El cine de Miyazaki es universal y la razón de esa universalidad se aprecia mejor analizándola comparativamente con otros realizadores de su mismo campo.

Esta película de Shinkai presenta todos los elementos del universo miyazakiano pero sus efectos en el espectador quedan lejos de los que proporcionan las producciones del maestro. Tenemos una chica protagonista, un impresionante marco natural, un mensaje ecológico, una entrada a un mundo onírico, criaturas fantásticas de intenciones complejas… Tenemos, en definitiva, el set Miyazaki al completo salvo al propio Miyazaki que aderece los diferentes ingredientes según su fórmula magistral.

Por encima de cualquier otra consideración, el metraje es absolutamente desproporcionado para la historia que pretende contarse y el espectador medio abandona el viaje mucho antes de que lo culminen los protagonistas.

El resultado es que si seguimos las películas del genio con la boca abierta, esta otra, apenas logra terminarse sin que se nos cierren los ojos. La distancia existente entre los mundos de Howl o Chihiro y el de Agartha es más abismal aún que el precipicio que deben superar en su periplo los protagonistas y, así, el mundo onírico de Miyazaki se torna en somnífero en Shinkai.