Así en dos líneas, el documental muestra el problema que supone hoy en las sociedades occidentales el considerar como un derecho la autodeterminación de género, es decir, la idea de que un individuo puede elegir su género con la consiguiente obligación del estado a su defensa sin un criterio sólido que lo sustente más allá de la voluntad expresa del trans. El tema se aborda además desde una perspectiva claramente polémica y opuesta a las tesis progres que venimos oyendo últimamente por tierra, mar y aire.

Y no, no es pensamiento profundo, más bien todo lo contrario, es un repaso a situaciones más o menos estridentes incluyendo los daños colaterales de la defensa transgénero ya desde el principio: si me he cargado el sentido común al abordar el género, ¿por qué no podría extender esto y violar otros supuestos comunes como que los niños no tienen aún conciencia plena por no ser adultos? Si el niño quiere ser cebra, para que el que de verdad lo sea entre diez mil no sufra, cebra será. Y los que no permitan al niño ser cebra, para que el que de verdad lo sea entre diez mil no se vea censurado, a la hoguera. Ya, pero, ... es un niño. ¿Ni siquiera vamos a respetar esto?

Y yo creo que de eso va este documental. Una vez terminado los transgéneros me importan bastante poco y no he aprendido nada de interés, ni siquiera se explica bien la disforia de género como problema mental, pero algo me aterra: que una detrás de otra, con paso lento pero firme, vamos abrazando todas estas pifias de lesa inteligencia. Y que siga la fiesta.