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Fue la mano de Dios

Drama. Comedia El oscarizado guionista y director Paolo Sorrentino presenta la historia de un chico, Fabietto Schisa (Filippo Scotti), en el turbulento Nápoles de los años ochenta. En "Fue la mano de Dios", hay lugar para alegres sorpresas, como la llegada del legendario futbolista Diego Maradona, y para una tragedia igual de imprevista. El destino interpreta su papel, la alegría y la desdicha se entrelazan y el futuro de Fabietto echa a rodar. ... [+]
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Críticas 84
Críticas ordenadas por utilidad
3 de diciembre de 2021
40 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los primeros pasajes de Fue la mano de Dios (E estata la mano Di Dio, 2021), de Paolo Sorrentino, Federico Fellini realiza pruebas de casting en Napoles. Los rostros que aparecen son un eco de los peculiares rostros que recolectaba Fellini en sus obras, un rasgo caracterizador más de su singularidad. Sorrentino, en cambio, busca denodadamente la singularidad. Su cine es un eco ampuloso, como de modo manifiesto era el caso de La gran belleza (2013), o descafeinado, como es el de Fue la mano de Dios, del cine de Fellini. En esta hay quien cita una declaración del propio Fellini en la que decía que el cine era una necesaria distracción con la que contrarrestar la mediocridad de la vida. En su cine se palpaba ese desgarro entre ilusión y decepción y su descarnada agudeza era proporcional a su inventiva. En Sorrentino parece más bien una fuga envolviéndose con atavíos con los que intentar dotarse de una distinción que queda un tanto impostada, como quien huye con aspavientos de las llamas de la mediocridad. El cine de Fellini también se caracterizaba por su capacidad para alternar lo humorístico y lo dramático, el apunte poético y el grotesco. Su narración fluía graciosamente entre extremos, a veces coincidentes en la misma situación o un mismo plano. En Fue la mano de Dios, la fluidez se atranca, y el salto de una tonalidad a otra, en ciertas ocasiones, es brusca. Por añadidura, y sobre todo, su estructura se define por un cambio drástico de marcha en su ecuador que reconvierte su narración en otra película que no germina de lo previo sino que parece que desembocara en otra narración. Su previa alternancia de tonos deriva en una gravedad más lóbrega y se enquista en la afectación.

Si La gran belleza se nutría de la magistral La dolce vita (1959), de Fellini, En Fue la mano de Dios se pueden rastrear los ecos de Amarcord (1973) y Los inútiles (1953), las dos obras de Fellini que conectaban con su infancia y juventud. En Fue la mano de Dios, en la que Fabietto (Filippo Scotti) ejerce de reflejo del cineasta, Sorrentino mira a su propia adolescencia, cuando comenzó a soñar con ser director de cine. La construcción narrativa también es episódica. La acción transcurre en 1986, cuando se disputaba el mundial de Fútbol. El título de la película alude al célebre gol con la mano de Diego Armando Maradona en el partido que disputó Argentina contra Inglaterra. Una frase del futbolista argentino precede a la narración: Intenté hacerlo lo mejor posible, y creo que no lo hice mal. Frase que parece una variante de la que consta en la lápida de Stanislaw Lem: Hice cuanto pude. Quien sea capaz, hágalo mejor. Parece hacerse eco del denodado esfuerzo de Sorrentino por desprenderse de cualquier sombra (mancha) de mediocridad. El futbolista, que fichó en 1984 por el Napoles, funciona, narrativamente, a modo de telón de fondo como en Amarcord lo eran los fastos pretenciosos del Fascismo y sus rituales. Maradona ejerce de reflejo de lo sublime, de la ilusión, como la belleza de la tía Patricia (Luisa Ranieri), cuya exuberancia mamaria ejerce de manifiesto fetiche, como de modo más hiperbólico en la estanquera de Amarcord, película de la cual también se pueden encontrar ecos de los personajes del motorista o del transalántico, como de Los inútiles la perturbadora y sombría presencia del director de teatro o la marcha en tren de la ciudad de provincias a Roma.

En la primera parte, definida por esa alternancia de tonos, brillan momentos que definen las mejores cualidades de Sorrentino, la captación de la poesía de la extrañeza: la introducción, fantasmagórica, del encuentro de la tía Patricia, que espera en una parada de autobús, con San Genaro, que la lleva en su coche a un casa en ruinas donde un pequeño monje, de rostro oculto, puede ayudarle a que recupere la fertilidad (inmediatamente, en la secuencia posterior, se gira hacia el tono más prosaico, y estereotipado, de una discusión con su agresivo marido que desenfunda el descalificativo tradicional de puta ); un momento de pausa en la reunión en la casa rural familiar en la que escuchan el canto de un pájaro, o la llamada telefónica del padre a la madre en la que con el silbido con el que suelen comunicarse le expresa que desea volver a casa tras que ella le haya echado al descubrir su infidelidad (el hombre puede ser perdonado tras ser infiel mientras la mujer es despreciada como puta). En cierto pasaje, transita de la mirada admirada de Fabietto hacia la tía Patricia a, en la secuencia siguiente, la que dirige hacia la adormilada abuela, como si contrastara el cuerpo sensual y el cuerpo deteriorado, o intuyera la ineluctabilidad del curso de la vida. Ese contraste se hará más patente cuando la tragedia ensombrezca el curso narrativo. La vida es belleza que se deteriora o desquicia. El cuerpo bello pierde el rumbo, recluso de una vida que parece definida por la aleatoriedad, y la sensualidad se manifiesta, en la primera experiencia sexual, del modo más tétrico. La desolación que podían transpirar ciertas secuencias en Los inútiles, cuando las ilusiones colisionaban con las sombras de la realidad, resulta aquí más afectada, como quien se deleita en esa visión tan sórdida como lóbrega. Por eso, su ampulosidad en obras precedentes, como El divo (2008) o La juventud (2015), se revelaba tan protésica. Maquillaje para no afrontar la fealdad que se revela en el reflejo en el espejo, carente de la vivaz e insurgente poesía que anidaba en la mirada de Fellini. Por eso, el cine de Sorrentino, con la excepción de la excelente Las consecuencias del amor (2004), quizá se parezca más al cine de Fellini en el que la hiel, y el trazo grueso, dominaba su registro expresivo, caso de La ciudad de las mujeres (1980) y Ginger y Fred (1986).
Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
cinedesolaris
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1 de enero de 2022
32 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues nada, que me digo, voy a empezar el año 2022 viendo una buena película. Y fiándome de la crítica (el hombre es el único animal que tropieza doscientas veces en la misma piedra), me dispongo a ver “Fue la mano de Dios”, ya que de forma casi unánime está considerada por los críticos una obra maestra. La han catalogado de bonita, sencilla, emotiva, divertida… Pues a mi me ha parecido un ladrillo infumable. Lenta, aburrida, alargada hasta la saciedad y con situaciones que rayan el ridículo. Pero no me hagáis caso, que el problema debo de ser yo que soy un pedazo de carne con ojos. Lo mejor, con diferencia, la tía Patrizia en bolas.
tony
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4 de diciembre de 2021
21 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 22 de junio de 1986, en apenas cuatro minutos, Diego Armando Maradona, que jugaba con Argentina los cuartos de final de la Copa del Mundo frente a Inglaterra, marcó dos goles y a toda una generación. El escenario donde todo sucedió fue el Estadio Azteca de la Ciudad de México, pero a miles de kilómetros de allí, otra localidad, Nápoles, que ya llevaba dos años celebrando las gambetas de su ídolo, vibró como si Italia se estuviese jugando la vida.

Uno de los chicos que presenció aquel episodio, un "gesto político", tal y como explica uno de los personajes de 'È stata la mano di Dio', fue un joven Paolo Sorrentino, que, a través de Fabietto Schisa (su 'alter ego', al que da vida un brillantísimo Filippo Scotti), narra toda una infancia, la suya, regateando dificultades en una ciudad que está más que acostumbrada a los desastres.

Quizá las memorias de Sorrentino no tendrían mayor interés que las de cualquier otro, pero la forma de plasmar todo en la pantalla, de forma elegante y bebiendo de todo lo que rodea a la idiosincrasia napolitana, convierten este 'coming of age all'italiana' en toda una experiencia. Sorrentino no es un virtuoso, pero sí un gran director de actores, y aquí vuelve a acudir a un elenco que hace de familia, a la que reverencia y parodia –aunque parezca paradójico– desde el cariño y la cordura que da la perspectiva de los años.

No es la primera vez –ni seguro que la última– que el cineasta recurre a esos desfiles de lo grotesco para descubrir una sociedad que ya Federico Fellini, mentor y principal referencia, retrató desde el surrealismo y barroquismo intrínseco a las mil apariencias de Italia. "La realidad es horrible", espeta Fabietto a otro de los protagonistas citando al propio Fellini. Y puede ser, pero para soñar ya está el cine (y el fútbol).
Jorge Pardo
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29 de septiembre de 2021
18 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filme autobiográfico de la infancia de Paolo Sorrentino en un momento muy preciso de su vida —el antes y el después inmediatos a la muerte de sus padres en un accidente– y en un momento también muy preciso de la historia de Nápoles –cuando su ídolo Maradona ingresa en el equipo de fútbol. Los avatares del destino se conjugaron para que este segundo acontecimiento salvara a Sorrentino del primero. Fue, por supuesto, la mano de Dios.

Me gustan el humor ácido de su primera mitad, con la sala entera riendo a carcajada limpia; el imaginario felliniano, venerado y a menudo superado por su compatriota; el retrato esbozado de la ciudad más sucia y hermosa de Italia; las figuras grotescas, típicamente italianas, de su cine; el sincero homenaje a sus progenitores, desnudando un matrimonio como todos los demás (eso es lo que más duele); el templo que levanta el napolitano para hacernos partícipes, si acaso se puede, de aquella herida que nunca dejará de supurar. Lo que no me gusta es mucho más corto de narrar: su misoginia, fácilmente eludible pero más intensa que nunca; el exceso de metraje, con un tramo final que se tambalea tras la grandiosidad que lo precede.

En algún punto pensé en el joven Jep Gambardella, nadando bajo el sol mediterráneo poco antes de descubrir la grande bellezza. De alguna forma, creo que È stata la mano di Dio es el desarrollo de aquel personaje, una suerte de alter ego primigenio del director. ¿Es excelente? Sí, pero a Sorrentino le exijo algo más que eso.

Vista en el SSIFF 69.
Carlos
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19 de diciembre de 2021
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La películas de Sorrentino tienen un estilo especial, mezcla de surrealismo, sexo y crítica social. No sé si mejor o peor que nuestro Almodóvar, pero bastante parecido. Y, como es evidente, ambos directores tienen su público y sus fieles adeptos. Yo, creo que ya se me ha podido notar entre líneas, no estoy entre ellos. Esta peli en concreto, que podía haber sido una mordaz crítica de la sociedad italiana, en base a la presencia de Maradona en Nápoles (a la que hace referencia el título), se queda en una insustancial concatenación de situaciones que oscilan entre lo disparatado y lo sentimental. Los actores hacen lo que pueden por cumplir con sus respectivos roles, pero da la impresión que ninguno de ellos tiene una visión de conjunto de lo que pretende la peli. Y, lo que es mucho más grave, los espectadores tampoco.
Bonifacio49
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