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La profesora de piano

Drama Una mujer, profesora de piano en un conservatorio, frecuenta cines porno y tiendas de sexo para escapar de la influencia de su dominante madre. Uno de sus jóvenes alumnos se propone seducirla.
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Críticas 147
Críticas ordenadas por utilidad
3 de abril de 2023
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Demoledora, extraña, desagradable, sadomasoquista, violenta, pasional... Pero narrada de manera precisa, fríamente calculada.

Haneke siendo poeta del caos mental, de las perturbaciones más profundas, de los deseos incomprendidos, de las relaciones de violencia, manipulación y control; como debía ser, a partir de un libro de la ganadora del Premio Nobel de Literatura Elfriede Jelinek.

Personajes multidimensionales, actuaciones más que perfectas, intensidad absoluta, desenfrenada/contenida pero con precisión suprahumana... En una puesta en escena gélida y aparentemente naturalista que permite configurar sobre ella una extrañeza y perturbación crecientes a lo largo del visionado del film.

Una película que no podría aplaudirse suficientemente, siempre merecerá más aplausos...

Mientras exista Huppert el arte de la interpretación está a salvo ¡No hay cómo describirla! Su actuación es un nuevo lenguaje humano, y a la vez es tan universal que cada átomo y partícula en los confines del todo puede sentir lo que expresa... Gracias por existir Isabelle, La Pianista.
Carlos Ceballos
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1 de agosto de 2023
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La pianista (La pianiste, 2001), de Michael Haneke, que adapta una novela de Elfriede Jelinek, es una película en blanco. El blanco del hielo, del espacio o de la página en blanco, el blanco del vacío, de la falta de inteligencia emocional. Erika (Isabelle Huppert) tiene cuarenta años, pero emocionalmente aún es una niña. Vive, incluso comparte cama, con su madre, voluntad absorbente, anuladora, dominante, cuya convivencia se convierte en pugna, en padecimiento, como ya refleja la secuencia introductoria, en la que la madre parece una policía que realiza un control de acceso con sus preguntas sobre qué ha hecho durante sus tres horas de ausencia del hogar e incluso chequeando su bolso y su cartilla del banco. Y su vida la ha instituido con esa misma trama. En su trabajo, en el espacio público, el espacio en que detenta una posición de dominio, como profesora de piano, ejerce un poder, a la par que mantiene la distancia, como un hielo que quema, que desprecia, que golpea con sus palabras y miradas, que reprende y rechaza. Es la réplica de su madre en el escenario social. En su universo hay habitaciones compartimentadas que reflejan una escisión, un conflicto no resuelto en sus emociones, un desequilibrio, un desvío que es grito, tanteo torpe infantil, en el que lo obsceno y la escatología encuentran un espacio expresivo como la onda expansiva de una bomba, una liberación no permitida en la pantalla de su vida, con su madre, en su trabajo. Lo orgánico abre una hendidura, como una violenta fuga de agua en el casco del barco. Es la mancha del blanco, esa mancha que se camufla, y refleja un desajuste emocional.

Sin que se establezca una particular ruptura expresiva en la narración, Haneke nos muestra, tras sus clases, en la que mantiene una distante actitud altiva, cómo Erika acude a un sex show, observa escenas de sexo mientras olisquea el kleenex con restos de semen de quien ha ocupado antes la cabina. Erika se desplaza en ese espacio como lo puede hacer en sus clases de piano, para ella no hay colisión, por eso tampoco la refleja Haneke con su mirada. Si hay ruptura, colisión, es en la mirada de los otros, por eso realiza esas acciones de modo clandestino (como en una sala de cine al aire libre, orina mientras escucha cómo una pareja hace el amor en un coche). Sabe que son acciones que no están legitimadas, que pueden ser consideradas aberrantes, anómalas. No encuentra miradas cómplices que puedan mirarla con naturalidad. No encuentra miradas con las que exponerse, por eso se cierra, ante los demás, en una imagen espinosa, como un blanco pétreo. Entre la imagen pública y el espacio íntimo hay un abismo (de vidrio), y es una herida como la que se inflige en su zona púbica en el baño de su hogar.

Otra mirada irrumpe en su espacio compartimentado, clausurado, congelado. El estudiante de piano de diecisiete años, Walter (Benoit Magimel) que la corteja con entusiasmo y admiración. Un entusiasmo que puede resultar apabullante (irrumpe en mitad de una clase, o antes de que ella concluya su pausa entre clases). No hay comedimiento en su expresión emocional, como en su forma de interpretar la música, por ejemplo, la de Schonberg. Walter puede aceptar sus desplantes, sus brusquedades, su seca autoridad, puede aceptar, e incluso le entusiasma y se decide, por ello, a dar el paso de besarla (en un baños blancos y pulidos), que introduzca cristales rotos en un bolsillo del abrigo de una estudiante de piano, porque deduce que es a causa de los celos, por las atenciones que Erika ha visto realizar a Walter, cuando le ha ayudado, pasando las páginas de la partitura,en su intervención en el auditorio. Pero Walter no puede aceptar la directa confesión de unos gustos sexuales que se definen por el placer en la sumisión, en aceptar su voluntad, en el daño y padecimiento. Una sexualidad abrupta, nada glamourizada, sin envoltorios de sofisticación, más como la manifestación de una niña. Erika lo comparte con la torpe brusquedad de quien se expone, o de quien nunca se ha expuesto de ese modo, ofreciendo su vulnerabilidad, con confianza, sin pudor (la mirada de Huppert en estos pasajes es otra).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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13 de junio de 2024
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Todo Haneke es perturbador. Bueno, todo lo que yo he visto de Haneke me parece malsano, perturbador, enfermizo, delirante, retorcido, poco edificante, en definitiva.
Lo que nos plantea aquí es, sencillamente, cómo las personas normales, dedicadas a asuntos corrientes y molientes, son capaces de escapar de su rutina de la manera más sórdida posible. No hace nada malo, quizá sí reprochable desde una moral estricta, pero a ella le sirve para seguir viviendo una vida vulgar, anodina y sin esperanzas. En realidad, es algo que hacemos todos, con mayor o menor intensidad, y pruebas de ello hay por doquier.
Hay algo de neurótico en la represión sexual que mantiene la pianista consigo misma. Parece que la represión la ha ayudado a tocar mejor el piano. Quizá sea así, aunque probablemente tocaría igual de bien, o de mal, sin participar de esa manera tan peculiar de vivir el sexo.
Es interesante la propuesta, aunque algo alejada de los cánones ordinarios y usuales de una película clásica, que son las que más me gustan.
La historia tiene una cierta sensibilidad, funciona en la rudeza y en la violencia, pero no consigue conmover desde la dulzura. Probablemente no lo pretende.
Es una cinta lenta, circular, obsesiva, neurótica y agresiva desde la sexualidad. Una propuesta interesante.
He leído algunas crítica sobre la cinta y estoy bastante de acuerdo en que una temática como esta en manos de un directo más zafio, menos dotado y menos sensible hubiera sido un despropósito morboso y sin sentido.
Me ha gustado, pero no me parece la obra de arte que parece sugerir todo el mundo que es. Interesante, sugestiva, distinta, provocadora, pero no me parece una cinta mayor. Ni mucho menos.
ÁAD
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21 de enero de 2009
9 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película hubiera preferido no verla. No porque me pareciera mala, en absoluto. Pero me dejó un mal cuerpo tremendo. Isabelle Huppert es un espectáculo como actriz, pero yo debo ser un alma sensible o algo parecido, porque me pareció que había un tufillo a ganas de escandalizar que se materializaba sencillamente en escenas grotescas, de pésimo gusto y que creaban una sensación de desasosiego bastante inquietante (como Huppert, que es inquietante en sí misma).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
luiso
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24 de junio de 2007
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filme violento y atrevido. Haneke explora la psicología de los personajes como nadie, y consigue con los planos secuencia una profundidad como pocos directores son capaces.
Huppert genial.
jorge79
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