiar con estos paquetes marcados cuando hay un talento detrás del exceso, se me agotaron anoche los calificativos. Memorable el momento, uno de tantos en realidad, en el que en uno de su soliloquios dislocados, le espeta a su mujer, sin venir a cuento para nada: " ¡¡Se quedan despiertos toda la noche ensayando métodos para mearme encima!!". Tremebundo, qué manera de apabullar. Dewaere for president, señores.
Peter Gabriel 77
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7
25 de marzo de 2010
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre dos animaladas como Casablanda y El Halcón Maltés, nuestra cigala de hormigón favorita rodó este tango, y claro, al lado de esos dos menhires este pedrusco puede que desluzca pero resulta más que aprovechable. Cuando empieza el meneo, la voz en off de caramuro nos acuna y nos avisa,mientras le vemos pasear con nocturnidad, alevosía y los ánimos por el alcantarillado, de que, efectivamente, caramuro vuelve aquí a marcar paquete hasta de espaldas. Aunque esos primeros compases, la primera mitad del baile, cuando el gorras pone realmente esos dos balones de playa que tenía por pelotas encima de la mesa, acaban por ser lo más memorable de la misma. El gorras, merced a un guión que no está a su altura, pero de los que rodó en abundancia cuando su cara de conejo empezó a asaltar corrales y hubo que aprovechar el filón, no acaba poniéndonos el escroto al rojo vivo como deseábamos, por mucho que pongamos el culo en pompa. Pero cuando el gorras tensaba los labios hacia dentro en su característica mueca iracunda se escondían hasta las farolas, y aquí nos regala algún que otro momento que invita al júbilo y al aplauso. El asunto es otra demostración de síntesis argumental y ritmo desbocado de la vieja escuela, sin un segundo que perder. Una lástima que caramuro, en un momento dado, mande a su abuela a por berenjenas y calabacines a la verdulería y nos demuestre que, a parte de dos balones de basket por pelotas, también tenía corazón, y guarde el taladro para otra ocasión. Da igual, muros más altos cayeron después, y éste no deja de ser un producto de serie B tan liviano como disfrutable, una oportunidad más de ver al rey en su trono inundando el castillo de ventosidades. Viva el rey. Viva!!
Peter Gabriel 77
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8
25 de marzo de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notabilísimo melodrama con el que ayer hubo marejadilla leve y un par de olas en mi sofá. Medido, sobrio, sin excesos, seco y contenido pero apasionante, con una BSO a cuentagotas sofocando el melo del melodrama a base de silencios y evitando los repuntes desaforados tan típicos del género. Tiene un par, de repuntes desaforados, digo, pero recuerdan más a Hitch que a Sirk, y más que nadie, a Preminger, que hace un fantástico trabajo tras la cámara, y que siempre tuvo una voz, no lo olvidemos, y esta atípica y singular muestra de género está aquí para recordárnoslo. Es un placer como Preminger presenta y desarrolla al trío protagonista, la inusual profundidad con la que están dotados, lo adulto de la propuesta teniendo en cuenta los cánones folletinescos del género, los fantásticos diálogos que la jalonan, diálogos con filo y mordiente, tampoco es que estemos hablando de una de Bergman, no, pero hay filo, sí, hay colmillo, aunque, en otra muestra más de la contención de la que hablaba, la sangre no llega jamás al río. Y en ésto supongo que tuvo algo que decir tanto la novela como el guionista que la adaptó, ambos totales desconocidos para mí. Pero el mayor placer de este menage a trois son las interpretaciones de Crawford, Fonda y Andrews, maravillosos los tres, acertadísimos en sus roles, cuesta destacar a uno por encima de los otros, pero las secuencias que comparten Crawford y Fonda brillan con luz propia. Es curioso comprobar como la que para mí es la gran virtud de la función, esa contención, esa racionalización del drama, resulta ser el mayor defecto para mi compañero de taburete en la licorería. Ese espíritu diferencial queda perfectamente representado en el personaje de Dana Andrews cuando, en un amago de dramatismo de Crawford, éste la reprende, templado, diciendo: "Sabes que no me gustan las escenas".
No importa, barra libre para todos, paga el coronel.
Peter Gabriel 77
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8
21 de marzo de 2010
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable intriga cocinada a fuego vivo y con mucho mimo en la que uno se siente cual Halford en el Rectum en la hora feliz. Siguiendo el esquema típico americano de este tipo de arañazos en la pizarra, pero con un inequívoco sabor francés, Duvivier, un tipo del que recomiendo hasta el delirio su olvidada y memorable Seis Destinos, muy probablemente la mejor película episódica que he visto jamás, o al menos la mejor que ahora mismo logro recordar. Apabullante Gabin dando vida a un Artie Bucco francés, de buen fondo y confiado, como si hubiera vivido siempre entre fogones, con una naturalidad pasmosa. Y una inédita, en mi pantalla, Danièle Delorme está soberbia como paradigma de la femme fatale manipuladora que invita a lanzar juramentos contra la pantalla, uno puede imaginársela perfectamente en todos los televisores durante el minuto de odio de Orwell. Duvivier está fantástico, dotando la insidia de un ritmo sin cuartel cuyas piezas van cayendo como si un enfermo del Tetris estuviera a los mandos, recreando los ambientes de la ciudad y de los fogones del Vesuvio que regenta Gabin. Buena prueba de ello es el hambre que me entró pese a acabar de despacharme un solomillo de 400 gramos sin atisbo de compasión hacía poco más de una hora. Todos los secundarios, exceptuando, quizá, al amigo de Gabin, servido aquí demasiado crudo, están realmente fantásticos. El único pero que se le puede poner a este menú es que llega un punto donde uno empieza a sentir que esto es jauja, el Master Of Puppets suena de fondo, y pareciera que todos son simples títeres, presas demasiado fáciles en manos de la titiritera. Entonces el guión parece, y digo parece, que se precipite, como un títere más, tan manipulado como Gabin y compañía, y el pincel de Duvivier torna en brocha por momentos. Pero cuando uno está a punto de llamar al maitre y aducir cualquier pelambrera para no pagar la cuenta, Duvivier te plantifica un postre que te hace olvidar cualquier peaje pasado, como ocurre a veces en el Bernabeu, y finaliza la función de un modo tan desquiciado y bizarro que uno comenzaría una batalla de tartas si hubiera tenido compañía. Y tartas a mano.
Peter Gabriel 77
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