El tercer hombre

Harry (Orson Welles) intenta escapar por las cloacas de Viena, observa en medio de una gran bóveda, expectante, debe elegir entre muchos túneles. Acaba de finalizar la Segunda Guerra y el mundo ha sido invadido de tonos grises. Holly Martins es un mediocre escritor estadounidense que viene recién llegando a la ciudad en búsqueda de un trabajo que le prometió Harry Lime. De inmediato se entera que su amigo ha muerto en un accidente de automóvil.

El guion es magnífico, cada parte ensambla a la perfección y la música de Anton Karas, sencilla e hipnótica, aporta un rasgo distintivo con respecto a otras cintas de cine negro.

La fotografía se compone de encuadres dislocados y las sombras proyectadas en las paredes contribuyen a acentuar una atmósfera fantasmal.

El mundo no es blanco ni negro, abundan los tonos grises en todos los estamentos.

El mundo que ha dejado la guerra es un lugar sólo apto para sujetos de la calaña de Harry Lime, no para hombres educados o bien comportados.

Cuando uno empieza a visionar esta joya, y escucha la genial melodía extraída de las cuerdas de la guitarra tocada por Anton Karas mientras lee los títulos de crédito, se empieza a mentalizar de que está punto de ver una película diferente.

Carol Reed reúne a un reparto importante comandado por el actor fetiche de Welles, el imponente Joseph Cotten, y secundado por la importante e inestimable ayuda de todo un GENIO, Orson Welles.

Reed crea toda una galería de personajes, giros de trama y ambiente de misterio como pocas veces se han visto nunca.

Inolvidable la escena de la noria y el comentario (por supuesto en versión original, siempre en versión original por favor) de Harry Lime (Welles) sobre el reloj de cuckoo y los suizos, así también como la aparición de Harry Lime en los claroscuros soportales de una decadente y corrupta Viena, y con la presencia delatora de un gato en los pies, así como la persecución a través de los subterráneos de la ciudad austríaca.

PERDERSE esta película significaría haberse perdido todo un MANUAL magistral sobre cómo hacer una película REDONDA.

Un 10. Punto. Me la pela si exagero o si paso por alto sus defectos, que puede que los tenga. Me dan igual, no quiero pensar en ellos. Ya está bien: necesitaba soltarme la melena y perdonarme con el cine. Y aquí hay cine, qué duda cabe. Toneladas de él.

Es un 10 porque no he pestañeado en ningún puto momento. Es un 10 porque no he osado mirar el reloj y, si lo he hecho, ni recuerdo haberme cerciorado de dónde estarían las manecillas. Es un 10 porque la cinta me ha engullido, literalmente, y me ha hecho sen-tir-la. De eso se trata, ¿no? ¿A quién demonios le importa que, además, artísticamente la pieza sea inalcanzable ya desde su inicio? ¿A quién le importa que esté plagada, repleta, de detalles y muestras de genio que poder aislar y desmenuzar en un ejercicio hedonista o de esnobismo, según el gusto?

A mí no. Y sin embargo no puedo dejar de alabar cada plano-contraplano, que no tengo ni idea de qué cojones significa en la práctica pero aquí se palpa, se infiere, no puede haber error, no hay margen de maniobra: todo medido al milímetro, joder. ¿Y esos picados-contrapicados? Que más parece que nos alejan del aquí y ahora para definir una región inexplorada, la de la hipnosis y la alucinación, la de la ilusión más absoluta, casi surrealista. Es indescriptible la sensación, de veras, no como volar, qué coño, aquí se flota. Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiu. Una escena, otra. Y la cara de imbécil toda la proyección. Minuto a minuto. ¿Pero qué hay del uso de la luz y de las sombras? ¡Madre de Dios! Espectáculo chinesco de una belleza arrebatadora, expresionista total, irrepetible. Todo, absolutamente todo está enfocado para perdurar y trascender, para dejar huella. Lo bueno es que realmente lo consigue. Pretensiones que debieron ser estratosféricas (más conociendo el carácter de ese personaje que fue Welles) encuentran un producto final de envergadura, sencillamente enorme. Un monumento al cine y al tratamiento de la imagen. A la naturaleza magnética y capital del arte: algo metafísico.

Y sí, quizá me deje llevar. Quizá me llamen loco y me intenten convencer diciendo que "la historia es totalmente inconsistente" o que "la primera vez le diste un 4, julandrón". Tendrán razón. Como en una de las novelas baratas de ese fracasado cuyo nombre no recuerdo -¿era Harry? xD- la trama es lo de menos, su prosa como texto no importa lo más mínimo. Lo que importa es el subtexto, el contexto mismo que ésta crea, la conjunción de factores y acontecimientos que han hecho posible semejante desborde de talento, tal es la acumulación de escenas para guardar como oro en paño. Que si la noria por un lado, que si los dedos saliendo de una alcantarilla, que si la presentación del tercer hombre, que si el tipo de los globos, que si el final apoteósico, de un lirismo y una amargura inenarrables (de ahí que se sustente por completo en una imagen)... En fin, qué sé yo, que no sé nada. Siéntelo.
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La cítara de Anton Karas es el punto de partida hacia una trama envolvente que hurga en los cimientos del alma humana. En esta cinta se da todo lo bueno y lo malo del ser humano. Amistad, amor, traición, ambición, lealtad y miedo. La fotografía en blanco y negro de Viena es soberbia y esta te transporta hasta la capital austriaca en cuyo subsuelo se esconden múltiples callejones y ríos de agua putrefacta por los que se decide la vida de los contrabandistas.
Todos los actores sin excepción están a la altura del guión escrito por Grahan Greene. El desarrollo, clímax y desenlace funcionan tan perfectos como un reloj de cuco. Según la frase del personaje de Orson Welles ese reloj es el resultado de 500 años de democracia en Suiza.
La escena del tren tuvieron que rodarla en el subrepticio por no permitir las tropas rusas que rodaran en la estación, cuya ubicación era controlada por los soviéticos. En discrepancia con un usuario diré que las películas de cine negro son las únicas que como el buen vino saben envejecer con el tiempo. Sino, ahí están los casos de filmes como -casablanca, el halcón maltes, el sueño eterno o el cartero siempre llama dos veces( Versión de 1946). Magnífica película a la vez que imperecedera.

No tengo verborrea suficiente para comentar esta película. Debería haber estudiado cine o al menos hacerme uno de esos críticos vividores que tanto abundan hoy en dia (y que encima cobran) para poder plasmar en unas lineas lo que realmente significa esta auténtica "salvajada" cinematográfica.
Todo es perfecto, nada falla, todo encaja, no sobra ni un solo plano. Las interpretaciones son antológicas, los dialogos directos, el ritmo narrativo agobiante y la fotografía deliciosamente claustrofóbica.
Toda la película es una sucesión de secuencias y momentos inolvidables, pero ese final.... ese final puede que sea el más complejo,amargo y maravilloso de la historia del cine. (Yo tambíen me cago en el happy end)
No soy cinéfilo, simplemente me encanta el cine, y esta es una de las razones por las que lo adoro.
Diez.