Zack Snyder en menos de diez años ha recaudado más que la mitad de directores ganadores del Oscar y tiene muy claro cuál es su público y cuál no, por lo que se ha ganado el derecho a hacer lo que le salga de esa pixelada mente que tiene.

A los que critican esta película, decirles que el Rey del tiempo-bala, maestro del videoclip y amo y señor del croma, contra todo pronóstico no nos entrega unos Puentes de Madison o un Silencio de los Corderos. Qué imprevisible es este tío, ¿verdad? Si la carátula de Sucker Punch presagiaba una profunda historia con la que sentirnos identificados y que analizara las miserias de la psique humana... ¿Orcos? ¿Robots? ¿Dragones? ¿Versión chill-out del Where Is My Mind? ¿Qué me estás contando?

Zack Snyder no va a por el Oscar, tiene claro que miles de chavales tan frikis como él darían sus montañas de cómics y el precinto de su colección de figuritas de Star Wars por hacer lo que él ha hecho. Se debe a ellos y éste es su regalo. Que haga lo que quiera, que para eso se lo ha ganado con 300 y con la infravaloradísima y soberana Watchmen.

A mí no me va su rollo, soy más de tinto de verano, Mortadelo y Filemón, y las chicas las prefiero desnudas antes que con corsés y encajes. Pero yo sabía a lo que iba, disfruté de sus efectos especiales hasta que vomité del empacho, de su habilidad para crear espectáculos visuales y de narrar a base de slow-motion y no hacía caso a esa estúpida voz en off que pretendía ir de profunda. Por lo tanto un aprobado, por no mentirme y no escupirme a la cara como otros.

Porque yo no soy tonto. Y Zack mucho menos.