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España España · Madrid
Críticas de Fendor
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Críticas 123
Críticas ordenadas por utilidad
Chuck Norris contra el comunismo
Documental
Rumanía2014
6,2
306
Documental
6
21 de enero de 2016
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos tiempos conspiranoicos ya no se sabe cuándo algo es cierto o no, pero tras ver Chuck norris vs Communism he recordado la noticia de la muerte de Osama Bin Laden. Aquella en que se explicaba cómo este pasó los últimos días de su vida viendo series y películas de producción estadounidense, oculto en una cueva o algo así. Este detalle resultó, ante todo, algo más que contradictorio para mí. Un hombre que pretendía acabar con la cultura que más le entretenía.

Chuck Norris vs Communism juega en otra liga, es cierto, en la contraria, pero no deja de basarse en un mismo argumento. Porque lo que Ilinca Calugareanu nos intenta contar a través de su película es cómo el cine estadounidense convenció a las gentes de la Rumanía años ochenta de que la dictadura que les sometía no les permitía ver otro mundo (y lo que había más allá de su sistema). El desarrollo que se esconde entre el inicio y el final es algo más complejo que lo expuesto aquí, pero en esencia es lo que cuenta este documental. Una cinta que demuestra que hay cierto valor en las cosas por el mero hecho de no haberlas tenido nunca o por habérsenos prohibido, igual que no se valora lo que siempre ha estado ahí o siempre se ha tenido.

Hasta qué punto existe una relación, cada cual dirá, aunque no se puede obviar la fuerza del cine para modificar culturas o personas (o hacerlas pensar un poco más allá de lo que les permiten otros), sobre todo en tiempos anteriores a Internet, con la escasa información del exterior que se podía conseguir si algún gobierno así lo requería. De todos modos, Chuck Norris vs Communism resulta interesante, sobre todo, porque muestra la burocracia de la censura y cómo algunos lograron escabullirse de ella y de otras hostilidades del Estado opresor. El problema es que lo sorprendente e interesante de su premisa dura apenas unos veinte minutos y después todo se vuelve repetitivo. Como documental acaba en ese momento. El resto del metraje, que intercala acción ficticia y recreación con entrevistas a los niños y los padres de esa época, es más bien relleno, relleno optimista. No es del todo anodino, es sólo información redundante (y cuestionable).

Supongo que para un rumano hay algo más que a los demás espectadores se nos escapa. El hecho, por ejemplo, de que todas las cintas, que llegaban ilegalmente y eran distribuidas en secreto entre vecinos (al precio de mercado), eran dobladas al rumano por la misma persona. Una única voz que llegaba a cada hogar del país y que supuso un nexo común y generacional para un montón de gente. Pero claro, a mí eso no me importa tanto, aunque lo aprecio como pensamiento (a mí también me gusta conocer el rostro de quien pone voz a mis actores favoritos; aunque sea un tema controvertido, el del doblaje). Pero es interesante, ¿no? Porque en España el doblaje se atribuye al franquismo (aunque se sabe que no es cierto) para censurar las películas extranjeras (cosa que sí es cierta), y sin embargo en Rumanía fue una parte consistente de las ansias de cambiar de Régimen (a la vez que clave para mantenerlo tal y como estaba) y tener un poco más de libertad, con balas y a lo loco.

Así es, el cine de Chuck Norris, amigos, y el de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude Van Damme (considerado fascista por muchos y lejos de la democracia) ayudó a derrocar al dictador Nicolae Ceaușescu. Pero claro, habrá quien se pregunte si no han confundido McDonald’s con democracia, de ver tanto la tele.



[Texto publicado en www.cinemaldito.com (@CineMaldito)]
Fendor
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3
3 de noviembre de 2014
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gusta el cine que habla sobre las mujeres y se centra en ellas, sin embargo, en ocasiones también me aburre. De hecho, se podría decir que me ocurre exactamente lo mismo que con cualquier tipo de cine, sea del género que sea o de la temática que toque en cada momento. La diferencia estriba en cómo me muestren lo que me quieran ofrecer; así, puedo disfrutar con Frances Ha o Ida (por poner tan sólo dos ejemplos recientes de géneros dispares), y no hacerlo con cosas como Bajo el sol de la Toscana o Miss Sinclair. Por otra parte, soy bastante pro-cine francés —sólo si me comparan con otros españoles, no con los franceses—, por lo que en un principio la idea de ver una comedia sobre once mujeres en busca de la felicidad a lo Sexo en Nueva York, pero en París (como en Sexo en Nueva York) no tenía mala pinta.

Audrey Dana, actriz francesa a la que algunos recordamos por sus papel en el thriller policiaco Roman de gare y sobre todo en la estimable Welcome, del director Philippe Lioret, se lanza ahora también a la dirección y al guión con French Women, título extraído del original francés Sous les jupes des filles (literalmente: Bajo las faldas de las chicas), acompañada en la escritura del mismo por Murielle Magellan, Cécile Sellam y Raphaëlle Valbrune. Varios puntos de vista para contar las historias de distintas mujeres, en las que el denominador común es el exceso en los niveles de azúcar, incluso en escenas de sexo o tratando el tema de la infidelidad. Esto es especialmente sangrante en los momentos en que las guionistas pretenden transgredir o criticar determinados tics socialmente establecidos, pues al final parecen dar el mensaje opuesto al que se les intuye quieren dar. En este sentido hay dos escenas dignas de mención, no sólo porque una de las protagonistas critique o ponga en ridículo o en evidencia a otra, sino porque en esas escenas hay varias mujeres prestándoles toda su atención y siempre con sorna y prejuzgando.

El principal problema de la película es que, a pesar de las buenas intenciones, que se notan, de la correcta dirección y de las aceptables actuaciones, de entre los once personajes que protagonizan esta comedia coral, ninguno atrae con sus historias; aparte, por supuesto, de su incapacidad para apenas hacer reír en los 116 minutos de metraje. En este sentido, desde hace varios años se lleva dando en la comedia un fenómeno que antes ocurría con frecuencia en muchas series de televisión que llevaban bastante tiempo en antena y a las que la falta de ideas nuevas convertía a los personajes en caricaturas de sí mismos, pero que ahora está bastante generalizado desde el principio de las mismas. Esto es, crear caracteres planos y simples (cosa que ya se hacía), pero añadiendo que sean completamente exagerados en su personalidad, como si fuese requisito necesario para encontrar la carcajada en el público receptor, el cual está cansado de no encontrar personas reales con las que sentirse identificado o a las que creerse.

Conozcamos a los personajes (sin spoilers):
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fendor
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8
11 de diciembre de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque si una película empieza con un sonido de contrabajo o violonchelo, ya sabemos a qué vamos.

Pensaba vuestro amigo Andrei Tarkovsky que el cine debería ser capaz de ser un arte completamente alejado de los otros artes, incluyendo en esos la literatura. Se dio cuenta después de trasladar a la pantalla grande las palabras que crearon La infancia de Iván, del escritor Vladímir Bogomólov. El hombre se explicaba bastante bien al exponer sus motivos, y no deja de ser un modo de justificar su cine como una visión unipersonal del mismo; una perspectiva bastante interesante sobre lo que debe ser el cine, al fin y al cabo. Y razón no le faltaba, aunque debe ser difícil de llevar a cabo de tal forma si tu mente no tiene dentro un universo propio, por muy genio que seas, y te sale mejor recurrir a otras manos para darles tú la forma que te plazca (hola, Kubrick). También decía, y es a lo que voy, que existen obras literarias que retienen su mayor valor en la palabra (por encima de la historia), que son difícilmente trasladables en cuerpo y alma al lenguaje cinematográfico o cuya maestría estilística queda muy lejos de lo que un guion puede adaptar.

En cambio, habrá mucha gente que opine lo contrario, que no hay límites, y en esas estamos: visceralmente. La novia convierte Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en una de las mejores películas españolas del año, a pesar de o gracias a su exceso. Exceso de literalidad, claro. La pasión es siempre excesiva y sin ese componente dejaría de ser tal, tan sólo amor. Este exceso no le sienta nada mal al cine. Y por eso mismo el texto de Lorca y las imágenes de Paula Ortiz casan tan bien, porque se complementan. Porque, al contrario que películas patrias más antiguas y desarrolladas bajo un mismo estilo literario y literal, aquí todo es más natural, menos recargado y sin embargo más potente. Es verdad que en algunos momentos se cae en un espíritu similar al cine de entonces, especialmente cuando percibimos que los actores recitan más que hablan, y con ello el resultado es más teatral, volviendo a alejarnos de las palabras del maestro ruso (aunque por suerte no ocurre con frecuencia). Esto limita el valor de La novia como puro cine, volviendo a Tarkovsky (del que no nos habíamos ido), ya que el séptimo arte puede ser visto como la unión y conjunción de todos los demás, los seis anteriores y alguno más… y por ende el más completo y elevado, pese a que para él el cine era sólo su percepción y la que obtenía de los demás como respuesta. Para eso están también los actores, para ayudar. En su esfuerzo puede medirse también el éxito de una representación, y por eso deben destacarse, sobre todo a Luisa Gavasa, pero también al resto de actores, porque hacen que este film eluda la televisión, también.

¿Y por qué tanto Tarkovsky?, se preguntarán. Por los sueños y lo onírico, respondo. En La novia hay mucho subconsciente y está bastante bien representado. Sabemos lo que son los sueños y es más fácil situarlos y entender su representación, no como con el director ruso, pero eso no debería restarle valor. Andrei (ya hay cierta familiaridad entre nosotros) también era excesivo en las palabras, profuso y filosófico, en cambio Paula Ortiz es sólo lo que Lorca fue, y ella le da a su texto forma visual. Y de qué forma. Convierte el apelativo ‹cine español› en algo lógico y natural, sólo con sus imágenes. Porque es un tema recurrente, el del cine español y su espíritu o carácter uniforme, si es que existe actualmente. En mi mente siempre había sido más o menos esto. Algo serio, que no busque dejar clara su nacionalidad con un toro y un tablao flamenco, pero que mezclara lo antiguo y lo nuevo con sobriedad, personalidad y naturalidad. Y para eso lo mejor es abrazarse a Lorcas, Migueles, Unamunos, Valle-Inclanes, Juan Ramones, Machados, pero también Larras, Gustavo-Adolfos, Rosalías, Góngoras… y todo lo que nazca de ese espíritu.

Y La novia no bebe de ese espíritu, se baña en él y en su poesía. Eso la hace única pero también fácil de criticar y hasta de parodiar.
Fendor
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6
22 de mayo de 2016
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Justo al salir de la sala donde pude ver The Boy, la encargada del pase preguntó a los asistentes qué nos pareció la película. Mi respuesta, en un alarde de oratoria y elocuencia, respondí «he pasado miedo, así que…». Ella entendió —más por mis gestos que por mis palabras, seguramente— que me había gustado, y luego, ya caminando por la calle y de vuelta a casa en el metro —aprovechando que no tengo internet en el móvil, ni tarifa de datos, ni mensajes que escribir ni que leer— empecé a pensar en mi triste y ambigua respuesta. No porque el miedo sea subjetivo, ni siquiera por las trampas de guion o por los trucos que te llevan a sentirlo o a predecirlo antes de que se dé un momento de terror concreto, sino porque «miedo» tal vez no fuera la palabra adecuada para describir mis impresiones.

Para explicar el sentimiento que me acompañó durante la primera media hora de metraje (quizá la hora entera), primero debería hablar de la película protagonizada por Lauren Cohan —The Walking Dead—, Rupert Evans —The Man in the High Castle— y un muñeco de porcelana con aspecto de niño a tamaño real y mirada algo siniestra. Ese es el detalle que, no por repetido, llama más la atención: El personaje de Cohan ha sido contratado para cuidar de ese muñeco que, además, tiene una lista de reglas o normas que debe cumplir para que no se enfade, porque es un niño muy travieso (aseguran sus padres) y, como tal, puede que le haga alguna inesperada diablura aprovechando la ausencia paterna. Lo que en un principio provocará una sonrisa de incredulidad y cierta expectación en el espectador, se irá desarrollando adecuadamente —a pesar de carecer de elementos nuevos que la separen de otras cintas similares— y poco a poco la tensión irá creciendo, y sobre todo la sensación de tener automatonofobia y, por qué no, algo de coulrofobia también.

No hay que olvidar que hay un misterio por resolver, en nuestro fuero interno, y que deseamos conocer al final de la película: ¿qué leches es ese muñeco de mirada aviesa en realidad? En este sentido, The Boy se muestra mejor cuando se considera a sí misma una cinta de misterio algo cómica y no sólo una cinta de terror clásico, terreno en el que funciona en dosis bien administradas hasta llegar a su resolución, instante en el que uno, como asistente, está a punto de echarse a reír —no sabe si por los nervios acumulados— o a punto de preguntarse si ciertas cosas no están fuera de lugar y debería valorarlas más que los propios sentimientos generados durante la hora y pico restante de la trama. Supongo que, una vez más, esa es la clave para decidir de cada uno. No es una gran película, ni siquiera es una historia nueva, pero es posible que se la juzgue más por sus trampas y resoluciones que por el desarrollo y las sensaciones provocadas durante la misma. Entretenida es, aunque también es un pulso contra la inteligencia del espectador en ciertos detalles, los cuales debe aceptar o no, y entonces acatar las posibles consecuencias tan feliz como sobrecogido si no está acostumbrado a los seres inertes con personalidad y mal carácter.

Y claro, si te dan miedo los muñecos, las marionetas, los peleles, los títeres, los maniquíes, espantajos, fantoches y otros sinónimos, te recomendaría que vieras The Boy y así multiplicaras la aprensión y el desasosiego hasta límites perversos.
Fendor
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9
24 de mayo de 2015
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me da miedo la muerte, temo a lo que viene después. Temo a la Eternidad, a la Nada, a mi incapacidad para entender, para asimilar, a las preguntas sin respuesta, a la lógica sin sentido, a ese yo que olvidaré para no ser yo nunca más. Me siento como un niño, un niño que se encuentra ante un hecho inabarcable, implacable, cruel (desde mi punto de vista, al menos), incapaz de hallar solución, y aun así incapaz de dejar buscarla. Inexorable, en definitiva. Como un niño, así soy yo, ante la certeza de la muerte.

No sé si soy una persona especialmente optimista, pero me gusta la vida. Hay gente que dice que sin la muerte no valoraríamos la vida. Yo siento que sí, que aprecio la vida, vivirla. Es una lástima, la pérdida, también y especialmente. No sólo teme uno de sí mismo, también de los suyos. Así, incluso, me pasaba siendo niño. Rezaba, yo, creyendo que alguien me oiría, en silencio. Pedía a Dios, en primer lugar, que existiera, y después que no dejara que nadie de mi familia falleciera. Es una extraña sensación, la que causa la muerte. El séptimo sello refleja tan bien lo que significa descubrir que vamos a morir, que no sentir nada o sólo hastío, tras verla, es tan inexplicable, casi, como nuestra propia condición.

He visto El séptimo sello tres veces. La primera hace diez años, la tercera hace un par de años. Nada ha cambiado, en realidad. Cuando la vi por primera vez pasaba, yo, por una pequeña crisis existencial. A determinada hora del día, me sobrevenía el pensamiento, el miedo; era algo involuntario y sin embargo me perseguía hasta la hora –intempestiva- de dormir. En una de esas noches, El séptimo sello se me presentó, para escuchar mis miedos, sin necesidad de contárselos, y hacerme sentir mejor. Aquella racha pasó, afortunadamente, tras el fin del verano. Después de eso, aprendí a esconder mis dudas en un cuarto oscuro dentro de algún rincón de mi cerebro. Si alguna vez vuelven a aparecer, las dudas, trato de eliminarlas con firmeza, no tienen tanta importancia. Sea lo que sea, no tiene arreglo, ¿para qué pensarlo? Así todo es más práctico, pero El séptimo sello va más allá. Sus reflexiones y metáforas son intemporales, inmortales. El séptimo sello estará siempre presente, en nuestras mentes, mientras siga existiendo el séptimo arte, mientras siga existiendo el hombre, como una gran obra maestra incontestable, como incontestables son las preguntas que se plantea, excepto aquellas que no nos atrevemos a responder (algunos).

Las personas querrán olvidarse de la muerte, querrán entretenerse y no pensar. No vale la pena darle vueltas, en verdad. Pero al final de todo, como en una partida de ajedrez, tanto el peón como el rey acabarán juntos en la misma caja.
Fendor
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