El diseño de producción, el trabajo de Ridley Scott y la labor de los intérpretes consiguen hacer de la película un sorprendente híbrido de clasicismo y posmodernidad. La reconstrucción digital de la antigua Roma- el coliseo, los palacios, el bullicio callejero...-, que sustituye al viejo y entrañable cartón piedra, dota a la cinta de esa asombrosa y altiva credibilidad visual que tienen todos los escenarios y todos los personajes virtuales. Scott consigue hacer compatibles, una vez más, sus ambiciones intelectuales y su virtuosismo técnico algo grandilocuente, y el resultado tiene la seriedad de todo conflicto moral y la emoción de una buena y sencilla narración popular. Russell Crowe interpreta al general Máximo de forma competente y resulta arrebatador con su minifalda celeste y sus músculos pálidos y al borde de la insuficiencia. Joaquín Phoenix acierta a ser lascivo y canalla, Connie Nielsen despliega virtuosismo y encanto, y Oliver Reed, que murió durante el rodaje, deja un rastro inquietante, de resucitado por la técnica, en todas sus secuencias.
Gladiator ganó cinco Oscar, incluidos el de mejor película, mejor director y mejor actor protagonista. Quizás no los mereciera del todo, pero Hollywood acertó en ese homenaje a uno de sus más estimulantes géneros clásicos: el "peplum".

Eduardo Mendicutti