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Críticas de La niña Wilson
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
5
22 de agosto de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Pero qué clase de personas/amigos somos? Primera de las preguntas que plantea Felices 140, de la directora madrileña Gracia Querejeta. A esta debería sumarse otra ¿por qué la película que todo el mundo vende como el reflejo de la crisis española no me ha convencido?

Reparto de lujo en una película española: parada cinéfila obligada. ¿Qué mejor plan para el día de Santa Faz mientras todo el mundo en Alicante está por ahí de parranda resguardándose del diluvio del siglo? Uno de mis mejores amigos me comenta que quiere (se obcecó) verla para apoyar al cine español disgustado por el éxito de taquilla de la nueva entrega de “Fast and Furioust 7”. En seguida me uní al plan.

Siguiendo la temática de “las bazofias humanas en que nos convertimos cuando vemos más de dos euros juntos” que comenzó el blog con la crítica El Capital Humano, intento de reflexión sobre los inicios de la crisis europea en Italia, Gracia Querejeta nos presenta Felices 140. Con un planteamiento más relamido que llamativo que explotó el mítico Carlos Saura magistralmente en La caza: reunión de viejos amigos que le dejan claro al espectador que sus vidas son tan tristes que ni ellos mismos se quieren dar cuenta.

Durante la primera media hora la película funciona. Todo es extrañamente idílico, muy colorido, si el niño (Marcos Ruiz) no estuviera enamorado platónicamente de su tía (Maribel Verdú) y a esta señorita, después de ganar un pastón al Euromillón, no le hubiera dado la neura de ¿alquilar? un pedazo de chaletorro con despensa con vino caro incluido.
Entre el champán, las vistas, todos los amigos tomando el sol en la piscina y esa típica amiga pesada (Paula Cancio) que todos tenemos en algún grupo, sí, esa que habla siempre de sí misma y que lo que necesitaría es que le metieran un gran tapón de corcho en la boca, pues como que te entretienes. La presentación de los miedos y frustraciones de los personajes se maneja con pulso. Después de que se desvele el verdadero motivo de la reunión las máscaras se van cayendo poco a poco y a todos los que parecía que les iba muy bien en la vida atacan como hienas despiadadas a la endeble e inestable nueva rica. Drama servido.

Cuando todo está empezando a dar un poco de angustia ocurre algo inesperado de la forma más tonta que uno pueda imaginarse. Los personajes van mostrando su verdadera cara y todo adquiere un tono cínico. Las excelentes interpretaciones de Antonio de La Torre y la hermosa Marian Álvarez, merecedora del papel protagonista, no pasan desapercibidas. Interpretaciones que no pueden cubrir esos nada creíbles vuelcos que da la historia. El guión se camufla en la idea de que estamos frente una comedia negra ante la cual toda brusquedad está permitida. Más bien comedia absurda diría yo. Ni mi canario Pepito se creería el final, pero una se lo toma a risa mientras escucha, ya en la salida, decir a mi amigo: “Oh, me ha encantado, a esta le casco yo un ocho en Filmaffinity”. Uno de los aciertos de la película es utilizar la técnica narrativa del flashback desde su comienzo permitiéndonos sacar nuestras propias conclusiones sobre si el dinero nos proporciona esa utópica felicidad.

No estoy de acuerdo con los que dicen que Felices 140 es un fiel reflejo de la crisis. Da igual en el momento de nuestra vida en el que nos encontremos. Da igual si vivimos una de las mejores épocas de bonanza económica o no. Aunque nos hayan inculcado (a mí no, estudié en un colegio de monjas) que el dinero no es lo más importante, sabremos que allá donde esté el “vil metal” tendrá una legión de seguidores hambrientos y babosos que le harán un altar, le venerarán y le prometerán fidelidad tanto en la vida como en la muerte. Pero eso sí, carroñeros, todo quedará en familia.

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La niña Wilson
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7
10 de agosto de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La situación griega nos preocupa, la situación griega nos ha preocupado, la situación griega nos preocupará. Pero claro, ahora parece que los medios ya se han olvidado de la debacle y todo lo pasado es un artificio insulso de normalidad. Se ve que nos encanta que nos mientan. A todas horas si es posible. De ahí que sea tan curioso que este verano se haya estrenado (aunque sea del 2014, sí, así van siempre de atrasadas las carteleras españolas ¡y dando gracias!) y haya pasado tan desapercibida Cuestión de actitud o mejor dicho Xenia, la película del griego Panos H. Koutras. Película que tiene esa cuca misión de darnos una ligera hostia para que despertemos de nuevo al mundo real, no a esa realidad llevadera que nos deja el telediario. En “Xenia se nos muestra una Grecia cruel, pintada como un mundo apocalíptico cuando cae la noche y una ciudad de almas desoladas por el día. Estas cosas pasan en el…90% de los casos…llegó a nuestras carteleras y pasó desapercibida, como siempre sucede con las cosas buenas.

Una trama que no es original, dos hermanos, Odysseas de 16 (Kostas Nikouli) y Dany de 18 (Nikos Gelia) buscan desde Atenas a Tesalónica al padre que les abandonó cuando eran pequeños (desde aquí envío mi inmenso odio y mis peores pesadillas a este tipo de “padres”), pero con numerosos matices originales y desvastadores como es el preocupante aumento de la homofobia en Europa, especialmente la griega, el odio hacia todo lo que venga de fuera, los concursos de cazatalentos, la búsqueda de fama como vía de escape y esas cuestionables leyes que prohíben el reconocimiento de griegos a los hijos de los extranjeros que han nacido allí, que les niega la residencia y les obliga a marcharse.

Los dos actores principales están excelentes, completamente creíbles, parece mentira que sea su primera experiencia frente a las cámaras, sus intentos para aumentar el drama se vuelven contundentes logros en una película que quizá peca de ser demasiado larga. La determinación de Ody (Odysseas) y su fuerza de voluntad a la hora de encontrar a su padre es admirable. Quizá haya escenas que sobren, como ciertos conejos enormes de peluche (de los que prefiero no saber su simbolismo para evitarme futuras taras psicológicas) o escenas dramáticas que se alargan demasiado. Pese a ello, la película carga sus armas con los rayitos de esperanza que todavía conservan muchos griegos (y europeos) para seguir adelante.

La atmósfera de sus imágenes realzan la crudeza del mundo desolado que viven día a día sus protagonistas: trabajos precarios, traumas a causa de los sucesivos abandonos en su niñez, incomprensión de la gente que ha vivido con ellos en su propio país y el miedo constante a la expulsión. Si quieres una película realista es aconsejable, si quieres una película onírica y surrealista también. Xenia es de esas películas que extrañamente abarcan todo sin pecar de excesivas o codiciosas. Simplemente es extraña, curiosa y muy complicada en su fondo. Un cubito de agua fría para que despertemos de la siesta.

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La niña Wilson
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5
22 de agosto de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aun siendo la ganadora del FIPRESCI en el Festival de San Sebastián del 2014 y alabada por la mayor parte crítica, Phoenix, del director alemán Christian Petzold, consiguió ahogar gran parte de mis expectativas sin ningún esfuerzo. De una premisa que daba mucho juego a la imaginación del espectador a costa de restar fuerza a la verosimilitud, nace una propuesta curiosa y enigmática. Una joven cantante judía con la cara desfigurada tras su paso por Auschwitz renace de sus cenizas e intenta reconstruir su vida como si nada hubiera ocurrido. Ante esta historia de renacimiento tan merecedora de ser contada se impone un ritmo lento y una falta de verosimilitud importante. ¡Pero si es ficción!, dirán algunos. La buena ficción se logra mintiendo al espectador de manera sutil, engañándole y absorbiéndole en un mundo imposible con mecánica posible. La mala ficción, como en este caso, roza el ridículo.

Nos encontramos ante una película en la que no te crees nada. Las acciones de los protagonistas no tienen ni pies ni cabeza, hay personajes que aparecen y desaparecen sin explicaciones y muchas suplantaciones de suplantaciones de identidad. Queda claro que el rechazo a la verdad por parte de aquellos que cometieron tales atrocidades es la gran metáfora de la película. Todos los personajes pretenden olvidar el pasado y regresar a la Alemania de antes de la guerra, sin odio, sin venganzas, sin traiciones. El marido se encuentra con Nelly (la protagonista), a quien llama por su verdadero nombre y conserva la misma voz, piel y ojos, y él no quiere creer que es la misma, o lo que es peor, quiere hacer pasar a esa señorita por su mujer. Los guionistas (Christian Petzold y Harun Farocki) someterán a este juego al espectador con la esperanza de que no se termine cansando. Vanas esperanzas. Y si encima nos topamos con una mujer que después de haber sufrido en sus carnes los horrores de la guerra, desea ser de nuevo vapuleada psicológicamente por el hombre que ama... No, que esto no lo haría ni la persona más buena del mundo. Una cosa es perdonar y otra muy distinta es someterse a la misericordia.

Pero no todo es malo. El director de fotografía (Hans Fromn) logra plasmar el ambiente decadente y derruido de la Alemania de posguerra. El bar llamado “Phoenix” escondido entre las ruinas de la ciudad nos muestra la capacidad de superación y desafío del ser humano ante el horror. Resurge de sus cenizas una nueva Alemania, borrando cualquier resquicio de barbarie, aunque el paisaje de alrededor grite lo contrario. A esto se le suma un final conmovedor (aunque bastante predecible) en el que la imagen del fénix que echa a volar cobra sentido. Un final abierto a interpretaciones: entre la esperanza y la venganza. Aunque después de tan incierta historia me esperaba un final irónico en el que el director alemán sonriera ante la cámara y nos dijera a todos los espectadores que habíamos presenciado una gran broma y que ahora comenzaría la verdadera trama de la película.

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La niña Wilson
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8
22 de agosto de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El barrio, ese lugar al que muchos de nosotros añoraremos cuando nos vayamos de él (o no), los amigos de la infancia (la Laura, la Miriam, la Jessy y el Juan...), los mayores a los que te apegas en la adolescencia (algunos profesores que nos han dado clase en la E.S.O, módulos o Bachillerato) y esos seres a los que llamas “padres” pero que no te inspiran ninguna confianza (mamá y papá y demás extraños). En este blog ya nos han enamorado ciertos personajes como Marieme, la protagonista de Girlhood de la directora francesa Céline Sciamma y el magnífico rubiales de Mommy de nuestro admiradísimo Xavier Dolan. A cambio de nada del director Daniel Guzmán, ganadora de dos Biznagas de Oro en el Festival de Málaga, nos presenta a Darío, un chaval que desea huir de todos y de todo, y formar parte de un futuro ilusorio lleno de incertidumbres. Sí, aquí tenemos de nuevo una genial radiografía de lo que es ser y encontrarse en plena adolescencia, etapa en la que todo vale y nada parece cercano.

La vida de Darío se divide entre Luismi, su único amigo del alma, “Caralimpia”, el dueño de un taller de barrio en el que trabaja el protagonista y Antonia, una anciana que es más fiestera que yo a mis veintidós años. La película deambula entre la risa y el llanto, con escenas sobrecogedoras protagonizadas por Antonia y otras en las que te ríes a más no poder con Darío y Luismi. Hay ciertos momentos en los que los diálogos entre estos dos jóvenes son magistrales, de hecho, más de uno debería aprender a hablar con esta naturalidad y dejarse de tantas pedanterías.

La película desprende honestidad por todos los costados y en todo momento se ve la humildad con la que está grabada cada toma. No peca de pretenciosa como le ocurrió a Los niños salvajes de Patricia Ferreira y el argumento te mantiene atento durante los 93 minutos de dura la película. Guzmán sabe como tocarle la vena sensible al espectador sin llegar en ningún momento a rozar la cursilería. La inclusión del personaje de Antonia (la propia abuela de Guzmán) es la voz de la resignación y la nostalgia, mientras que la adorabilidad se presenta en dosis muy altas con Luismi (sobre todo en las ocasiones en las que me lleva unas pintas cuestionables) y con Darío (estupendísimo Miguel Herrán, todo un descubrimiento).

Las apariencias engañan y una vez más nos encontramos ante un personaje vandálico, destrozado tras la separación y continuas broncas de sus padres, usado como una marioneta por aquellos que lo quieren a su lado para beneficiarse de su inocencia. Lo que no quita que a lo largo de la película lleve a cabo acciones dignas de quitarse el sombrero y merecedoras de aplauso; de hecho, en la sala del cine tenía a mi lado a un postadolescente (alrededor de los treinta) al que se le saltaban las lágrimas cada vez que el jovencito delincuente hacía algo bueno. Y aunque es verdad que quizá en algún momento la película roce el tópico con lo de las escenas del “primer amor” (se ve que esto nunca falla), merece la pena estar atento a lo que va hacer el muchacho después de cada desgracia.

Darío es la muestra de que ya en la adolescencia vas aceptando tus propios errores y te vas construyendo como persona. Guzmán saca a la luz el tema de la aceptación de tus propias decisiones y cómo ello te condiciona al ayudarte a madurar, sea en la etapa que sea. Para ello se apoya en la nunca repetitiva imagen del niño de barrio al que le encanta pasar las tardes haciendo chorradas con sus colegas, robando en el “Corte Inglés” unas camisas para asistir a una fiesta de pijos y gastando las horas muertas mirando una grieta en la pared. Porque, en realidad, en la adolescencia el tiempo no pasa tan rápido y todo parece que vale aunque todo se sepa que cueste.

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8
22 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay directores que no necesitan presentación. Al igual que hay películas sobre las que se han escrito miles de páginas y tienen legiones de fans por todo el mundo. Comentar El Resplandor de Stanley Kubrick es comentar una de las películas más terroríficas de la Historia del Cine. Basada en la novela de Stephen King (el cual no estuvo nada contento con la adaptación del director). El resplandor (1980) se infiltra dentro de esas películas de terror de los setenta que marcaron una generación. En la línea de El exorcista (1993) de William Friedkin, La profecía (1976) de Richard Donner, o Carrie (1976) de Brian de Palma, Stanley Kubrick consigue lo que muy pocos logran transmitir al espectador: verdadero terror.

Después del fracaso de público que fue Barry Lyndon (1975), Kubrick necesitaba una película que le ayudara a recuperar su éxito, de ahí que se decidiera finalmente a realizar una adaptación de la obra de Sthephen King, escritor que empezaba a dar sus primeros y muy exitosos pasos literarios. El director parte de una sencilla trama, consiguiendo paulatinamente que el espectador sienta en sus propias carnes cómo el personaje principal se sumerge en la locura.

Kubrick sabe cómo adentrarse en los oscuros fantasmas y abismos interiores del ser humano, en la esquizofrenia y en la locura que produce la incomunicación y el aislamiento continuo. Para ello, se sirve de un escritor (Jack Nicholson) que, en busca de la inspiración para la composición de su nuevo libro, decide encargarse del mantenimiento del Hotel Overlook en las montañas de Colorado, junto con su esposa Wendey (Shelley Duvall) y su hijo de siete años (Danny Lloyd). Pero poco a poco, Jack comienza a ser una víctima más del hotel y a sufrir trastornos de personalidad, al mismo tiempo que se van sucediendo una serie de fenómenos extraños.

Tenemos ante nosotros a un Jack Nicholson que borda de principio a fin la interpretación de Jack Torrance, con esa manera tan espeluznante de mirar. Verlo en la pantalla da escalofríos (y saber que podría haber sido protagonizada por Harrison Ford o Robert De Niro). El propio Kubrick, tan conocido en el mundo del cine por su extremado perfeccionismo, obligó a su equipo a ver películas como Cabeza Borradora de David Lynch o La semilla del diablo de Roman Polanski para que supieran qué tipo atmósfera prefería crear en la película. A tal nivel de perfección quiso llegar que la escena del principio de la película en la que se le explica a Danny lo que es “el resplandor” se tuvo que repetir 148 veces, pasando a la historia como la escena más veces rodada de la historia del cine. O la genial idea del director de hacer aparecer en todas las hojas la misma frase, adaptándola en función del país: USA - "All work and no play makes Jack a dull boy"; España - "No por mucho madrugar amanece más temprano" ("Although one will rise early, it won't dawn sooner"); Alemania - "Never put off till tomorrow what you can do today" e Italia - "He who wakes up early meets a golden day".

¿Hay alguien que no sienta espasmos de terror al observar a Jack Nicholson con el hacha deambulando por el Hotel en busca de su pequeña Wendy? El resplandor ha llegado a ser una película de culto, con multitud de interpretaciones sobre muchas de las escenas y los símbolos que aparecen en la película (a los interesados, os recomendamos el documental Habitación 237). Sin duda, una de las mejores películas de terror de todos los tiempos.
Estamos ante una obra de arte atemporal pues perturba la mente incluso de la gente más joven (como la mayoría de nosotros) que no pudimos vivirlo en la cartelera de estreno.

http://12criticossinpiedad.blogspot.com.es/
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