Todo el mundo sabe que los juguetes no tienen ninguna clase de vida. La vida se la pone la imaginación de quien juega con ellos. Es fantástico ver a un niño hacer vivir esos objetos y soñar con multitud de aventuras. Es maravilloso observar a un niño cambiar la realidad y transformarla según sus deseos. Cuando crecemos, nos damos cuenta de que eso no es factible. Damos de lado a todos nuestros deseos, nuestras ilusiones, nuestro poblado y particular mundo desaparece en algun rincón remoto de nuestro cerebro.
La saga Toy Story abre la puerta de ese rincón olvidado. Hace posible lo imposible. Lo anodino y aburrido se transforma en especial y entrañable. El vaquero bueno e inteligente. El perrito fiel de muelle que te saca de apuros. Sr y Sra Patata con su chistosa brusquedad. El dinosaurio cobarde e inseguro. Los pesados trillizos extraterrestres verdes. Y todos los demás... Hasta siempre... Ha sido un dignísimo y acertado final de cuento de cuentos... Solo una nota irónica... Es el mundo informático que nos ha invadido, el que ha contribuido a matar la manera de jugar, imaginativa y tradicional, de todos los niños, en especial de los paises más desarrollados. Ahora el juguete es el videojuego. Ya no hay contacto apenas con la imaginación, todo viene ya envasado y listo para consumir... Bueno. Al menos se pueden producir historias tan maravillosas como ésta, aunque las proximas generaciones es posible que se extrañen por el argumento de un niño que jugaba con objetos... Jeje. Pero aquí y ahora. Buzz Lightyear. Muchisimas gracias, Pixar.