La ronda

No conozco la filmografía de Ophüls y me adentro con una de sus más estimadas obras. La experiencia no puede ser más soporífera. Tendré que comprobar si se debe a su base literaria o al estilo del alemán. La obra de teatro adaptada de Arthur Schnitzler, prohibida y clandestinamente representada durante dos décadas, muestra como el amor, el deseo, el sexo y la virtud se vive y expresa por una diversidad de parejas: desde la prostituta y el soldado hasta concluir con el conde y la misma prostituta del inicio. En medio otras ocho parejas que no paran de parlotear. El director se atreve a incluir a un narrador que no aparece en su origen y que guiña al espectador con comentarios plúmbeos.

Lo único mínimamente atractivo es su diseño de producción, el descaro de algunas situaciones que provoca la promiscuidad y el placer para los ojos que es ver a la magnética Simone Signoret.

El sonido es espantoso, tanto en la versión original como en la doblada. Esto, sumado a que la historia carece de guión, pues son historias inconexas, hace que sea imposible que te metas en la película. He disfrutado muchísimo más el debate de “Qué grande es el cine” que la película en sí. Juan Miguel Lamet está de acuerdo en mi propuesta, por fortuna. No es, ni de lejos, una de las mejores películas de Ofuls, en donde sobresale “Carta a una desconocida” e incluso hay otras que, sin ser grandes historias, se dejan ver bastante bien.

Por otra parte, reconozco el buen gusto y la dificultad de los decorados y la puesta en escena que hace Ofuls, pero, como bien dice Lamet, esta película la disfruta más como cineasta que como espectador. Y ese es el problema de este tipo de cine, que es sumamente aburrido para el espectador medio.