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Un domingo en la campiña

Drama Verano de 1910. Un prestigioso pintor viudo lleva una triste y solitaria vida en la campiña francesa. La llegada del domingo se ha convertido para él en el mayor de los placeres. Ese día recibe la visita de su hijos y, lleno de alegría, disfruta del placer de conversar con ellos sobre la relación entre vida y arte. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
7 de enero de 2008
47 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ví esta película en el cine hace....un montón de años. No sé si en el mismo año en que salió, pero no mucho después en todo caso.
Fuimos mi hermana y yo y, por primera vez, mis padres nos acompañaron hasta la puerta del cine pero no entraron a verla con nosotras. No tengo idea de por qué lo hicieron precisamente con esta película, y no una más abiertamente infantil.
Recuerdo vagamente que era una película hermosa, pausada, serena. Eran más importantes las imágenes que el argumento... Y me había gustado mucho, pero...
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Minervamestiza
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26 de diciembre de 2018
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de leer el comentario de Minerva, único hasta el momento, y me ha hecho gracia el recuerdo que ella tiene de esa película a diez años vista -y veinticuatro de su estreno-. Yo aún he tardado más, treinta y cuatro exactamente, y la he visto a raíz del libro original de Pierre Bost que estaba como novedad en mi biblioteca local.

Es interesante cotejar ambos porque, aunque resulta bastante fiel su adaptación, tiene un final diferente -que no puedo spoilear- y así como en la novela hay una réplica contundente a la hora de enjuiciar la visita familiar al patriarca de la historia, Tavernier ha optado por poner mayor énfasis en lo que supone la pintura y el planteamiento vital que ha hecho sobre ella dicho protagonista, casi anciano ya aunque vigoroso aún, y que se presta -es mi opinión- a todo un forum sobre ello.

No sé si se entiende mucho pero en resumen sería: por un lado la idiosincrasia de todos los componentes de la familia en cuestión, sirvienta incluida, y el cariño o indiferencia que suscitan por entresijos del carácter o afinidades personales, y por el otro una reflexión también profunda sobre los hilos del arte... Todo ello con la belleza de la campiña de fondo dentro de un marco emblemático: principios de mil novecientos.
Rebeca
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8 de febrero de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No debe ser fácil sacar tanto de una película que se explica en tan pocas palabras. No se trata de una historia con una trama compleja, con giros inesperados, con un guión repleto de acción. El título de la película es lo que es, así de sencillo: un padre de familia, viudo, espera la llegada de sus dos hijos en su casa para pasar el día juntos, acompañados de sus tres nietos y su nuera, a las afueras de la ciudad.

Creo que Tavernier consigue algo realmente complicado, que no es otra cosa que trascender a partir de la sencillez de su propuesta. No es en apariencia nada del otro mundo lo que vemos, con la excepcionalidad de tratarse de principios de siglo XX. Es una familia más como cualquier otra, lo que les pasa podría pasarnos a nosotros como hijos o como padres. Parece poco y sin embargo es tanto... Es un reencuentro habitual, pero señala de forma definitiva que el paso del tiempo ocurre para todos y que es implacable. Desde la posición del padre es pura melancolía, es su definición exacta. Y aunque no se den cuenta, la posición de los hijos no es menos triste.

Hay un momento al final de la película en el que padre e hija hablan, una orquesta al aire libre toca una música deliciosa, piano, acordeón, tambor y flauta invitan a bailar. Padre e hija bailan. No parece gran cosa, pero los ojos de él desprenden un amor y una ternura ante los que es imposible no sentir una conexión como espectador que no es fácil conseguir. Ella ya no es una niña, es una mujer de buen ver. Ya no es su niña, qué triste, ni él es quien fue.

Todo fluye, de forma inevitable, al mismo lugar. Darse cuenta y ser consciente de ese paso del tiempo puede ser la definición exacta de lo que es sentir melancolía.
Luisito
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2 de diciembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
393/15(16/11/21) Bonito y elegante (palabro que parece creado para esta obra) film galo dirigido por Bertrand Tavernier, no es obra apata a todos los paladares, en lo que es una adaptación de la novela “Monsieur Ladmiral morirá pronto” de Pierre Bost, con guión de Tavernier junto a su esposa Colo, con lírica narración voz en off en tercera persona (del propio director). Cinta no apta a todos los paladares por su tempo narrativo y la liviandad de lo que se cuenta en primera instancia, un simple Domingo de 1912 que un par de hijos mayores (uno casado y con hijos, y la otra soltera) pasan en la casa de campo de su anciano padre viudo, donde no pasa nada crucial (una misa, almuerzos, siesta, un paseo en auto, un baile,…), pero que rascando pasa mucho, el peso lapidario del tiempo, con sutilidad y sabiendo observar ves a un protagonista en el ocaso de su vida mirándose a sí mismo a través de sus dos diferentes vástagos, se intenta reflejar en ellos y a la vez hacer revisión de su vida, un fresco melancólico de un día cualquiera que deja huella en su sencillez. Tavernier mima a sus personajes, estos actuados de modo primoroso, emitiendo estos ternura y emociones, evocando ello a un día idealizado, en lo que es una esmerada reflexión sobre el sentido de la vida, las relaciones familiares intergeneracionales, todo ello con una pátina de nostalgia enlazado con unas imágenes bucólicas. Destacando en la actuación con 73 años de un prodigioso Louis Ducreaux (actor, músico y director teatral y la de la actriz que interpreta a la criada, Monique Chaumette), toda una mimetización con su papel, emitiendo toda una gama de sentimientos con los que el espectador (ósea, yo) se llega a conmover, con sus miradas, gestos, poses, siendo el culmen el entrañable final del film.

Todo esto visto estéticamente como si de un cuadro impresionista (Renoir y Manet son claras referencias visuales) en movimiento se tratara gracias a la fascinante labor del DP Bruno De Keyzer, proyectando sensaciones en su resplandeciente sol, un estado de ánimo, con una cámara detallista, con profundidades campo, transmitiendo humanidad en sus matices, al parecer influenciada labor por los Autocromos de Lumière con sus colores ligeramente difuminados y atenuados, potenciando el poder emocional de las imágenes. Ello con algunas tomas de grúa suaves (evocando a la mítica toma de Leone sobre la estación de tren en “Hasta que llegó su hora”), con gráciles travellings y zooms que emiten mundo interior de los personajes; y esto adornado por hermosa música clásica, interpretadas por el cuarteto Via Nova y Jean Hubaud (piano), el Quinteto para piano y cuerdas núm.2 de Gabriel Fauré , op.115; Cuarteto de cuerdas Fauré , Op.121; Trío para piano, violín y violonchelo (Fauré) , Op.120, adaptación musical y arreglos de Philippe Sarde.

El Sr. Ladmiral (Louis Ducreaux) es un pintor sin genio real, en el ocaso de su vida en 1912. Desde la muerte de su esposa, ha vivido solo con Mercédès (Monique Chaumet en una actuación notable como mujer que nos e calla ante su jefe)), su sirvienta. Como todos los domingos, recibe a Gonzague (Michel Aumont, conmovedor en como busca a su padre y este le desdeña por haberse, según, él acomodado), su hijo, un chico ordenado, enamorado del orden y el decoro, acompañado de su esposa, Marie-Thérèse (un encanto de mujer encarnada por Geneviève Mnich), y sus tres hijos, Émile Thomas Duval), Lucien (Quentin Ogier) y Mireille (Katia Wostrikoff). Ese día, Irene (radiante Sabien Azéma, hermosa, eléctrica, pasional, y a la vez dejando ver grietas en su alma), hermana opuesta de carácter de Gonzague (este tímido, sin aspiraciones, conservador), joven moderna del SXX, llega de improvisto en coche conducido por ella (marcando su independencia y modernez en contrapunto a su hermano que llegó en tren; arriba con un perrito en vez de esposo), briosa, inconformista, individualista, ha sacudido este ritual tranquilo, cuestionando la elección artística de su padre, y por la que este siente predilección por representar lo que él quiso y no hizo, arriesgarse en la vida.

La cinta marca su tono desde su evocador inicio, en un domingo cualquiera del otoño de 1912, un anciano se levanta en medo de sus rituales, desde cepillarse los dientes, lustrase el calzado, vestirse, ello mientras canta, también oímos de fondo a la criada cantar alegremente. Baja el anciano y los dos temas entonados chocan, los dos discuten sobre cuanto tarda en llegar a la estación de tren donde su hijo con su nuera y nietos vienen a visitarle, siendo él más optimista que la ama de llaves, que lo ve ajado para lo poco que el prevé, se encamina al encuentro cuando a medio trayecto sus dos nietos se encuentran con él, tras lo que el anciano discutirá con su hijo Gonzague sobre si el tren llegó demasiado pronto o su reloj se atrasa. Todo con un clima de trivialidad anodino y a la vez poético por el modo de exponerse.

El momento cumbre de este dominical día es cuando Irène y el Sr. Ladmiral tienen una charla en un café al aire libre bajo un pabellón al borde del Sena, mientras una orquesta (piano, tambor, flauta) toca música (la orquesta liderada por el acordeonista Marc Perrone, tocan polca compuesta por el propio Louis Ducreaux), con gente bailando. El anciano confiesa a su retoña su pesar por no haber sido valiente en su vida, no haber hecho la pintura que le hubiera gustado, y haberse atenido a los convencionalismo de ser uno más ("Hice lo que mis maestros me dijeron que hiciera", comenta triste), esto por asegurar la comodidad familiar, pero en detrimento de su realización personal, ello mientras Irène escucha emocionada. Padre e hija terminan danzando de modo enternecedor, con una mirada cristalina de amor del padre, desprendiendo un cariño que desborda la pantalla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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22 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tavernier es un director del que me queda casi todo por ver pero que con 'Un domingo en el campo', ya ha conseguido cautivarme. Su capacidad para envolver en imágenes, una jornada campestre de una familia que bien podría ser tributo/homenaje del director a su propia familia, derrocha talento. Tavernier se sirve de ellas como pretexto para realizar un retrato, con bodegón incluido, de una parte de la burguesía de aquellos años locos de primeros de siglo. El anciano, sus dos hijos, nuera y nietos, son dibujados en la película con trazos de fino pincel y mirada nostálgica.

Una película bucólica y contemplativa que nos recuerda a algunos cuadros de Renoir y Manet, de un naturalismo desbordante con el olor a alcanfor de los viejos muebles y el ruido de las moscas en la cocina. Destacable la intepretación del prolífico Louis Ducreux, a la sazón, actor, mùsico y director teatral y la de la actriz que interpreta a la criada, Monique Chaumette, que en la actualidad tiene 93 años de edad, y que también trabajó, entre otros papeles, en La Gran Comilona ( Marco Ferreri. 1973).
theda mai
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