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Un equilibrio delicado

Drama Agnes (Katherine Hepburn) y Tobias (Paul Scofield) son un matrimonio de mediana edad cuya vida se verá alterada por los problemas de amigos y familiares. Sus mejores amigos, Harry (Joseph Cotten) y Edna (Betsy Blair), perturbados por un temor desconocido, se refugian en su casa. Pero eso no es todo: está a punto de volver su hija Julia (Lee Remick) tras el fracaso de su cuarto matrimonio. Y, por otra parte, está Claire (Kate Raid), la ... [+]
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
28 de mayo de 2011
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tobias y Agnes son una pareja de casados de clase media que vive con Claire, una hermana dipsómana de aquella, con la cual aumenta la ya un tanto tensa situación por la que ellos pasan. Sus fuertes discusiones, debidas en mucho a la reticencia de Claire a aceptar que es alcohólica, llenan de sombra y de ostracismo a aquel hogar donde la única hija, Julia, se encuentra lejos sufriendo su cuarto matrimonio.

Todo empeora cuando esa noche aparecen sus mejores amigos, Harry y Edna, quienes víctimas de un extraño miedo que han comenzado a sentir en su casa, han decidido venirse a vivir con ellos. Y cuando apenas ha pasado una noche, a la mañana siguiente aparece Julia, otra vez separada y dispuesta a regresar a su alcoba… ahora ocupada por los viejos amigos de sus padres.

Lo que sucederá luego es, a mi manera de ver, lo que da un importante significado a este filme, no apto para quienes amen la acción y la movilidad física, pues, la estructura de esta historia reclama un cierto encierro espacial y un desplazmiento sobre espacios comunes, semejante al sentir emocional por el que pasan sus personajes. No obstante, pienso que algunas situaciones permitían un relajante cambio de sets que, el director Tony Richardson no pensó en asumir, sacrificando así un mejor acomodamiento del público. Pero, quizás por su larga experiencia teatral, él sintió que, la gente que sabe que el filme es una adaptación de la obra de Edward Albee, galardonada con el premio Pulitzer, está preparado para las historias claustrofóbicas y muy habladas.

Hay una frase puesta en boca de Claire, que considero da cuenta del claro alegato que, contra el american way of life, se propone el autor: “No vivimos en una nación comunista. Nosotros damos pero no compartimos; somos extrovertidos pero no amigables; escondemos lo mejor posible nuestro ser interior y mostramos a los demás sólo lo mejor de nosotros”. Y entonces, entra en un brillante cuestionamiento lo que entendemos por amistad. Y aquel aparentemente confuso “No quiero que te quedes, pero quiero que te quedes” que espeta Tobias, revela que “No quiero que te quedes” es la clase de sentimiento que solemos ocultar y el “pero quiero que te quedes” es un cumplido atragantado que suele expresarse por “respeto a la amistad”.

Y queda para el espectador una relevante pregunta: ¿Qué era aquello que estaba causando pánico a Harry y a Edna que los motivó a irse con sus amigos?

Hay un frágil equilibrio en muchas de las cosas que como sociedad tenemos. Vivimos mal porque sentimos mal, porque amamos mal, y porque actuamos mal. Este filme, me ha dejado un interesante gusto amargo que me sacudió muy dentro. Ahora vuelvo a sentir que no es esta la sociedad que merecemos y que tenemos que dar paso a un serio compromiso para transformarla.
Luis Guillermo Cardona
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20 de mayo de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Raymond Benson resumió: "El American Film Theatre quizás no era un producto perfecto, pero era audaz y fascinante. Es el tipo de proyecto que nos recuerda cuán temerariamente valientes, y con frecuencia, artísticamente brillantes podían ser los cineastas en los años setenta”.

En 1973, Tony Richardson, un audaz retratista de la condición humana y una de las mayores figuras del Free Cinema ingles, se atrevió con este sobresaliente texto de Edward Albee y convocó a los oscarizados Katherine Hepburn y Paul Scofield para darle marcha a un proyecto que intentó hacer accesible al gran público destacadas piezas del teatro moderno.

A Delicate Balance es una terrorífica vivisección de la vida familiar y un cruel mosaico de las relaciones humanas, escrita por uno de los grandes dramaturgos que dio el siglo XX.

Un gran escritor argentino, advertía:

“Temprano siento que la mente está muy clara. Me levanto y hablo en mí con las personas que quiero. Me imagino lo que me responden, pero después las encuentro y me dicen otras cosas y empiezo a cargarme con las ideas de otros, con las fricciones, con la trituración de la jornada. (…) Durante el ejercicio de la trituración somos máscara, falsedad, simulación. ¡Demonios!, todo lo que tenemos que inventar para que los demás sean y nosotros seamos”.

Es que es esto, lo que de algún modo, nos quiere decir Edward Albee en su obra: estamos expuestos a una constante moledura cotidiana, vivimos próximos al aplastamiento, al desmenuzamiento comunal. Somos cómplices del mismo proceso. La molienda es un acto compartido. Un pacto. Generalmente, no advertimos el peligro ni oímos el ruido de los martillos, pero sabemos que está ahí. Desesperados, nos asimos los unos a los otros sin coherencia ni consonancia. Somos multitud entreverada y confusa, atadura sin ligazón. En el mundo social, la correspondencia es la excepción, no estamos implicados de igual modo en el proceso activo de relacionarnos. La interacción es equivoca, la organización infructuosa, las pautas no son tan predecibles como nos hicieron creer. Somos la fina urdimbre de sentimientos, a veces un nexo. Vivimos suspendidos sobre un abismo, en delicado equilibrio sobre la cuerda floja

A Delicate Balance expone con maestría esa distancia, aquella improbabilidad del encuentro, esa escalofriante interrupción en el espacio y el tiempo que son los vínculos humanos.

Después, mas tarde, seguiremos observándonos. Ajenos, atrapados en cuerpos parlantes, huecos, deshabitados.

Obra a reivindicar.
nahuelzonda
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20 de febrero de 2013
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues está regular... tiene momentos muy buenos, pero también hay momentos muy tediosos. Sobre todo el momento en que dice: quiero que te vayas, pero quiero que te quedes. Y se queda bloqueado ahí, como un ordenador, que ni para adelante ni para atrás... todo bastante surrealista...

Hepburn, como siempre está espléndida, es que es imposible que lo haga mal. Luego no hay ni principio ni fin, queda todo un poco... raro.

Otro momento surrealista es el que se quedan a vivir porque sí, sin explicaciones, y tampoco las piden. Hay momentos que se llega a entender, pero hay otros que no.

Mi conclusión es que los 60 dejaron a una generación tocada por las drogas happy-flowers, y claro, se ve claramente las idas de olla que nos encontramos en los 70 y principios de los 80.
edugrn
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