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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1 536
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de marzo de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Henry King, es un cineasta de la casa, Twenty Century Fox, artesano y eficiente. En esta ocasión nos relata una estupenda película clásica de aventuras de capa y espada, protagonizada por la gran estrella de la casa, Tyrone Power, rodada en escenarios naturales italianos, con una gran fotografía de Leon Shamroy en un excelente blanco y negro. Acompañada por una banda sonora descriptiva y evocadora de la época, del gran Alfred Newman (el CD con la BSO viene de regalo). Basada en una novela de Samuel Shellabarger. Tengo la impresión de que esta película no se estrenó en España, pues el doblaje del DVD está en un español (neutro) que es como se denomina al doblaje latinoamericano.

Andrea Orsini (Tyrone Power) es un arribista en la Italia de los Borgia, que empieza ocultando por estrategia su apellido plebeyo, Zappo, y sirviendo a los intereses de el cruel Cesare Borgia (Orson Welles) para acabar transformándose en un hombre diferente durante su estancia en la pequeña Cittá del Monte (que no es sino una ciudad imaginaria formada por localizaciones hechas en tres ciudades distintas: San Marino, Siena y San Gimignano), donde descubre la armonía. El ambiente relajado, con ecos casi panteístas, que encuentra allí, la serenidad del bondadoso Conde que la gobierna, Varano (Felix Aylmer), quién le hace entender que la juventud no es la época más feliz en la vida del ser humano, y la ingenuidad y nobleza de la esposa de este, Camilla (Wanda Hendrix) de la que Andrea se ha enamorado, obran esa transformación, que lo lleva a enfrentarse a su antiguo señor, el malvado Cesare, ayudando a sus nuevos amigos contra el asedio de las poderosas tropas del Borgia.

En “El príncipe de los zorros” se dan la mano elementos filosóficos y místicos muy del agrado del cineasta, Henry King, quién hace de esta aventura en la Italia renacentista un relato de aliento a un tiempo épico e intimista contra la idea y la figura del Poder (lo cual, si se tiene en cuenta que el film fue realizado poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, puede ser entendido como una referencia a Hitler). Por ello, aunque hay dos partes en la película (antes y después de la llegada de Andrea a Cittá del Monte) el conjunto tiene gran coherencia. El film comienza con los funerales del marido de Lucrezia Borgia, que componen una cadena de rituales (religiosos, políticos, guerreros, amorosos) filmados con innegable elegancia y eficacia narrativa: cada plano y cada encuadre poseen un sentido que advierte sobre el significado de los hechos, gestos y miradas que conducen el relato.

Hay una parte en la personalidad de Andrea, artística y humanista, le gusta pintar y le ennoblece su humildad reconociendo que tiene mucho que aprender. Un film que a pesar de ser de aventuras, también recrea audazmente la época artística en la que ocurren los hechos, con unos buenos secundarios que le dan al film un lustre digno de admirar.
Antonio Morales
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7
12 de marzo de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El vienés Fred Zinnemann, autor de films tan importantes y emblemáticos como “Solo ante el peligro”, “De aquí a la eternidad” o “Un hombre para la eternidad”, es un excelente cineasta, que no se le ha valorado en lo que merece. “Historia de una monja” es su decimoquinto largometraje, mediante el lenguaje elegante del melodrama aborda el tema de la religión católica con seriedad y sin artificios ni maniqueos. La película adapta la novela biográfica del mismo nombre, escrita por Kathryn C. Hulme, basada en la vida de Marie-Louise Habets, publicada un par de años antes. Rodada en exteriores de Belgica y el Congo, los interiores se rodaron en Cinecittá (Roma), inaugurando la moda del rodaje de muchas películas americanas de gran presupuesto.

Lo primero que sorprende en “Historia de una monja” es su total sobriedad, lo que, unido a la ausencia deliberada de espectacularidad y sensacionalismo, la distingue radicalmente de casi todas las grandes superproducciones de la época. Conforme avanza la película comprobamos que la sobriedad está refrendada por un extraordinario rigor, una constante precisión, para tratar de lograr (con notable honestidad) aproximarse a los avatares de una monja, durante los diecisiete años que duró su consagración a Dios. La historia comienza cuando la joven belga Gabriella van der mal (una maravillosa Audrey Hepburn) hija de un acomodado cirujano decide, abandonándolo todo, entrar en el convento de las Hermanas de la Caridad de Jesús y María.

Su fuerza de convicción hace que cualquier aparente sacrificio le parezca irrelevante ante su decisión de seguir el mandato divino: “Vende todo cuanto tengas, ven y sígueme”. Su itinerario prevé una etapa de postulante y de novicia para conseguir ese silencio interior que posibilite estar en contacto permanente con Dios. Pero ese presunto camino de perfección significa el abandono de todo lo humano: ”La monja perfecta es la que obedece hasta la muerte”. Los conflictos de Gaby para acabar convirtiéndose en la hermana Luke (Hepburn) comienzan porque no abandona todo al oír la campana - la voz de Dios -, sino que continúa cuidando a la enferma, le cuesta aceptar esas “imperfecciones” ante la superiora. Incluso tiene que renunciar a su talento para la medicina, para no herir la susceptibilidad de sus compañeras, debe aceptar una evidente mala interpretación de la humildad.

La llegada al Congo servirá para que Luke compruebe que hay otros modelos distintos del que proponen las órdenes religiosas. El Dr. Fortunati (Peter Finch), en palabras de la madre superiora es peligrosísimo porque “es maravilloso, pero soltero y no creyente”, pero Luke le admira cada vez más como es, un claro referente de su adorado padre. Ella está en perpetua tensión, producto de una lucha interior agotadora, en la que tiene que reprimir permanentemente sus sentimientos más profundos. Zinnemann nos ofrece un film humano y estremecedor sobre la fe, los dogmas y la moral, el cineasta siempre insinúa y nunca subraya, que tiene un admirable guión de Robert Anderson en el que podemos sentir la soledad, el trato frío y desolador de la institución y la habilidad del cineasta para con tan escasos elementos pueda conseguir tal intensidad.
Antonio Morales
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8
11 de febrero de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el éxito obtenido por Fritz Lang con “La mujer del cuadro”, el cineasta había quedado tan satisfecho que repitió el mismo trío protagonista para esta producción de Walter Wanger, no olvidemos que Joan Bennett era la esposa del productor. En esta película, igual que sucede en “La mujer del cuadro”, el retrato de una mujer fatal, encarnada por la misma Joan Bennett, y la figura de un delincuente interpretado por Dan Duryea, poseen gran importancia. Sin embargo a pesar de las similitudes que hay entre ambos films de Lang, entre ellas el fatalismo, y la presencia de un hombre dominado y humillado por una mujer, todavía son más llamativas sus diferencias, las cuales confieren a cada obra una personalidad diferente. “Perversidad” es más sombría, amarga y desesperada que “La mujer del cuadro”, en buena parte por el carácter de su personaje principal, el cajero Christopher Cross (Edward G. Robinson), pero también por el tratamiento que Lang dio al relato, crónica negra de unas relaciones de dominio.

“Perversidad” es un prodigio de narración en la obra de Lang que de manera inteligente nos muestra sus personajes. Cross está descrito como un pobre hombre gris y frustrado: ha contraído matrimonio para ahogar su soledad con una viuda ácida y dominante que no lo ama, renunció a su pasión que era la pintura, por una vida anodina pero segura que es la de cajero. El azar le va a precipitar a los brazos de una de esas hermosas mujeres con las que sueña y que, a la vez, la situación pondrá sus cuadros en el punto de interés de las galerías de pintura, de los marchantes y compradores, sin que nada de todo ello suponga otra cosa para él que la reafirmación de su condición de hombre frustrado, de víctima. La sordidez se va acumulando en la película con la naturalidad que lo hace la lluvia: es el retrato de un perdedor nato, al que Lang, con la excelente ayuda del operador Milton Krasner, sigue en su cadena de desilusiones hasta llegar a la humillación moral más aberrante, a través de sombríos paisajes urbanos o interiores cargados de tensión.

Este “film noir” de corte psicológico y áspero, que alumbra una sensación de pesadilla constante, es un remake de un largometraje de Jean Renoir en 1931 titulado “La golfa”. El tratamiento que Fritz Lang hace de sus personajes es implacable, ni siquiera su maltrecha víctima, tiene redención alguna, ya que aparece como un hombre patético, capaz de delinquir y mentir compulsivamente para no perder a la mujer que desea. Todos los personajes sueñan, todos ambicionan, todos son farsantes y arribistas, el cineasta abandona la perspectiva social anterior para bucear en el interior del ser humano e intentar descubrir las causas que conducen a su degradación moral.
Antonio Morales
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8
27 de enero de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera colaboración de Billy Wilder con el que sería por muchos años, su guionista habitual, I. A. L. Diamond. “Ariane” presume de ser una de las películas menos conocidas de Wilder, pero en mi opinión nada desdeñable, es una comedia romántica que insinúa más de lo que muestra. Contrariamente a lo que se suele pensar, el cine de Wilder puede deparar muchas sorpresas, aunque circulan muchos tópicos como: demasiado evidente, tan poco sutil como algunos de sus personajes de brocha gorda. Y también sucede, por otra parte, que el fácil acceso a sus películas en DVD o en los canales de televisión alimentan otros tópicos: la imagen de un Wilder dicharachero y feroz, malicioso y cínico, un centroeuropeo escéptico en la corte de Hollywood. Pero seamos serios: ¿qué hay de verdad en estas leyendas?

Tomemos como ejemplo “Ariane”, una mezcla perversa de fábula en apariencia rosa y cuento cruel sobre la virginidad y los mitos románticos, la película se centra en una encantadora jovencita francesa, Ariane (Audrey Hepburn) perdidamente enamorada de un playboy yanqui que responde al impagable nombre de Frank Flanagan (Gary Cooper) y celosamente vigilada por su padre (Maurice Chevalier), un detective privado experto en temas amorosos. El cineasta en un tono burlón parece no dejar títere con cabeza, presenta un ridículo París de celofán y opereta, denostando la figura del macho americano en toda regla.

El acercamiento de Wilder al material que tiene entre manos (estamos hablando de una producción de 1957), por su audacia, se revela mucho menos despiadado de lo que aparenta, una reivindicación de la autenticidad frente a las máscaras de las convenciones sociales. Lo que atrae a Frank es esa inocencia pícara que llega a descolocar al playboy acostumbrado a que nadie se le resista a sus caprichos, y la imaginación desbordante de nobleza ante el verdadero amor que esgrime Ariane, aunque Cooper esta correcto en el personaje, en mi opinión es un poco mayor para el mismo.

Como es habitual en el cineasta, el humor se mueve entre lo mordaz y lo esperpéntico, Frank es un galán de guardarropía: su teatro es la habitación del hotel donde seduce a sus conquistas, y su única arma, aparte de su estilo ridículo, es el curioso cuarteto de músicos zíngaros que ameniza con música de fondo sus aventuras, destacando el tema “Fascinación”. La escena final en la estación de tren de París que no voy a contar, definen al cineasta a la hora de transmitir emociones, nadie como Wilder conoce la fragilidad del ser humano, y “Ariane” revela, así, no tanto una comedia, como un ejercicio de estilo sobre el propio género.
Antonio Morales
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8
28 de octubre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La comedia acostumbra a surgir de la confrontación de dos personajes, imposibles de conjugar, a menudo ubicados inicialmente en el lado equivocado que terminan por intercambiar posiciones. O expresado de otra manera: las transformaciones sociales suelen acarrear cambios personales. O viceversa. “Avanti!” (el título español me parece estúpido) lo refrenda. El cambio se ofrece como una suerte de educación sentimental, de revelación del protagonista masculino, una revelación que adquiere los rasgos de una mujer.

En cierto sentido, podemos hablar del encuentro de dos civilizaciones o continentes, o cómo la vieja Europa educa en el arte de vivir a los modernos Estados Unidos. Wendell Ambruster JR. (Jack Lemmon) es un eficiente y áspero hombre de negocios, casado, mojigato y conservador, que paga con una úlcera de estómago su estricta moral de vida. En un viaje a la Italia meridional, para hacerse cargo del cadáver de su padre fallecido en accidente de tráfico, descubre que su progenitor llevaba una doble (y feliz) vida, reuniéndose con su amante secreta en Ischia todos los veranos.

La situación es muy molesta para este agrio personaje, y más cuando conoce Pamela Piggott (Juliet Mills), la hija de la amante de su padre, porque representa todo lo que él no es y de lo que carece. Este film agitado y conmovedor, es una comedia deliciosa e inteligente, donde triunfa el hedonismo; pero la cercanía o presencia de la muerte, siempre está presente en esta última etapa de Wilder, adquiere un peso cada vez mayor en su filmografía. Considérense los diversos toques de humor macabro que amueblan la historia y que siempre supone una lección para los vivos. Con todo prevalece un encomiable “carpe diem” un canto a la alegría de vivir, rechazando las hipocresías, muy acorde a un bullicioso Wilder.

Como bulliciosos son los hoteles del cineasta, lugar de confusiones de objetos e identidades, espacio donde convergen los personajes más divertidos, señoriales o subalternos, casanovas caducos y conserjes serviciales… o el impagable gerente Carlo Carlucci (Clive Revill) de Avanti!, no por azar auténtico maestro de ceremonias de la pareja. Wilder describe una Italia con su idiosincrasia latina y mediterránea para poner en solfa los valores más idiosincráticos americanos. Logrando situaciones que facilitan la abundancia de chistes y bromas…, aunque la inmediatez del gag visual vence al gag oral. Para Fernando Trueba, Billy Wilder era Dios, yo no me atrevería a tanto…, pero lo situaría cerca de la Santísima Trinidad.
Antonio Morales
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