Algo debe tener esta película cuando ha cosechado tantas alabanzas y premios en todo el mundo, y no sólo en España, donde su extremo maniqueísmo ya sería suficiente para convertirla en obra maestra a juicio de muchos. Pero yo, la verdad, no veo cuál puede ser su valor ni siquiera en el plano meramente artístico. Se inventa una especie de juego de fantasía bastante absurdo en el que las reglas cambian constantemente, según le conviene al guionista; los efectos especiales no resultan creíbles, y la molesta oscuridad de muchas escenas parece tener como único objeto disimular los defectos.
Una se pregunta si la película no será, con todas sus hadas y monstruos, más que un intento de introducir a los niños y jóvenes de hoy en el conocimiento del franquismo, de una forma amena y de paso muy ajustada a los cánones ideológicos del revisionismo actual. En mi opinión, nadie que quiera ver a sus hijos crecer con un espíritu democrático y tolerante debería permitirles ver esta película.