Película de terror de clase media, de las que lo fían todo más a la factura que la novedad, que encaja perfectamente en el perfil de lo que se llevaba en aquellos años: familia que llega a una ostentosa vivienda, siempre más grande lo que realmente necesitan pero que da mucho juego, que esconde una misteriosa habitación en la que nadie había entrado en años (por algo sería) hasta que el típico menor de edad con más ganas de aventura que luces termina desatando algún evento siniestro.

Producida y coescrita por Guillermo del Toro, “No tengas miedo de la oscuridad” lleva sus huellas conceptuales por todas partes, menos en la factura, que por algún motivo delega en un testaferro. El argumento, esa forma de integrar la fantasía en el terror, es claramente de su cosecha igual que ciertos elementos visuales de diseño impactante, bastante por encima de la media respecto a lo que se suele encontrar en producciones de este calibre. Pero el resultado es extraño. Lo típico que no te da tiempo a hacer algo y, por mucho que lo dejes masticado, por mil indicaciones que dejes al sustituto, no termina de hacer las cosas a tu manera. No sólo que no plasme lo que tienes en mente, sino que por desidia, incapacidad o ganas de dejar su impronta, se salta algunos pasos y simplifica otros por lo que termina siendo un quiero y no puedo, una pariente lejana y pobre de “El Laberinto del Fauno” rodada con prisas.

No equilibra las capacidades malignas y las debilidades de las entidades malvadas, por lo que la lucha contra ellas es un sufrimiento constante en el que estás a su merced hasta que la casualidad o la conveniencia diga otra cosa. Así, ofrece los esperables sustos, pero funciona más cómo película de intriga y aventuras que como terror propiamente dicho. Vistosa, voluntariosa y, a ratos, entretenida. Sucedáneo de Del Toro.