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España España · Madrid
Críticas de Mogwai
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Críticas 35
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
5 de enero de 2011
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía Oscar Wilde que los verdaderos artistas escriben sobre la vida que no pueden tener. Y luego estamos los que ni podemos tener la vida que queremos ni tenemos ningún talento para escribir, o componer, o pintar. Los artistas sin arte, que diría Burt Lancaster en “Los profesionales” (película para reivindicar, enmarcar, adorar y conservar como una auténtica joya, por cierto). Y no nos queda más que vivir a través del arte que crean otros. Sentarnos delante de la tele, poner el dividí y olvidarnos durante 100 minutos de toda la mugre que hay fuera de esa pantalla.
Por ejemplo, los 100 minutos de “La vida de bohemia”, obra clave en la carrera de Aki Kaurismäki y primera peli que veo del afamado finlandés. Ese cuento sobre desheredados, románticos e idealistas, que se convierte en una cápsula repleta de humanidad, de amor, de ternura, de tristeza. De vida. En perfecto blanco y negro, sembrado de esas gotas de humor lacónico, ese ritmo pausado y esa afición a los fundidos en negro que parecen la forma en que Kaurismäki le devuelve a Jarmusch el guiño que le hizo en la última historia de “Noche en la tierra”. Tres extraños en un paraíso de buhardillas destartaladas y vino barato. Louis Malle haciendo de gentleman. Samuel Füller con sus malas pulgas habituales. Jean-Pierre Léaud haciendo nada excepto recordarnos al inmortal Antoine Doiniel. Esa gloriosa coña sobre la música contemporánea. Un lugar en el que refugiarse y disfrutar, antes de que las luces se enciendan y nos devuelvan a la realidad más mundana. La magia del cine. Una película preciosa.
Mogwai
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8
28 de junio de 2010
49 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Melville se despidió del blanco y negro con una obra salvaje, desmesurada y negra como el tizón. La historia de un criminal fugado persiguiendo un futuro que sabe que no podrá tener se vuelve a convertir en la eterna reflexión melvilliniana sobre la ética, el honor y la lealtad, aunque en esta ocasión la amoralidad vira hacia unos extremos despiadados poco habituales en la obra de Melville. Choca mucho ver a Lino Ventura convertido en ese frío asesino carente de compasión ante aquellos chacales que están haciéndose con el reino del crimen organizado desterrando a reliquias como él, “acabadas” en ese nuevo mundo que unos jóvenes carentes de toda noción de honor y elevados por su tendencia al gatillo fácil están creando.

“Hasta el último aliento” es una de las obras más largas y complejas de Melville. Durante la primera hora es probable que la mayoría de espectadores anden un poco perdidos, con el desarrollo paralelo de tres tramas (la fuga de Gu, el golpe de Ricci y la investigación de Blot) aparentemente inconexas, pero poco a poco el puzzle se va completando y la trama se convierte en una gloriosa sinfonía, acompañada siempre de la ominosa y brillante fotografía en blanco y negro y la dirección siempre elegantísima de Melville. La escena del robo al furgón es una de las cosas mejores rodadas que he visto en mucho tiempo. La imagen de esos cuatro hombres de negro, con gabardina y sombrero, al borde del acantilado, expresa perfectamente la esencia de un estilo de cine, y de una negrura, de la que han bebido muchos de los mejores autores del cine contemporáneo

Es curioso comprobar cómo aparentemente estamos ante una obra “menor” de Melville. Desde luego, si todas las obras menores fuesen así el mundo, al menos para los cinéfilos, sería un lugar mejor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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8
15 de julio de 2009
41 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría de películas americanas suelen localizarse en la cosmopolita Nueva York, en la glamourosa California, en la pegajosa Florida. Sin embargo, existe en el corazón de Estados Unidos una enorme zona semidesierta, aislada, demasiado aburrida y paleta como para aparecer en el celuloide. Son esas personas las que deciden las elecciones, las que se dedican a perpetuar el retrógrado carácter del sur americano, su conservadurismo, su fanatismo religioso. Tienen sus propios iconos: lejos de modas y vanguardias, en el corazón de EEUU hay cantantes de country de los que no hemos oído hablar en la vida que venden más que Springsteen y los Stones juntos. El country es solo la punta de lanza de una sociedad desconocida, una minoría de cien millones de personas.

El objetivo de Robert Altman en Nashville fue crear un retrato certero de esta sociedad, de su cultura, de sus ambiciones, de sus obsesiones. Aprovechando la libertad que se vivía en Hollywood en aquellos años, Altman logró reunir suficiente presupuesto como para poder llevar a cabo un film descomunal, enorme, vasto, cuyo tamaño y su multitud de personajes e historias entrecruzadas por momentos hace que nos descolguemos de la trama pero que finalmente acaba consiguiendo su objetivo: olvidar los personajes y las historias individuales para crear un fresco colectivo de una sociedad y un momento donde estaban pasando tantas cosas que era difícil enterarse de todo. Nashville es una de las películas icónicas del cine americano de los setenta, un documento social impagable, una película que desarrolló un lenguaje innovador que, por suerte o por desgracia, ha sido copiado hasta la saciedad después, en esos dramas corales a veces brillantes (Magnolia, su propia Short Cuts) y a veces pretenciosos y sensibleros (¿alguien se ofende si cito Crash, y no me refiero a la de Cronnenberg?). Imprescindible para todo aquel interesado en la filmografía de Altman o en el cine de la auténtica era dorada de Hollywood.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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8
19 de diciembre de 2008
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última gran película de Robert Altman, Gosford Park es un drama coral disfrazado de intriga de cámara. Usando como punto de partida la tópica historia del misterioso crimen en una apartada mansión aristocrática, de la que se rie durante todo el metraje, Altman teje su característico crisol de historias paralelas y multitud de personajes pululando por la escena, sin tener un claro protagonista, aunque quizá enfantice más en la joven Mary, criada primeriza en esto de las fiestas de casa de campo, y cuya inexperiencia usa como pretexto para introducirnos a nosotros en ese submundo de pasillos laberínticos durante el cuál presenta a los actores de la historia y el lugar que sirve de fondo y nos deja caer algunos detalles importantes para la trama a desarrollar posteriormente. Son sin duda esos primeros minutos de la película los más lentos, necesarios para entender la compleja historia pero en los que parece que no pasa nada.

Sin embargo, pasados esos primeros minutos la película entra en vereda en cuanto las interrelaciones entre el enorme número de personajes empiezan a definirse y se produce en la mansión un crimen que da un vuelco a la historia destapando las miserias que todos los personajes, criados y siervos, ocultan. Porque, a pesar de sus constantes toques de humor negro diseminados por toda la cinta, Gosford Park es básicamente un drama, mucho más profundo de lo que aparenta, tratado de una forma tan sutil y precisa, como no podía ser menos tratándose la historia en un entorno aristocrático, que corre el riesgo de perderse entre la trama. Sin grandes lágrimas, sin efectismos, sin música épica, valiéndose especialmente del impresionante reparto (donde destaca, cómo no, la gran Helen Miren) logra hablarnos de pérdida, de decadencia, de arrepentimiento, de odio, todo ello enmascarado en una gran broma de suspense ambientado en una casa de campo. Lo importante aquí no es lo que pasa en primer plano, sino todo lo que sucede simultáneamente detrás de este, todo eso que a veces se nos escapa a la vista. Gosford Park es un film soberbio y bello, aunque también injustamente incomprendido debido básicamente a su complejidad. Muy recomendable para todo aquel que quiera saborear un buen drama de uno de los más olvidados maestros del cine americano.
Mogwai
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9
29 de octubre de 2008
34 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 6 de Agosto de 1945 una bomba atómica lanzada por el ejército estadounidense sobre Hiroshima mató a 150.000 personas antes de que cayese la noche, y se estima que el balance final de víctimas asciende a medio millón, incluyendo todas aquellas víctimas inconscientes de la exposición a la radiación. Y de esas víctimas habla precisamente Black Rain. Con una suntuosa fotografía en blanco y negro y una elegante dirección, Shohei Imamura (una de las perlas del cine japonés) convierte en imágenes las memorias de un grupo de supervivientes de aquella tragedia (está basada en la adaptación del diario del propio personaje protagonista, Shigematsu Shizuma). Confrontando la crudeza de los días posteriores a la explosión con la aparentemente vida tranquila, años después, de unos supervivientes incapaces de escapar de las consecuencias de aquella, el film se convierte en un documento certero y descarnado de los horrores de una guerra, de todas las guerras, y del dolor de sus siempre inocentes víctimas.

Dicen que la memoria de nuestro pasado es indispensable para que la humanidad no vuelva a cometer los mismos errores una y otra vez. El cine, como todo arte, siempre ha tenido una responsabilidad importante para recordarnos esos hechos brutales. La primera película que viene a la cabeza es La lista de Schindler, una maravilla legada a las siguientes generaciones sobre la barbarie humana. Pero aquella no fue, por desgracia, la única barbaridad perpetrada durante la Segunda Guerra Mundial. Hay muchas más, muchas de las que algunos prefieron no acordarse por la parte que les toca. Y Black Rain resulta ser una obra poderosa e indispensable para ello, uno de esos filmes que duelen, que se sufren, pero que en el camino hacen todo lo posible por hacer del mundo un lugar más justo.
Mogwai
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