Llega a nosotros los espectadores cubanos la más reciente película de Jocelyn Moorehouse aquella directora australiana que en la década del 90 nos sorprendió con aquella agradable película titulada La boda de Muriel, después se perdió en el marasmo hollywoodense.
Ahora regresa a su país natal con esta producción que reúne en los papeles protagónicos a una serie de actores y actrices australianos que con desigual suerte entre si han transitado por la meca del cine: Kate Winslet, Judy Davis, Liam Hemsvorth y Hugo Weaving.
La modista comienza como un filme demodé: años 50, una joven exitosa en el mundo de la moda de París, que regresa a su pueblucho natal en busca de encontrar la verdad sobre su oscura niñez. A partir de acá el filme se desarrolla en clave de telenovela con toda la hipérbole y los excesos melodramáticos de este subgénero. Oscilando entre la parodia y el homenaje hasta poco más de la mitad del filme, luego parece que la directora se da cuenta que se le ha ido la mano con el melodrama y comienza con la parodia hasta que llegada la media hora final se decanta por la sátira desmelenada. Conviviendo entonces hasta dos y películas en una.
El melodrama y en particular la década del 50 del siglo pasado en Norteamérica y Europa Occidental han sido visitados, homenajeados , parodiados y hasta condenados por toda clase cine.
Poco aporta este filme curioso de la Moorehouse, curioso por su reparto, lo mejor del mismo, curioso por su pastiche. No más.
Arístides.

Gracias a la tecnología digital pude revisar en mi casa un filme que en mi juventud me había gustado mucho: Vivir y morir en Los Angeles/ fue estrenada en Cuba, donde vivo en la década del 80 del siglo pasado fecha en que se realizó la película.
El filme con todas las señas del cine negro o neo noir como se le llama: corrupción de la justicia y la autoridad policial, línea tenue entre el bien y el mal, personajes de gran complejidad sicológica. To Live and Die In L.A mantiene intactos sus valores estéticos de entonces: una perfecta edición, actores de primera, en especial William Petersen como el impetuoso a la vez que heterodoxo agente del servicio secreto que busca aplicar justicia sin parar mientes. Demostrando todo su carisma que años después sería también utilizado para la ahora mítica serie CSI Las Vegas del lado antagónico un insuperable Willen Dafoe, suerte de genio del mal, con toda la ambigüedad que trasmite su mirada y sus ademanes que van desde la fragilidad hasta la perversidad produciéndose entre ambos actores un verdadero choque de trenes actoral.
El filme tiene también secundarios de lujo: Debra Feuer, Darlanne Fluegel en los roles femeninos son dos actrices que tenían todo para triunfar: belleza, talento pero nunca pudieron trascender. Cosas de la vida y del cine. La primera muy bien como esa prostituta de corazón de oro atrapada en las redes de sus propios errores: las estrellas son los ojos de Dios musita en un par de secuencias premonitorias tanto por las palabras como por su rostro de que no va a tener un buen final. La segunda despliega toda su obscena sensualidad para bordar un personaje complejo marcado por la ambigüedad sexual lo que se remarca muy bien en dos secuencias con Dafoe muy bien montadas.
Del lado masculino dos actores que curiosamente si triunfaron en Hollywood pese a que sus biotipos no eran demasiados atractivos: John Turturro y Dean Stockwell. Perfectos como antagónicos el primero como un delincuente de poca monta el segundo como un refinado y corrupto abogado.
Vivir y morir en Los Ángeles como su título indica se desarrolla en la cosmopolita ciudad angelina una de las ciudades preferidas del cine negro norteamericano. Mostrándonos con rigor los peligros de toda gran ciudad, su corrupción y también lo difícil de hacer cumplir la ley en un terreno donde campea la corrupción y la codicia.
Un filme duro y áspero en más de un aspecto, pero sincero.
Han pasado treinta y un años de su estreno. Sus virtudes estéticas se mantiene, yo diría que aumentan con el paso de los años.
Su advertencia sobre la corrupción lamentablemente también.
Arístides.