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El séptimo sello

Drama Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la ... [+]
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Críticas 239
Críticas ordenadas por utilidad
14 de julio de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cielo, el océano, la inmensidad, o Dios mismo. En la playa, un caballero y su escudero, como dejados por la marea, o caídos del cielo. Despierta el sombrío caballero y cabila acerca de Dios y del abismo, cuando se le aparece la muerte, que a nadie perdona. El caballero ansía saber qué hay al otro lado, pero tiene miedo y desea primero entender a Dios y a la muerte, vencerla racionálmente y desentrañar su misterio.

Espléndida obra ésta, y parece que con poco presupuesto. La ambientación histórica está aquí al servicio de la obra, y no al revés, lo cual es muy respetable. Bergman escogió el siglo XIV por ser una de las épocas de crisis por excelencia en Occidente, en la que la muerte fue importante protagonista. Guerra, pestes, hambre, muerte y una religiosidad exacerbada. Memento mori. A diferencia de otros trabajos sobre el tema, que muestran el recurso a la religión en una dimensión más material, la propuesta de Bergman es puramente metafísica, en el sentido tradicional de la palabra, y sus personajes responden a diversas actitudes de corte libresco.

Es una película sencilla de entender y muy teatral, donde los diálogos se llevan el gran peso, pero sin que esto termine por ser un obstáculo. Es más, agradezco sus imágenes y bella dirección. Así, por ejemplo, en la primera ronda de ajedrez tenemos el mar y el cielo de fondo (se plantea la pregunta trascendental), pero ya en la segunda, la imagen bucólica del grupo de amigos compartiendo unas fresas silvestres, y con un caballero mucho más sereno. La tropa de personajes dispares forma un bonito cuadro que va encajando muy bien a lo largo de la historia, muy bien montada. La teatralidad bien intencionada puede cargar en unas pocas ocasiones, como en el almuerzo de fresas y leche - ''qué hermosa es la amistad'' - pero en otras resulta de lo más acertada. Este buen guión - que, insisto, lo veo muy teatral - en unas manos menos hábiles, podría haber sido un fracaso de película, un simple teatro filmado, pero Bergman me ha demostrado se puede crear una fantástica obra cinematográfica con fundamento en una obra de teatro.

El resto en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Caligari sin gabinete
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24 de mayo de 2015
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me da miedo la muerte, temo a lo que viene después. Temo a la Eternidad, a la Nada, a mi incapacidad para entender, para asimilar, a las preguntas sin respuesta, a la lógica sin sentido, a ese yo que olvidaré para no ser yo nunca más. Me siento como un niño, un niño que se encuentra ante un hecho inabarcable, implacable, cruel (desde mi punto de vista, al menos), incapaz de hallar solución, y aun así incapaz de dejar buscarla. Inexorable, en definitiva. Como un niño, así soy yo, ante la certeza de la muerte.

No sé si soy una persona especialmente optimista, pero me gusta la vida. Hay gente que dice que sin la muerte no valoraríamos la vida. Yo siento que sí, que aprecio la vida, vivirla. Es una lástima, la pérdida, también y especialmente. No sólo teme uno de sí mismo, también de los suyos. Así, incluso, me pasaba siendo niño. Rezaba, yo, creyendo que alguien me oiría, en silencio. Pedía a Dios, en primer lugar, que existiera, y después que no dejara que nadie de mi familia falleciera. Es una extraña sensación, la que causa la muerte. El séptimo sello refleja tan bien lo que significa descubrir que vamos a morir, que no sentir nada o sólo hastío, tras verla, es tan inexplicable, casi, como nuestra propia condición.

He visto El séptimo sello tres veces. La primera hace diez años, la tercera hace un par de años. Nada ha cambiado, en realidad. Cuando la vi por primera vez pasaba, yo, por una pequeña crisis existencial. A determinada hora del día, me sobrevenía el pensamiento, el miedo; era algo involuntario y sin embargo me perseguía hasta la hora –intempestiva- de dormir. En una de esas noches, El séptimo sello se me presentó, para escuchar mis miedos, sin necesidad de contárselos, y hacerme sentir mejor. Aquella racha pasó, afortunadamente, tras el fin del verano. Después de eso, aprendí a esconder mis dudas en un cuarto oscuro dentro de algún rincón de mi cerebro. Si alguna vez vuelven a aparecer, las dudas, trato de eliminarlas con firmeza, no tienen tanta importancia. Sea lo que sea, no tiene arreglo, ¿para qué pensarlo? Así todo es más práctico, pero El séptimo sello va más allá. Sus reflexiones y metáforas son intemporales, inmortales. El séptimo sello estará siempre presente, en nuestras mentes, mientras siga existiendo el séptimo arte, mientras siga existiendo el hombre, como una gran obra maestra incontestable, como incontestables son las preguntas que se plantea, excepto aquellas que no nos atrevemos a responder (algunos).

Las personas querrán olvidarse de la muerte, querrán entretenerse y no pensar. No vale la pena darle vueltas, en verdad. Pero al final de todo, como en una partida de ajedrez, tanto el peón como el rey acabarán juntos en la misma caja.
Fendor
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15 de junio de 2009
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman tuvo que verse cara a cara con ese caballero negro, perfecto jugador de ajedrez, segador de almas. Sólo así se explica que saliese ileso de aquella pretenciosa premisa en que en que basó el Séptimo Sello… señoras y señores, he aquí a la muerte.
Unos náufragos, una orilla, un paisaje sueco medieval. Acto seguido una macabra partida de ajedrez da comienzo in situ; la muerte se le ha presentado a un caballero cruzado, Antonio, -un Max Von Sydow inconmensurable- y éste se resiste en una hábil estratagema:retar a la muerte en un tablero que más bien vale el fin de su vida. Blancas para el cruzado, que hastiado de guerras regresa a casa y se encuentra con que Dios -o quizás el Demonio- le reclaman para su feudo; negras para un simple mensajero que ni siquiera sabe adónde va aquel al que tiene que dar muerte. Tan grande es el poder del caballero negro como ignorante en saber de dónde le viene.
En esas desfila una serie de personajes entre los cuales Bergman, una vez más –y no iba a ser menos- nos da una lección a todos aquellos que aspiramos a que el cine sea algo más. Una vez más, nada se muestra gratuito en pantalla como tantas veces el cine lo hace por desgracia. Cada cual tiene su importancia como los peones en el tablero. Juan el Escudero, la voz de la fuerza, del auto convencimiento, del raciocinio; los comediantes la picaresca, la felicidad, la vida sencilla; el herrero la ignorancia, mezclada con una inusitada inocencia. La Peste Negra es el paraje en que se mueve la película, simboliza el mal del hombre, ese mismo mal que habitaba en la taberna que se burlaba del pobre José. La religión se mueve entre medias cual serpiente, reptando por las mentes que intentan buscar en ella la salvación a una muerte inevitable. La muerte, una vez más la muerte. Antonio, el caballero andante de la triste figura –nótese el increíble parecido con el Quijote de Cervantes- estudia cada movimiento de la partida en pos de alcanzar el verdadero conocimiento sobre qué le espera una vez se dé el jaque mate. Entre medias, métase de nuevo la religión, motor de conciencias y garante de respuestas. Respuestas, por otra parte, que ni a Antonio –ni en extensión, a Bergman- parecen satisfacer. A tal desesperación llega, que incluso demanda al Demonio una respuesta que dé fin a su inmortal duda. Y teme, como bien le dice a la muerte entremedias de la partida, que incluso tras segada su alma no halle réplica alguna a qué es lo que hay tras de la vida.
Ahí es donde quería llegar con esta crítica. En resumen, Bergman filma la muerte y no nos dice en toda la película qué es lo que es. Lo que simboliza, por otra parte, la significación más perfecta que nunca nadie en el cine dio al caballero negro, jugador de ajedrez. La muerte es algo a lo que la propia muerte ni respuestas puede dar (…)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lucyfero
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10 de noviembre de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ocurre, no con demasiada frecuencia, que una película te deja pegado al asiento; tal vez emocionado, tal vez sobrecogido.
En estos tiempos de Netflix y de entretenimiento rápido, pararse a ver una película de estas características al que escribe le resulta algo así como nadar a contracorriente. ¿Para qué voy a ver una película de 1957 en blanco y negro y con una puesta en escena más propia del teatro que del cine de nuestro tiempo?
¿No habrá en el catálogo de las múltiples plataformas de pago por visión de mi SmartTv algo más adecuado?
Superada esta flojera inicial y tras terminar de ver 'El séptimo sello', uno da gracias a la vida (o quizás a la muerte) por no haber sucumbido aún -al menos no del todo-, al engorde a granel del mainstream.

Nos encontramos con una película universal y atemporal, una absoluta obra maestra del cine en mi opinión.
La temática del film es tan clara como inevitable en el pensamiento de la humanidad desde el comienzo de los tiempos: la muerte, la existencia de Dios y el comportamiento de la humanidad frente a estas interrogantes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
BerCaparros
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4 de octubre de 2005
19 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay en toda la historia del cine, una muerte tan protagonista ni tan bien caracterizada como en esta película. Pienso que cuando llegue mi hora se me aparecerá Beng Ekerot y le pediré lo mismo que todos, una tregua, la diferencia con Antonius Block es que no soy un maestro del ajedrez y la muerte lo tendrá muy fácil.
Ha nivel interpretativo es redonda, el guión fabuloso, tanto de forma como contenido y la dirección majestuosa, aunque son en definitiva las características habituales de Bergman.
La pregunta es ¿qué hay después de esta deseada muerte?.
lLa respuesta debeís preguntarsela a Antonius Block, quizás sepa resolverla.
rick blaine
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