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España España · Aranda
Críticas de Larrory
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Críticas 26
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
13 de marzo de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cinta fue rodada en 1964 pero estrenada sólo tres años más tarde. Le sirven de sugerente marco para sus exteriores las comarcas cántabras de Comillas, San Vicente de la Barquera y Santillana del Mar. Buenos decorados interiores, donde llama especialmente la atención la cocina rústica y sus enseres de otro tiempo, morillos, llarizos, trébedes y calentador de cobre entre otros más.

Nuestra peli es buen ejemplo de que con pocos medios pero con buena maña se pueden conseguir resultados apreciables en el género policiaco.
Balcázar será más tarde autor del desaforado guión de Superargo contro Diabolikus, pero el que maneja aquí se distingue por su elegante ingeniosidad. La trama es clásica, una variante del caso de sucesivas desapariciones que acaecen en un entorno que involucra a un pequeño núcleo de personajes, pero tan habilmente desarrollada, que mantiene vivo el misterio hasta un desenlace que logra sorprender y convencer, ganándose un merecido aplauso... bueno por lo menos el mío, pues ha conseguido despistarme llevándome por derroteros paralelos a ciertos otros ya transitados por Agatha Christie.

En una atmósfera cautivadora por su inquietante quietud, se mueven personajes certeramente acuñados con el respaldo de diálogos que jamás desentonan. Cabe destacar la soberbia escenificación de la sofocante sujeción que el padre ejerce sobre la familia, cuando durante la cena inaugural machaca a sus hijos en un alarde de gozoso sadismo. Atisbos de fina psicología no faltan, por ejemplo con el súbito envalentonamiento del primogénito tras la desaparición del padre.

La música de estilo suavemente serial se aviene con la tonalidad del conjunto, aunque en alguna secuencia se torne demasiado alborotada.
Buen elenco de actores, bien dirigidos, con un sobresaliente Carlos Lemos. Encantadora en su papel de doncellita mansa Sara Lezana, que el mismo año protagonizaría un sensual bailoteo en El extraño viaje. Lástima que Óscar Monzón no haya conseguido hacer carrera, tenía buena pinta para galán.
Larrory
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7
6 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se nota que Chus Gutiérrez ha hecho su aprendizaje de cinesta en los USA. Esta película tiene un inconfundible sabor a comedia estadounidense, a pesar de que sus ingredientes hayan pasado por el tamiz del tremendismo íbero. Así, la palabra más usada en ella es "follar".
Viene a ser una mezcla de esperpento y de comedia azucarada americana. Las situaciones expuestas en los destinos entrecruzados de tres mujeres dispares son los habituales de ese tipo de guión, pero con las tonalidades un tanto broncas propias del talante hispano.

Compungida y llorosa estará Alba, la novia abandonada, pero el mismo día en que su pareja le anuncia que rompe, se lía a "follar" con un desconocido en el retrete de una discoteca, y luego con todo quisque que se le cruza, inclusive el amigo de una compañera. Dadas esas compulsivas refocilaciones, extraña que no se encame con el apuesto huésped que comparte su vivienda, pero claro, en ese caso no daría juego su obsesión por ocultar la verdad a sus conocidos.
Ese obvio truco de guión no es óbice para que apreciemos jubilosos la maestría con la que la directora ordena el andamiaje de los tejemanejes urdidos por Alba para tratar de soslayar la confesión de su desgracia, hasta culminar en la orgasmástica escena en la que la superchería se descubre a vista de todos.

También está desarrollada con desgarro muy español la progresiva disolución de la pareja cuyo matrimonio está anunciado, con un final apoteósico que es todo un clásico: ya delante del altar y en presencia de toda la familia ¡parte de ella venida de Badajoz! el casamiento se va por la vía de Tarifa. La escena compite en donosura con las mejores del género, entre las cuales quiero recordar la incluida en El gran calavera, de Buñuel.

Nos queda Eva y los trastornos laborales y domésticos que le acarrean el nacimiento de una hija. Suenan a vivencias reales los problemas que se le plantean para compaginar maternidad y trabajo, de modo que no es de extrañar que descaezca la natalidad en nuestros paises desarrollados, por lo menos en las familias nativas.
Eso de cargar de hijos se ha tornado cosecha, poco menos que exclusiva, para casa de pobres inmigrantes, que suelen ir escoltadas de toda una chiquillada, amén de lo que llevan en la barriga. ¡El mundo se ha vuelto ansí!

Total, que Chus ha hecho muy bien en ilustrarse en los Estados Unidos, y mejor aún en regalarnos con su particular adaptación al ámbito español de americanadas tópicas.
Larrory
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5
4 de marzo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el prólogo a su traducción de Arauco domado, el literato francés Laurent Angliviel de La Beaumelle resume con penetrante acuidad el sentimiento que impera a la hora de juzgar a Lope de Vega dramaturgo: no hay autor que haya escrito tantas buenas escenas, pero tampoco lo hay que haya escrito tantas malas comedias.
Ese melancólico dictamen le va de perlas a La moza del cántaro, y por ende a su adaptación cinematográfica, cuyo argumento contiene todo un repertorio de situaciones y lances tópicos, muy traidos y llevados por nuestros autores del XVII, que confieren al conjunto una impresión de literatura fosilizada.
Tenemos a la mujer arrojada que con paños de hombre resuelve un duelo a su favor, y que luego asume el papel de mujer de alta alcurnia que se tira por los caminos y que, mentida de criada, suscita innato respeto por una parte, amores nobles por otra, sin que falte la intervenvención in extremis del rey para resolver el enredo tal un deus ex machina.

En La gran aventura de Silvia, de George Cukor, el porte andrógino de Katharine Hepburn logra dotar de verosimilitud su papel de mujer disfrazada de chico, condición sine qua non para que el espectador no se distancie de la narración y aprecie la sal de la escena en la que Gary Grant la trata en plan de viril camaradería.
En nuestra peli por el contrario, resulta imposible de toda imposibilidad imaginar que nadie pueda tomar a Paquita Rico, con su carita mofletuda de chavala rolliza, por un joven mancebo, máxime con esa vestimenta que le marca caderas y tetas y que le ciñe culazo y patorras de jamona.
Una auténtica lástima, porque ese desfase echa a perder los famosos destellos de genio a los que alude La Beaumelle, que nunca faltan en el teatro de Lope aun en las peores de sus malas comedias.
La escena en la que la heroina disfrazada se ve obligada a compartir aposento con su acompañante, y la siguiente en la que es requerida de amores por una sirvienta de la venta, constituyen dos burbujas de deliciosa comedia, pero cuyo encanto rompe la mera apariencia física de Paquita Rico.
Con la actriz adecuada resaltarían como es debido la chispeante gracia, el juvenil primor y el adecuado tempo con los que se capean esas situaciones en la película.
Aunque se trate de una adaptación en prosa de una obra en verso, esas dos escenas, joyas enquistadas en vil metal, son un fiel refejo de la capacidad que Lope llevaba en sí de ser el igual de Shakespeare, eventualidad que no cuajó por su incuria en canalizar su portentosa facilidad, esos nervios creadores que le compelían a producir sin tregua ni descanso, a vuela pluma y sin ton ni son tantas veces.
Larrory
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7
27 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cabe destacar la ingeniosidad y el buen hacer con los que se ha adaptado la historia de la Cenicienta a los Madriles de los años 50. Es deuda plenamente reconocida, puesto que en el curso de la película los protagonistas citan el cuento un par de veces.

La chica es Lolita Sevilla, a quien le sobra el hechicero desparpajo de una auténtica chulapa. Además de salerosa, es bondadosa y amiga de toda suerte de animalitos. Está empleada de criada en una casa de huéspedes que mantiene como una patena, ya que "se pueden comer migas en el suelo" de relimpia que la deja.
Pese a su hacendosa pulcritud y simpatía, es objeto de escarnio por parte de un trio de pérfidas brujas compuesto por el ama, su hija, y una huéspeda que se resigna a admitir que pá tobillera está ya un poco pachucha.

Su hada madrina la personifica el genial Pepe Isbert, y su particular príncipe es El Postinero, un cantante que tiene "estas dos condiciones, caballero y español" ¿Qué más se le puede pedir a un galán?

Confieso que me encanta este tipo de películas donde se españolea sin remilgos y se cantan coplas de verdá, y no las anglosajonerías chillonas que cunden hoy en día.
Larrory
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6
24 de febrero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película tiene todas las pintas de poema cinematográfico. A ese propósito intentaré un somero parangón entre poema literario y poema propio del septimo arte.

En primer lugar tendríamos las poesías de corte clásico que, no ofreciendo mayores dificultades de interpretación, son directamente accesibles al entendimiento pero que se distinguen de la prosa por la ingeniosidad y brillantez de sus imágenes y metáforas, por la penetrante belleza y agudeza con las que expresan sentimientos e ideas.
Un representante fílmico sería La noche del cazador, la milagrosa y única película dirigida por Charles Laughton.

En segundo término estarían los poemas cerebrales, aquellos que no podemos limitarnos a leer, sino que es necesario estudiar, v.g. las Soledades de Góngora: quienes no se dejen arredrar por la dificultad de desentrañar sus reconditeces hallarán la recompensa de descubrir un preciosista ensamblaje de alta relojería literaria.
Digno equivalente se me antoja el Mulholland Drive de David Lynch, que también necesita clave de acceso para su cabal intelección.

Y por fin hallaríamos los poemas que, más que belleza, pretenden crear asombro mediante la mera sonoridad de las voces y el entrechoque de imágenes dispares, donde no conviene buscarle cinco pies al gato, sino dejarse arrastrar por el arrullo del traqueteo verbal.
De traqueteo visual se trata con El corazón del bosque. Su hilo narrativo involucra a los útimos combatientes republicanos durante la posguerra en un esbozo de variación sobre el tema del traidor y del héroe, pretexto para adentrarnos en un mundo onírico en el cual impera la ilógica lógica de los sueños.
Tenemos a un tío que se pasa días arrastrándose por el barro en un bosque frondoso y lluvioso, sin acatarrarse y siempre perfectamente afeitado, bosque ciertamente encantado ya que es teatro de acontecimientos la mar de raros. Nuestro errabundo héroe se topa por ejemplo con un fiambre caido de la Carreta de la Muerte, que de seguida resucita para entablar animada charla con él.
Y luego está el Andarín, suerte de gigante saltarín cuyo rostro está supuestamente carcomido por una enfermedad entre leprosa y escamosa, pero que cuando se nos aparece presenta una cara lustrosa y, aunque con bigote, bien rasurada también. Y todo por el estilo.

Intuyo que es película susceptible de encandilar a un selecto grupo de aficionados. A mí no es que la razón de su sinrazón me haya dejado insensible, pero no lo puedo remediar: prefiero el Lorca de La casada infiel al del Cementerio judío.
Larrory
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