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España España · Zaragoza
Críticas de Juan Solo
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Críticas 267
Críticas ordenadas por utilidad
2
5 de octubre de 2015
40 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejandro Amenábar regresa con “Regresión, y lo hace seis años después de su hasta ahora último trabajo (¡¡¡¿¿¿ es posible que ya hayan pasado 6 años desde “Ágora”???¡¡¡). La cosa sabe más bien a poco, pues ya se sabe que seis años son muchos años y da tiempo a especular y a crearse expectativas de todo tipo. Uno espera que si el autor de “Tesis” se ha tomado tanto tiempo en volver a sentarse en la silla del director es porque vuelve con una genialidad. Y no, el regreso es “Regresión”.

En el fondo algo de ello nos temíamos al comenzar a saber del rodaje de la película y a conocer detalles de su argumento con ese tufillo a telefilm de sobremesa de Antena 3. Perdón de Tele 5 quería decir. No es de extrañar que Mediapro esté en el ajo, cualquier sábado nos la cuela de tapadillo en la parrilla como aperitivo al programa de la Campos. Y total, como cortan los créditos del final, no veremos que es de Amenábar y no notaremos la diferencia con la que nos echaron el sábado anterior. Uno esperaba que ante una sinopsis tan manida y trillada, Amenábar aportase su sello autoral, ese plus que sirviese para convertir su propuesta en algo diferente, la elevara por encima del resto. Pero no. Lo mejor que se puede decir de “Regresión” es que es mediocre.

Mediocre, plana, rutinaria,… y lo que es peor aburrida, muy aburrida. Ni rastro de personalidad, ni una chispa de genio. ¿Dónde está el Amenábar que nos aterrorizó en “Tesis”? ¿Dónde el que nos cautivó en “Abre los ojos” o “Los otros”? ¿O el que nos emocionó en “Mar adentro” o el que sorprendió en “Ágora?. Aquí no, desde luego. Si hasta el final “sorpresa” es una ridiculez; da la impresión de que Alejandro se ha visto obligado a elegir la única salida mínimamente honrosa que le quedaba y ha tirado por la calle de en medio. No me creo su argumento, no me creo el tormento sobreactuado de Ethan Hawke (toda la historia se asienta en realidad sobre la base de una sobreactuación), y sobre todo no sé qué es lo que me ha querido contar esta vez Amenábar, a dónde me ha querido llevar. Decepción y descoloque total. Esta vez, Amenábar se quedó corto, esta vez su película no llega ni a amena.
Juan Solo
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6
21 de junio de 2016
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
De cuando se decía “ ¡Atiza ¡, que son las nueve” en lugar de “¡Ostias¡ que son las nueve”

De cuando bajabas de la sierra a Madrid un domingo por la tarde y no había atascos.

De cuando un amigo se presentaba de repente en tu casa y te daba una sorpresa porque no te lo había puesto cinco minutos antes en el Whatsapp.

De cuando vivir bajo el mismo techo con tu ex y su amante era signo de progresía

De cuando Carmen Maura no había descubierto todavía cómo cargarse a un tío con un hueso de jamón.

De cuando los comunistas aún creían que el “sorpasso” era un sistema táctico defensivo del fútbol italiano.

De cuando la gente leía.

De cuando los españoles iban a mitines y no a mítines.

De cuando Pablo Iglesias era todavía un respetado dirigente de la izquierda española.

De cuando en Madrid se festejaba la revolución de los claveles, y no los goles de Cristiano.

De cuando oías “La Internacional” en un tocadisicos, y no en un politono.

El año en el que Han Solo lideraba la taquilla española y ni imaginábamos que un día pudiera llegar a tener a un retrasado mental por hijo.

El año en el que Isabel Preysler se separó de Julio Iglesias y Vargas Llosa publicaba “La tía Julia y el escribidor”.

De cuando al español medio le costaba distinguir entre un michelín y una teta.

De cuando Fernando Colomo ni siquiera era actor revelación.

De cuando podías hablar de política sin nombrar la palabra “Venezuela”.

De cuando si te ligabas a una tía no podías colgarlo en el Facebock y te tenías que conformar con contárselo a tu mejor amigo.
…/…

De cuando éramos jóvenes.
Juan Solo
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10
13 de enero de 2015
48 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estado de shock. Ahí sigo instalado horas después de haber asistido al estreno del nuevo trabajo de Alejandro González Iñárritu. A Riggan Thompson, el protagonista del mismo, no le gustan ni las críticas ni los críticos tal y como deja patente en uno de los momentos cumbre de la obra, así que me da cierto pudor empezar a deshacerme en elogios baratos que quizá pudieran sonar huecos cuando no directamente inservibles. No conviene despertar la ira de Birdman. Que conste en acta en todo caso lo que me ha noqueado la experiencia.

Porque más allá de cualquier consideración artística y cinematográfica, “Birdman” es precisamente eso, una experiencia, inabarcable como toda experiencia que se precie de serlo. Después de esto, el mexicano Iñárritu se confirma como uno de los mayores talentos creativos del cine de nuestros días. Justamente, su mirada y su dedo acusador apuntan de manera directa a la forma que tienen sus contemporáneos de concebir el espectáculo y el arte. Todo huele a cojones y a fracaso en una habitación, en un edificio y en una ciudad que reconocemos con facilidad; todo y todos, el ego, el narcisimo y las frustraciones de los actores, la arrogancia de los críticos, el infantilismo del espectador.

“Birdman” podría considerarse también como el falso biopic consagrado a la figura de su protagonista, un sublime Michael Keaton que vuelve al cine por la puerta grande y cuya carrera hasta ahora ha transcurrido casi en paralelo a la del personaje que interpreta. No solo Keaton resucita en esta película, también Edward Norton a quien teníamos algo perdido desde hace algún tiempo y que aquí también lo borda, y Enma Stone que por fin logra sacarle partido y expresividad a esos luceros que tiene por ojazos. Iñárritu recurre a uno de los grandes tópicos argumentales del cine, el de la redención (que no solo buscan los personajes, también los actores en un interesante juego metaficcional); lo hace con tal frescura que parece que es la primera vez que lo veamos tratado en pantalla. Quien junto al guate Arriaga “inventara” la llamada narración fragmentada opta por contarnos su historia de un tirón, sirviéndose de un prodigioso falso plano secuencia, porque la vida no es ni más ni menos que eso, un grandísimo plano secuencia en el que no caben cortes ni montajes paralelos. Tampoco parece haber artificios en esa cámara loca y casi invisible que se cuela por ventanas, atraviesa puertas, recorre pasillos, sube, baja para volver otra vez a subir. Como Birdman.

Un falso biopic a través de un falso plano secuencia y una falsa doble interpretación. Falsedad bien ensayada en cualquier caso como dice la copla que se manifiesta en ese múltiple juego de espejos con la imagen del actor desnudándose en platea ante su público o con la obra contagiándose del espíritu y del realismo sucio de Carver en el que se mira.

Ahora solo espero finalmente que Riggan Thompson sepa perdonar estas palabras tan vacías y sin sentido. No me queda más que darle las gracias por haberme hecho testigo de su vida y de su historia. Y por haberme dejado claro una vez más que solo los espíritus libres como él son capaces de resurgir de las cenizas y de remontar el vuelo entre las ruinas.
Juan Solo
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9
25 de marzo de 2010
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1.974 el cineasta y coreógrafo Bob Fosse llevaba a la gran pantalla la vida del cómico norteamericano Lenny Bruce en un biopic que supone una de las dos incursiones en el cine no musical en la carrera del director. Lenny, que por momentos adopta la forma de un falso documental, llega los cines rodeada de una encendida controversia acorde con la personalidad de su protagonista.

Nacido Leonard Albert Schneider, Bruce vino al mundo en Nueva York en 1.925, hijo de Sally Marr, una actriz de vaudevill de tercera que fue precisamente quien le introdujo en el mundo del espectáculo. Poco podía imaginar entonces Sally que su hijo acabaría convirtiéndose en un icono de la cultura estadounidense del siglo XX renovando el género del sohw bussines. Lenny inventó el concepto de la "stand up comedy" y fue el precursor de la hoy archiconocida figura del monologuista. Nacía una nueva raza de humoristas que ya no se limitan a contar chistes más o menos malos a su auditorio, sino que se convierten en agudos observadores de la realidad capaces de diseccionarla desde un prisma irreverente e irónico.

Los monólogos de los sesenta no tienen el sentido trivial que puedan tener los monólogos del XXI. En boca de una nueva generación de cómicos la palabra adquiere un carácter de dardo envenenado contra el poder establecido llegando a trasnformarse en auténtico instrumento de agitación social. Así, Lenny Bruce hablaba a sus espectadores de temas tan espinosos en la época como el aborto, Vietnam, el Ku-Kus Klan, las drogas… Todo ello acabaría costándole demasiado caro.

En 1.961, Lenny, que ya en 1.951 había tenido que vérselas con la Justicia por problemas con el fisco, fue arrestado y juzgado por emplear un lenguaje obsceno en sus shows, en concreto por repetir 101 veces la palabra cocksucker (chupapollas) en uno de ellos. En aquella ocasión. el cómico fue absuelto, pero ése sería el principio del fin.

A partir de entonces, los juicios se suceden uno tras otro, siendo especialmente famoso el que padeció en 1.964 en el que testificaron a su favor personajes como Alan Ginsberg o Woody Allen. Precisamente éste último rinde homenaje al cómico en la magistral Manhattan donde Lenny es uno de los miembros del Museo de Artistas Sobrevalorados de la snob Diane Keaton.

Y mientras el cerco de la ley se cernía sobre el humorista, el público se rendía a sus pies.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Solo
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9
15 de octubre de 2016
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como cantaba el asturiano Víctor Manuel en uno de sus más inolvidables temas, justamente el titulado igual que mi comentario, a toda ruptura sentimental le sigue inevitablemente un tiempo de reproches y de ajuste de cuentas entre los miembros de la pareja. Antes de someterse al doloroso trance de pasar página, o en paralelo a él, éstos deben pasar por otro periodo no menos costoso como es el de hacer balance y repartir los bienes adquiridos durante los años de convivencia. Como en toda guerra, siempre hay uno que parece ganar y otro que no (a la hora de la verdad siempre hay daños colaterales y en realidad quienes pierden son los dos) y como en todo naufragio cada cual intenta aferrarse como puede a los restos de la zozobra. El reparto nunca es equitativo porque inevitablemente también siempre hay alguien que puso más. O al menos eso es lo que cree, así que el conflicto está servido. Además entre los bienes a repartir no sólo está lo inmaterial, el calor, la ternura, la comprensión, sino también lo más mundano, los dineros y las propiedades.

De todo eso también nos habla Joachim Laffose en su nueva y excelente película “L´economie du couple”. El director belga, que viene de tratar problemas derivados de la macroeconomía y de la globalización en su anterior film “Les chevaliers blancs” desciende aquí a terrenos de la economía doméstica, aunque hay quien podrá llegar a decir, y no sin razón por cierto, que el film se presta también a una lectura política de mayor calado (el equilibrio de fuerzas entre el capital y el proletariado está ahí flotando, sin ir más lejos). La película nos cuenta la historia de Marie y Boris, una pareja que después de 15 años de relación y con una hija en común, decide que hasta aquí hemos llegado. No obstante, como él no encuentra trabajo y la crisis aprieta llegan a un acuerdo por el cual compartirán techo hasta que la situación se aclare y amaine el temporal, imponiendo como es natural unas reglas estrictas en cuanto a horarios, derechos y obligaciones. Cesa la relación pero no la convivencia. ¿Es posible imaginar una situación más tensa? Y por si fuera poco, con dos niñas que inevitablemente se convierten en blanco de los chantajes emocionales de uno y otro.

Decía Fernando Trueba en su “Diccionario de cine” que “Maridos y mujeres” era para él la película más violenta de la década de los noventa, y no, no era ninguna “boutade”. En la película de Allen nos encontramos una violencia- verbal, aunque sabemos que en este contexto también se puede llegar a la física- sin filtros ni aditamentos, la agresividad más absoluta y reconocible. Algo así sucede en el film de Lafosse, que con una puesta en escena austera y teatral – la cámara apenas llega a salir nunca de la casa de los protagonistas- con apenas cuatro personajes, y eso sí, muchos y certeros diálogos, consigue crear un clima asfixiante. Marie y Boris son encarnados de manera magistral por Bérenice Bejó y Cédric Khan. A ella la conocemos bien, y además ya la vimos con anterioridad en una tesitura similar, la de convivir con un amor que ya hace tiempo murió, pues así de esa guisa nos la describió el iraní Asghar Farhadi en “Le passé”. Él es prácticamente un desconocido entre nosotros, pero a juzgar por lo visto, habrá que seguirle muy de cerca la pista en el futuro. La película pudo verse en el último Festival de Cine de San Sebastián en la sección “Perlas” donde tuvo una acogida más bien discreta. Para el que suscribe, es uno de los títulos imprescindibles de este 2016.
Juan Solo
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