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Intriga. Cine negro. Drama
Una mañana, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), después de visitar a su padre en el hospital, encuentra entre unos arbustos una oreja humana. La guarda en una bolsa de papel y la lleva a la comisaría de policía, donde le atiende el detective Williams (George Dickerson), que es vecino suyo. Comienza así una misteriosa intriga que desvelará extraños sucesos acontecidos en una pequeña localidad de Carolina del Norte. (FILMAFFINITY)
17 de mayo de 2005
273 de 332 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una panorámica nos muestra una ciudad que se despierta por la mañana; todo el mundo está muy contento y nos saluda; los barrenderos, los niños que van al colegio, el anciano que pasea a su perro... De repente, la cámara nos lleva al suelo, se mete en el césped de un descampado y repara en un objeto lleno de insectos a su alrededor: es una oreja humana en estado de descomposición.
Muy pocas películas dicen tanto de sí mismas y desvelan sus cartas ya desde el comienzo como esta arrebatadora y fascinante película, la obra maestra de David Lynch. Este alucinante y sarcástico comienzo es uno de los mejores de la historia del cine, y sirve como metáfora de las apariencias en las sociedades del bienestar, y de lo cerca que está esta apariencia de serenidad de los submundos y la perversión.
A través de los personajes de Kyle MacLachlan y Laura Dern, ansiosos de curiosidad y de morbo (él ha encontrado la oreja y se dispone a descubrir caprichosamente el porqué de la situación), el espectador es bajado directamente a los infiernos, representado por la inquietante cantante de club de carretera del personaje de Isabella Rossellini, y por el peligrosísimo psicópata que encarna magistralmente Dennis Hopper, así como Dean Stockwell y su indescriptible cuadrilla.
Lynch dirige prodigiosamente una de las películas que más se asemeja a una auténtica pesadilla, pues el aspecto que presenta la película en casi todo momento es onírico y surreal. Maravillosos e inolvidables son también los dos temas musicales que ambientan y redondean esta joya del cine: "Blue velvet", cantada por la Rossellini, e "In my dreams", que canta un afeminado Dean Stockwell. Obra maestra.
Muy pocas películas dicen tanto de sí mismas y desvelan sus cartas ya desde el comienzo como esta arrebatadora y fascinante película, la obra maestra de David Lynch. Este alucinante y sarcástico comienzo es uno de los mejores de la historia del cine, y sirve como metáfora de las apariencias en las sociedades del bienestar, y de lo cerca que está esta apariencia de serenidad de los submundos y la perversión.
A través de los personajes de Kyle MacLachlan y Laura Dern, ansiosos de curiosidad y de morbo (él ha encontrado la oreja y se dispone a descubrir caprichosamente el porqué de la situación), el espectador es bajado directamente a los infiernos, representado por la inquietante cantante de club de carretera del personaje de Isabella Rossellini, y por el peligrosísimo psicópata que encarna magistralmente Dennis Hopper, así como Dean Stockwell y su indescriptible cuadrilla.
Lynch dirige prodigiosamente una de las películas que más se asemeja a una auténtica pesadilla, pues el aspecto que presenta la película en casi todo momento es onírico y surreal. Maravillosos e inolvidables son también los dos temas musicales que ambientan y redondean esta joya del cine: "Blue velvet", cantada por la Rossellini, e "In my dreams", que canta un afeminado Dean Stockwell. Obra maestra.