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El ocaso de los cheyennes

Western En 1868, trescientos indios cheyennes expulsados de sus tierras vivían miserablemente en una árida reserva de Oklahoma. Tras esperar en vano una solución de las autoridades de Washington, sus jefes decidieron emprender un largo viaje hasta sus praderas natales. Pero la huida fue descubierta y la caballería salió en su persecución. En el primer combate murieron el comandante Braden y ocho de sus hombres. Cuando se supo la noticia, ... [+]
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Críticas 36
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2010
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que John Ford sintiera que tenía una cuenta pendiente con los indios a los que masacró en sus películas, en cualquier caso, la despedida del realizador de los maravillosos escenarios de Monument Valley tuvo como principales protagonistas a los "salvajes" indios. Y no se conformó precisamente con una peliculita pequeña. Ford retrata el éxodo de un grupo de cheyennes, quienes ante la precaria situación en que viven en la reserva deciden abandonarla para intentar llegar a sus antiguas tierras arrebatadas por los blancos.
De hecho, Ford dedica mucho más tiempo a las reacciones que tiene semejante actitud por parte de los blancos que al periplo de los cheyennes en sí, realizando numerosos saltos de un lugar a otro, mientras de vez en cuando se detiene a contemplar el lento y agónico avance de la comitiva india. En esta ocasión, los indios tienen un tratamiento de dignidad, como pocas veces se les ha concedido en el cine, subrayando las injusticias y penalidades que deben pasar, retratándoles no como un grupo de sanguinarios sino más bien como personas que tratan de sobrevivir con no pocas dificultades.
Frente a ellos, el retrato de las reacciones que tiene este acto va desde la crítica a la comprensión. Ford divide claramente a los blancos entre los que comprenden y entienden a los indios y los que sólo quieren aniquilarlos. Durante el periplo, el realizador desarrolla diversas mini-historias paralelas, que tienen a muy variados personajes como protagonistas, algunas empiezan y terminan en la misma secuencia, otras en cambio van apareciendo en oportunas elipsis, pero todas ellas tienen que ver de forma directa o indirecta con el éxodo de los indios. En ellas podemos ver a actores con gran peso en la trama como Richard Widmarck, Karl Malden, Carroll Baker y otros cuya presencia es más bien circunstancial (Edward G. Robinson), aunque en términos generales el reparto coral incide en no destacar a ningún actor o personaje por encima de otro, cediendo totalmente el protagonismo al colectivo cheyenne en su totalidad, del que también vemos algunas caras conocidas como Sal Mineo o Ricardo Montalban.
Pese al tono decididamente trágico que tiene la historia, Ford no puede evitar pequeños descansos en los que da rienda suelta a su sentido del humor (el más conocido y llamativo, y delirante al mismo tiempo, tiene que ver con los personajes de Wyatt Earp y Doc Hollyday interpretados por James Stewart y Arthur Kennedy). Pese a todo, las imágenes de Ford tienen algo de elegía, no tanto de ajustar cuentas con el pasado como de mostrar con crudeza y realismo un hecho: la desaparición no tanto de un tiempo, sino más bien de un pueblo. Eso si, una desaparición mostrada con la misma dignidad con la que retrató las correrías de la caballería norteamericana, lo cual honra y mucho a Ford. Quizás la excesiva duración, va en perjuicio de un film que quiere contar con excesivo detalle demasiadas cosas, lo que lo hace un tanto irregular en su conjunto.
manulynk
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14 de julio de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Sorprende el último western de John Ford! Un plausible intento de redimirse que, quienes reconocemos la gran valía de las culturas indígenas y sentimos profundo respeto por las minorías raciales, lo acogemos con agrado y con humilde aceptación. <<EL GRAN COMBATE>> (título en español muy impreciso), resulta un filme de gran valía porque -tras ese puñado de westerns pro-yanquis, reaccionarios, fascistoides y racistas, que el mismo Ford había aportado para servir de tapadera a las ignominias históricas cometidas por el estado norteamericano contra las culturas nativas-, verle, pocos años antes de su retiro, mostrando con objetividad la realidad que ha padecido el pueblo Cheyenne, es algo que lo redime, pues, recupera parte de su extraviada ideología.

Con un guion escrito por James R. Webb, ahora se nos permite mirar la cara sombría de la moneda y vemos a un pueblo aguerrido, comunitario, con grandes valores morales y culturales, viviendo en una árida reservación del tamaño de una estampilla de correos, ubicada en el desierto y vigilada cual si fuera una cárcel para que no se les ocurra a los nativos traspasar sus linderos y acercarse a las tierras de la “civilización”. Allí, les han incumplido todas las promesas, los mantienen racionados en sus alimentos y se les impide desarrollar los avances propios de su cultura. “Hasta un perro puede ir a donde quiera ir, pero un Cheyenne no”, dirá con contenido dolor uno de sus jefes.

Aunque yo le cortaría unos cuantos metros a diversas escenas y siento que la secuencia con Wyatt Earp y Doc Holliday, aunque entretenida, es mera autocomplacencia y gusto de incluir a dos de sus actores favoritos (James Stewart y John Carradine), la película reluce con su gran reparto encabezado por Richard Widmark (el capitán Archer), un hombre que se duele de lo que el Estado hace con los "indios" y se pone a punto de perder su rango por querer ser justo. Carroll Baker, la consecuente maestra dispuesta a sacrificarse para defender a los niños huérfanos que viene dejando el infame atropello. Ricardo Montalbán y Gilbert Roland (Pequeño Lobo y Cuchillo sin filo), quienes heredan el mando tras la muerte del cacique, y asumen con su pueblo la larga y penosa caminata hacia su antiguo feudo, contra los rigores climáticos y la oposición enconada del ejército azul oscuro. ¿Y qué tal esa presencia de, Patrick Wayne, el hijo de John Wayne, emulando a su padre en su odio por los indios y poniendo luego esa cara de “bueno, ya entendí”.

Asistimos también a una espléndida despedida del Monument Valley (con imágenes en 70 mm) donde, Ford, gestó aquellos inapropiados, pero bien rodados westerns de antes; y presenciamos un drama con toques verdaderamente humanos surgidos, en principio, de la pluma de una mujer, Mari Sandoz, autora de la novela "Cheyenne Autumn" (1951), y complementados con la novela, "The Last Frontier" de Howard Fast, que hace de éste filme el último bastión de una prolífica obra cinematográfica que, aunque llena de altibajos, dejó para la posteridad algunos títulos realmente magistrales.

Título para Latinoamérica: <<EL OCASO DE LOS CHEYENNES>>
Luis Guillermo Cardona
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21 de noviembre de 2019
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los últimos años de su carrera, John Ford se concienció del problema indio al que el Gobierno americano, a través de su ejército, mantenía confinado en reservas completamentes inadecuadas para que se mantuvieran con vida por sí mismos, y las promesas y los suministros que les prometían se quedaban por el camino.

La revuelta del pueblo Cheyenne existió en la realidad, y caminaron casi dos mil kilómetros para volver a las tierras que los vieron nacer y por las que lucharon hasta prácticamente su exterminio. John Ford introduce unas cómicas escena de Dodge City, donde el sheriff era Wyatt Earp con su inseparable Doc Holliday, para darle ciertos visos de verosimilitud a la historia, ya que los Cheyennes pasaron muy cerca de Dodge City en el camino hacia sus tierras.

Bellos paisajes de los parajes estadounidenses, gran fotografía que estuvo nominada a los Oscar de la Academia, y un alegato antirracista de un conservador que cuando llegaba su final denunció con su arte lo que ocurría con las tribus autóctonas de su país, y por eso merece todo mi reconocimiento.

Sobresaliente, 9.
andeltor
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4 de octubre de 2011
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue el último western de Ford y narra la heroica huida de los indios cheyennes desde una reserva federal en Oklahoma hasta sus tierras de origen. Este retorno a los orígenes, del todo legítimo y lógico, intentará ser impedido por el ejército yanqui, el cual busca retenerlos de nuevo en la reserva de la que se escaparon.
Pese a que el argumento daba para otra gran película del maestro, "El gran combate" se muestra como una de las obras más endebles y aburridas de Ford, en la que apenas se dan cita el aliento épico/trágico y la capacidad sentimental de su legendario autor, consecuencia también de una díficil tarea de producción y de un guión anonido y mal estructurado.
El reparto es impresionante, pero muy poco aprovechado. Está muy por debajo de la media cualitativa de Ford.
kafka
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2 de julio de 2009
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de mi vida como cinéfilo (y de mi constante admiración por el cine de John Ford, es decir, por el cine en estado puro) siempre he tenido una gran curiosidad por visionar “El gran combate”, pues es un film del que siempre he leído que fue una obra desdibujada y desvirtuada por los productores, los cuales vilmente masacraron y cambiaron totalmente la idea original de la película tal y como la concibió Ford.

Esto llevaría a pensar que “El gran combate” es una película desequilibrada, fallida, descompensada e incoherente, pero, cual grata ha sido mi gran sorpresa, cuando me he encontrado un film compacto, consecuente, inteligente y nada adulterado. No se cuáles fueron esos cortes que los “malvados” productores hicieron a esta obra tan fordiana, lo que sí sé en que no la desvirtuaron en absoluto, pues mantiene todo el espíritu y emotivo homenaje a los cheyennes, así como al tremendo éxodo al que se vieron obligados. Una obra fordiana genial y crepuscular, impecablemente rodada como era habitual en el Maestro.

Entonces ¿qué es despotricable en ella? pues algo que me irrita considerablemente y que quiebra rotundamente el (hasta entonces) magnífico ritmo de la película. Me estoy refiriendo a ese episodio cómico, metido con calzador, de la partida de poker entre James Stewart, Arthur Kennedy y John Carradine. ¿Qué sentido tiene esos toques de humor en una película tan sería y dramática como esta? puede que la intención de Ford fuese desdramatizar un poco la tensión acumulada y, por eso, mete este numerito cómico. Pero en mi opinión fracasa totalmente, y, esto, sí que desvirtúa la película.

Que el bueno de Jimmy Stewart esté impecable (como siempre en él) haciendo de Wyatt Earp no justifica la existencia de este episodio, pues es un episodio totalmente incoherente en la trama, innecesario, absolutamente prescindible; podría estar metido en esta película como en cualquier otra, es intercambiable, entonces ¿qué necesidad habría de mantenerlo? Y no digo que esté mal rodado o sea más flojo que el resto del film, no, por Dios, está magistralmente rodado, pero no aporta nada a la película y es sumamente superfluo. Menos mal que la película es tan magnífica que este “desliz” no consigue empañar el buen sabor de boca que siempre nos deja el Maestro de Maestros, el siempre añorado John Ford.

El Despotricador Cinéfilo
El Despotricador Cinéfilo
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