Un regalo para el propio Miyazaki es Ponyo, a si es como he visto esta cinta, homenajea sus propias cintas, en especial me recuerda a Mi vecino Totoro y El Castillo Vagabundo. Desde años atrás el genio japonés se puso el reto de poder mediante acuarelas realizar una película de animación y más poder dibujar lo más complicado que el a dicho ha sido dibujar en cada filme, el mar, y el resultado aquí esta, una película hermosa, fantásticamente realizada y delicadamente bien elaborada hasta en el mínimo de sus detalles, dirigida claramente a un público infantil y como no debía de serlo, si su nieto le dio la idea de crearla, pero aun así sorprende, un mundo impreso en un lienzo salpicado por una paleta de acuarela.
Aunque he de aceptar, es una película menor en su filmografía que muchos estudios americanos quisieran tener, sí muchos, carece de la fuerza y vitalidad a la que el maestro nos tiene acostumbrados, su historia es buena pero no pasa a lo magistral como sus títulos mayores, personajes atractivos, escenas preciosas, y la música sublime de la leyenda Hisaishi en compañía de Fujimaki.
Pero Ponyo, es algo más que una película infantil que orgullosa debe de estar, es algo más que un simple canto a la animación y en este caso al mar, esta más allá, su fin es como el de la posecita Ponyo, hacernos recordar que tenemos un niño dentro de nosotros y que bajo cualquier circunstancia, en nuestro caso seamos viejos, adultos o jóvenes todos tenemos la necesidad de recordarlo y sacarlo de ves en cuando.
Preciosa cinta con una cálida y tierna historia.
Nota: 8.2