Luego Farah dice la palabra "adefesio". Y de repente... No. Farah no pude decir "adefesio". Si dice esa palabra, la tiene que decir con tono irónico, como si se la hubiera oído decir a ella con frecuencia y él ahora la repitiera. Si no, no.

Pero aun así, ver a Karen comer mango y llorar me mete de nuevo en la película, más a fondo si cabe. Pocas veces en mi vida de espectadora he visto llorar tan bien. Me descubro ante Christina. Me ha dejado boquiabierta.

Y luego, ya bajón absoluto: Isabelle Stoffel. Borrar directamente esos tres minutos en los que habla.

Algo que no es tan importante, pero que a medida que transcurría la película me iba sacando de la magia cada vez más, era la sensación de que no estábamos en África. Igual porque he vivido tiempo en Extremadura, pero... No sé. Creo que no está muy logrado. Y tiene gracia porque hace años, viviendo en un pueblo de Cáceres, cada vez que miraba por la ventana tenía la sensación de ver África. Pero esta Extremadura de la película... no sé, no sé.

Quizá añadiría que, a pesar de que el tono intimista me ha parecido no solo muy interesante sino cautivador, cuando termina me doy cuenta de que posiblemente he echado de menos un poco más de acción.

La película en conjunto me ha gustado. Me ha dejado una sensación, y tengo que decir que, de las películas modernas, no son tantas las que todavía tengo dentro al día siguiente.

Ese bebé. ¿Dónde está el noventa y cinco por ciento del tiempo?
Ese padre del bebé... ¿Qué pinta ahí, quién es, qué quiere si no quiere nada? Es como un agujero cada vez que aparece.
Y con todo mi cariño, pero la cara de palo de Sara, inamovible, que durante los primeros quince o veinte minutos me interesó, acaba haciéndose muy aburrida.