La vida de los peces

Yo diría "El letargo de los peces". Me gustan mucho las películas lentas y pienso que los silencios son casi tan fundamentales como las palabras. Sin embargo, en esta película son exagerados y no dotan a la película de un ritmo concreto sino que, simplemente, se lo quitan y alguna vez se lo ponen. Considero que la historia como tal tiene tanta fuerza que no entiendo lo anodino del protagonista. Además, al decir las frases el chico realiza unas pausas en su mirada que mueve de un lado a otro que más que un pez parece una estrella de mar que es movida por el agua, articulada. Ella me convence bastante más.

Decidí que quería terminar de verla pese a todo, darle una oportunidad. Y, por fin, allá por el minuto cincuenta y muchos la trama comienza a desarrollarse. Si le quitamos la duración de los créditos del final y le añadimos alguna otra escena correcta de la película, he disfrutado de aproximadamente 25 minutos de film.

Mención especial para la letra de una de las canciones de la banda sonora: "el cielo tiene nubes y no podrás tocarlas jamás", ¿en serio no había nada al alcance para expresar la profundidad de la historia?. Esa frase resume lo que me ha transmitido la película, es decir, un intento de resultar "bonita" (sin más matices) que se queda en ñoñería. Y mira que el argumento me parece bueno.

En una alarde de manejo de los tiempos y los espacios, Bize saca petroleo de una historia mil veces contada, gracias a una verosimilitud actoral digna de elogio que llega a su cenit con una magistral Blanca Lewin cuya interpretación debería ponerse como ejemplo en las escuelas actorales y una planificación que siempre juega al limite y consigue dar un paso adelante cada vez que parece que va a estancarse. Bize es capaz de poner a su favor lo que en principio parece limitarle y usa un espacio cerrado y laberíntico donde el protagonista a modo del Castillo interior y las moradas teresiano se descubre a si mismo atraves del redescubrimiento de un mundo que dejó atrás y que ha seguido sin él y a pesar de él. Apoyado en una banda sonora eficiente que en ocasiones se constituye en autentica protagonista llegamos a un final donde todos debemos hacer nuestra elección, sabiendo que "asomarse y mirar" tiene sus riesgos.
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"La Vida de los Peces" es una película sin personajes. Estos son sustituidos por unidades móviles de nostalgia y aflicción que se mueven de un lado a otro buscando con asias la oportunidad de abalanzarse sobre alguien para evocar el pasado y remarcar machaconamente su descontento y su añoranza. Y no por pesimismo, si no por llorera. No es que vivamos en una realidad ideal, pero la forma que Bize tiene de reflejarla no la encuentro acertada. ¿Es necesario que los personajes hagan una pausa de varios segundos entre frase y frase para remarcar lo reflexivo del tono? Si hablaran sin tanto espaciado la duración real no daría ni para un mediometraje. Y lo peor es que ni una cuarta parte de esas pausas parecen justificadas. ¿Habrá algún punto del infinito que no hayan gastado de tanto mirarlo fijamente? Seguro que hay maneras mejores de remarcar la introspección. ¿Y por qué es tan imprescindible que el guión de la sensación que esté dando vueltas en círculo, pivotando cansinamente sobre la melancolía con esa música de fondo que te dice lo que has de sentir? A esta película le falta contraste, humor, no tomarse tan tremendamente en serio a cada minuto, que los personajes parezcan capaces de algo más que de buscar respuestas emocionales, de cosas como cabrearse, reírse, ignorarse mutuamente si la situación lo requiere, burlarse de lo que sea... el predominio forzoso de la languidez sugiere una percepción muy limitada de la realidad y logra que la película acabe resultando tan monocorde que me sorprende que haya gente que le pueda parecer verosímil e incluso interesante.

Y es que si esta película ha conseguido distribución internacional ha sido porque se recrea en las pasiones tristes, lo que en esta sociedad del descontento es algo muy vendible, y no porque cuente con grandes cualidades artísticas. Sin ir más lejos, por querer ser fiel a esa obviedad que para expresar intimidad hay que filmar en corto, el director cae en su propia trampa y en primer lugar se excede con los planos cerrados y luego, con eso, se encuentra que hay multitud de detalles de alrededor que se le escapan y, en medio de ese mar rutinario de plano-contraplano, se necesite insertar otro plano hasta para mostrar cosas tan triviales como a un personaje mirando a otra parte. Con eso se da la sensación que el montaje es muy dubitativo y a la larga acaba resultando empachoso. Si a eso además le sumamos su dudosa idea del realismo escénico basado en diálogos artificiosamente dilatados, al final resulta que su buen punto de partida y su aire de contención se queman demasiado deprisa, tanto que a la mitad uno se siente tan harto de esos niños pijos y sus miserias de estar por casa que acabas deseando con fervor que el dichoso Andresito escape de la casa más posesiva desde "El Ángel Exterminador" de Buñuel y se largue de una puñetera vez a Alemania o a dónde quiera con tal que deje de dar la brasa.

Al final sólo los pececillos del acuario consiguen parecer 100% creíbles.

Por el estilo tranquilo de la narrativa, así como lo sencillo y "pequeño" de la historia, puede decirse que es original, aunque el guión es algo simple, lo que la rescata son las buenas actuaciones, los sentimientos que se transmiten y el drama que impregna la atmósfera de la película con solo algunas miradas y gestos. Muy bien dirigida. Creo que el objetivo del director se cumple cabalmente, aunque esto no la hace una gran película.

Por momentos las largas escenas silenciosas pueden hacer perder el interés

Recomendable si están dispuestos a meterse en la trama, con ganas de sentir y emocionarse con el drama que, aunque algo simple, emociona y sobre todo contagia de nostalgia.

Una cámara objetiva se adentra en conversaciones atravesando una pecera en la que algunos viven ajenos a todo.

Un joven recorre el mundo para descubrir que sólo busca lo que añora, lo que dejó en algún lugar de su recuerdo. Pero volver de una vida no significa encontrar todo como lo dejamos, y este joven es Andrés, inocente iluso que redescubre su vida.

Todo transcurre en el interior de una casa que festeja el ritmo rutinario. Los planos son certeros, aderezados con detalles desenfocados que añaden cercanía. Miradas honestas, palabras táctiles, y un final que se acerca lento y sin prisa. La punta de la lanza ya ha llegado pero no la sentimos hasta que se empaña la lente y lloramos. Porque no hay otra.

Desde el interior, Matías Bize nos muestra cómo suceden algunas relaciones contemporáneas en las que el mundo se nos queda pequeño y demasiado grande una vida. Y para ello nos ayuda, y mucho, Blanca Lewin, que transmite amor, mucho amor.