Las dos horas largas que dura 'BlacKkKlansman' se explican con los últimos 30 segundos de la cinta.
Lee, a través de su incendiario e incombustible panfleto, obliga al espectador a creer lo que dice, sin dejar lugar al pensamiento crítico. O te gusta o te gusta. No hay más...
'BlacKkKlansman' es irregular, autocomplaciente y, por momentos, banal.
Cuando se trata por enésima vez la problemática racial que ha vivido y vive EEUU lo mínimo que debe exigir el espectador es originalidad. Y aquí no existe, más allá del rocambolesco argumento, que obedece más al espíritu quijotesco de Lee que a un guion fundamentado y con buenas ideas.
Los personajes son planos, las situaciones, vacuas y los diálogos, vacíos, por no decir absurdos.
No así el maniqueísmo voluntario con el que Lee impregna todas y cada una de las escenas de su obra: negro, bueno; blanco, malo...
Vale que la sutileza y la profundidad nunca han sido los fuertes de este director, pero de ahí a anunciar con luces de neón su tesis...
Incluso si pretendes hacer del efectismo tu 'modus operandi' se me ocurren centenares de ejemplos mejores. Ahí están Robert Zemeckis, Guy Ritchie o Darren Aronofsky.
Lee va a lo fácil, no se esfuerza lo más mínimo por fundamentar sus ideas, simplemente te las impone, bajo el hipertransitado suelo del estereotipo, con aromas a prejuicio y vistas a un lugar común.
De hecho, se molesta tan poco que en varias escenas se escucha el "¡Make America great again!" de Donald Trump en boca de miembros del KKK. Sutil como una mañana de primavera...
Tan poco original es que cae en su propia trampa y utiliza a la mujer para vender sus preceptos, como se aprecia a lo largo de toda la película (blanca y negra).
Hacía mucho tiempo que no discrepaba tanto con las críticas de la prensa, pues, salvo Boyero, el resto le han dado un baño de vaselina a una cinta que, ni de lejos, merece estar nominada a Mejor Película, por delante de alguna maravilla como 'The Rider', aunque ya estamos acostumbrados a la arbitrariedad de la Academia (Quien no se acuerda de la ignorada 'The Florida Project' el año pasado).
Lo más triste de todo esto es que se la nomine por hablar de un colectivo históricamente desfavorecido. No pongo en duda la lucha, pero sí la película porque dista mucho de hacerle justicia.

"(...) Lástima, la lástima fue lo que freno la mano de Bilbo (...)", espetaba un solemne y profundo Gandalf a un joven Frodo Bolsón en la primera entrega de ELSDLA. Pues lástima, amigos míos, es lo que he sentido yo tras ver las dos primeras de "El Hobbit".
He de decir, en primer lugar, que, antes de que saliera la primera película, valoraba con optimismo el proyecto. Seguía los videoblogs que Peter Jackson colgaba en su canal de Youtube y hay que reconocer que ese es el sentimiento que transmitía el ambiente. Quizás demasiado entusiasmo. Claro que ya había cosas que me provocaban dudas, como las forzadas, histriónicas y desmedidas protuberancias que adornaban la faz de los enanos. "Lo arreglarán en postproducción", pensé... También pude ver fugazmente a algunos personajes presentes en la trilogía: obviamente Gandalf, Elrond, Saruman, Legolas... Me hizo gracia...
Sin embargo, ni la primera ni la segunda parte de esta, me atrevo a decir, jocosa trilogía, me han aportado lo más mínimo. Han sido casi seis horas de mi tiempo tiradas literalmente a la basura.
Peter, Peter, Peter, ¡A quién demonios se le ocurre hacer tres películas de un libro de apenas 300 páginas!, ¡3 películas! Yo te lo diré. Se le ocurre a alguien que ha perdido el contacto con la realidad, curiosa ironía, y que ha sucumbido ante el oro, como si de Thrain se tratara.
Esta película tuya no hay por donde cogerla. Los efectos especiales dominan de principio a fin, fin que tarda una "Edad" en llegar. Las actuaciones planas, rozando el ridículo la mayor parte del tiempo, deambulan por la Tierra Media torpemente. Los fabulosos sentimientos de epicidad y solemnidad han desaparecido. Y que decir de esas magnificas nuevas subtramas argumentales metidas con calzador y si me apuras a punta de pistola. ¿Por qué tenías que cambiar el libro Pet?, ya era perfecto y lo has arruinado; a la vez, claro, que tu te enriqueces, eh Pet.

CONCLUSIÓN: el libro era perfecto. Redondo. La adaptación es un completo fracaso y falla en todas sus facetas. Si sois padres os la recomiendo para llevar a los niños, porque seguro que se entretienen. A todos los demás os aburrirán sus interminables y absurdas escenas, sus epilépticos efectos y sus lamentables y forzadas interpretaciones.

Pocas veces he reído tanto mientras alguien pretendía a toda costa que mis párpados no fueran dique suficiente para contener tanto impostado sollozo, tanto febril lamento, tanto melodramatismo profiláctico...
La última y primera película de Russell Crowe es apenas una lágrima en el desierto, un diminuto azucarillo en un océano inmenso, una frágil grulla de papel volando en medio de un sonoro y violento huracán. Pese a los incesantes esfuerzos del director por hacer un drama de lo más conmovedor, lo cierto es que, desde el inicio, al film le faltan manos y tiempo para demostrar lo fuerte que puede abrazar a las plañideras, que a buen seguro, habrán encontrado lo que buscaban en su sabática visita al cine.
La atención puede mantenerse apenas unos minutos, muy por encima de la credibilidad de la cinta, que se pierde al cabo de pocos segundos. Ni el cuento de la alfombra, la historia de la tormenta o la ilusoria tragedia familiar, suponen más de una brizna de la esquelética entelequia prosaica y vacua, potenciada a través, eso sí, de un bonito envoltorio con sus fosforescentes brillos de latón.
Pero no es mucho más. El lento y renqueante deambular de Crowe por la indómita estepa turca resulta tedioso y poco interesante. El amor por la pretendida y desdichada top model que limpia letrinas en un hotel de segunda no se lo cree ni el somnoliento apuntador. La historia de los hijos intenta ser Salvar al Soldado Ryan 2.0 y se queda en Liberad a Willy, aunque el único cetáceo que salga en pantalla sea un Crowe muy venido a menos...
Deléitese con las pretendidas epopeyas fílmicas que caen en el despropósito crónico y en la más mediocre de las banalidades. El ocaso de la lejana, calamitosa e histórica Galípoli alcanza su zénit con una previsible sucesión de golpes bajos que, lejos de llegar al corazón del espectador, acaban impactando en lo más hondo de su páncreas, diabético de tanta azucarada escena sentimentaloide.