Arrebato

Arrebato es una peliculita mala, con un sonido espantoso y una iluminación digna de Pedro Botero, a ratos aburrida y siempre insidiosa.
Pero tiene algo indecible, que se eleva sobre el misticismo de la psicodelia a la que aspira y que permanece dias despues del visionado.
Extrañamente, tras tres dias, he soñado dos veces con ella, y el tema de la banda sonora, que se suele olvidar al cabo de unas horas, aun permanece martillando la consciencia, junto con la voz ronca del personaje central de la película.
Ese tal Miller se afianza con el tiempo hasta encumbrarse en un icono de los que no se olvidan, y aun cuando el halo de fascinación por las drogas y la bohemia nos resbalen, es imposible no sucumbir al magnetismo de ese indeseable al que jamás olvidaremos. El final es tan brillante como el que pueda concebir el mejor David Lynch, y nos deja en un estado de alucinación sublime, compensando los largos minutos de mediocridad que nos da la película. No recomendaría a nadie esta película maldita, pero por un capricho completamente subjetivo, la catalogaré como obra de arte irrepetible.

Un comecocos con hambre voraz. Así nos plantea Zulueta el cine. Capaz de absorber la vida. Usando la cámara como un personaje más, capaz de arrebatarte todo. La obsesión hecha película. Zulueta el Lynch español. Arrebatado del cine por su propia criatura.

Arrebato es arte.

Por eso…

Asusta.
Repele.
Rompe.
Engaña.
Busca.
Atrapa.
Transforma.
Obsesiona.

La pausa y el arrebato, el control de la creación y la evolución del arte.

Un hombre atacado por el hastío de un entorno que no disfruta, asqueado de su cine, sus drogas, su lastre llamado unas veces mujer, otras perdición.

Hay una figura que se esconde entre las sombras de esa esquina, un muñeco con vida propia, es las historia que le interesa al primer hombre, el elemento discordante, la voz disociada de una vida paralela, un amante de sus pequeños secretos, de la velocidad, de la pausa, del arrebato.

Esta aparición quiere perfilar esa imagen perfecta, grabar lo que ve, explorar lo que siente. Perderse en el argumento de su propia fascinación. Ser grande, dominar el rollo de película.

El niño es un genio, es un yonki, un descubridor de tesoros enlazados en la paranoia del estímulo, vida conversa, fotogramas testigos, sueños atemporales, cuatro días de espera.

Así se desarrolla la pausa, la obra de arte que se consume en manos del creador, perfilada al detalle, el suspiro atrapado en el momento preciso que muestra con detenimiento un trabajo perfeccionado, terminado, colosal.

Así se busca el arrebato, la perdición del artista que se desvanece frente a su descubrimiento, el poder de una explosión que absorbe toda la energía de un creador que a su vez no domina a su fiera desatada, la imagen crece, el autor se consume, la vida se convierte en el elemento menos crucial, queda una muestra de ese arrebato. Otro igual podrá reconocerlo, por una misma sensación que le atrapará dentro de la culminación de sus existencias. Es el descubridor, el arrebatado.

El control y la evolución, la pausa de la creación y el arrebato del arte.

Pues francamente, lo más llamativo de esta cinta es que las drogas intervienen sin pretender molar ni concienciar a nadie. Esa utopía imposible que ya tenía en mente me ha sido desmentida. Debe de ser la única en la historia, o de las pocas que no cae en ese recurso facilón, o al menos, sin ser tan explícita.

Los restantes componentes del inventario que elaboran el film "Arrebato" más los veo como un cóctel de pajas mentales pretenciosamente impactantes con las que el director pretende hacernos partícipes de ellas que un cosmos absorbente de paranoias y obsesiones de los implicados en cuestión. Sinceramente, no me atrapa. No lo vivo, ni lo disfruto, ni lo padezco. No tengo lo que hay que tener.

Una obra maestra o una idiotez. Ni niego ni afirmo. Ni sé ni no sé, ni creo aspirar a saberlo nunca. Y me da igual. Tal vez no tenga respuesta. Todos hemos visto lo mismo, y cada uno verá lo que quiera ver, porque la película la hace el espectador.

Film de visionado obligatorio, es de lo único de lo que doy fe.

Arrebato supone uno de los mayores shocks que ha recibido mi pobre mente de aficionado al cine. Zulueta quiebra la pantalla, no para homenajear el cine, sino para que este reflexione sobre si mismo. Se escabullen las excelentes interpretaciones, los magníficos guiones, los ritmos certeros, y las portentosas fotografías; solo CINE. Arrebato no es una película, es EL CINE, bombardeándonos con su discurso, con mil y una reflexión, ideas e impresiones; logrando el tan ansiado arrebato, tan solo al alcance de unos pocos cineastas. El cine como la búsqueda de las fisuras internas y externas que nos llevan a dimensiones ajenas a nuestra realidad; la búsqueda de lo que se intuye, y no existe si no se crea; del camino hacía un destino pese a todo incierto. Invención y descubrimiento. Arrebato es alucinógena y alucinante; para alucinados y artistas (no para quien crea ser tal).

El cine como tirano ente superior, hechizante y vampírico, que exige al cineasta algo que este se ve incapacitado para ofrecerle.

Las imágenes tienen un ritmo, que como la música en una bacanal, te lleva al trance; dar con él es hacer cine, ser y fundirse en él; trascender.

Arrebato admite análisis enciclopédicos, y tantas lecturas como el espectador quiera hacerle; pero admite requiriendo implicación y cierto esfuerzo; no solo de placeres banales va a vivir el hombre.