Hilda Crane

Philip Dunne, como Nunnally Johnson, fue un prestigioso guionista atraído por la labor de dirección. En ambos casos ninguno pudo alcanzar como director el prestigio conseguido como guionista, lo que no impidió que aportasen, en unas carreras básicamente irregulares, algunos títulos de interés.

La más interesante de las obras rodadas por Dunne sea posiblemente esta producción de la 20th Fox con guion -por supuesto- del propio Dunne, basado en una obra de teatro de Samson Raphaelson, rodada en Technicolor y CinemaScope, con una atractiva y atmosférica música de David Raksin.

Hilda Crane es vuelve desde Nueva York a la casa de su madre viuda, en un pequeño pueblo, al perder su trabajo y tras dos divorcios. Ha vivido con libertad, lo que la convierte en la comidilla de la pacata comunidad de su pueblo, al tiempo que provoca un cierto rechazo por su actitud amable y desenvuelta. Allí se reencuentra con viejos amigos y amores, pero también revive el ambiente chato y provinciano que la hizo huir a la gran ciudad.

Dunne rueda con elegancia, haciendo un buen uso del CinemaScope, lo que le da un brillante barniz a este melodrama de pasiones turbadoras, un poco caduco argumentalmente pero todavía disfrutable, más que nada por la presencia de Jean Simmons en uno de sus clásicos trabajos llenos de contención y expresividad, dando vida a esta mujer educada, romántica y rebelde frente a la mala suerte, que lucha contra todas las hipocresías del mundo y contra sus propias dudas. La película es igualmente interesante por el ácido retrato que hace de la maternidad castradora y obsesiva, en la figura de la madre de la protagonista o de la suegra, mujeres que no saben dar afecto a sus hijos o que los ahogan neuróticamente con sus fantasías edípicas.

Buen melodrama.

Admito mis reparos por el teatro filmado y aun reconociendo muestras excelentes como son “La soga” (1948), “Doce hombres sin piedad” (1957) o La huella (1972) de tramas apasionantes e interpretaciones bordadas, todas se me antojan una buena filmación de una sesión teatral, pero no propiamente cine, porque el lenguaje esencialmente cinematográfico (cámara, imagen, tiempo) está subordinado si no sustituido por el lenguaje oral: una copiosidad verbal que termina por suplantar la narración propiamente fílmica. La cámara queda delimitada por el escenario, lo que condiciona el plano, esto determina el montaje y el tiempo se ve afectado.

Hilda Crane, pese al esfuerzo de la producción por “exteriorizarnos” algunas de las secuencias, se resiente del confinamiento escénico que impone un argumento dialogado que versa sobre un tema cuya presunta incomodidad pretende ser la mejor de sus bazas, pero que en 1956 no resulta tan palpitante ni tan escandaloso como sugiere la película. Y hoy, desde luego, algo insulso.

La denuncia de la hipocresía en las convenciones burguesas de la América de los cincuenta retratada en los devaneos de una divorciada, algo talludita (y algo extraviada, todo hay que decirlo), deshojando la margarita entre dos antiguos pretendientes no nos parece insólito en la sociedad estadounidense de los cincuenta. Recordemos que del mismo año data la “indecente” Baby Doll… que además de unas cuantas candidaturas a los Óscar consiguió poner de moda los insinuantes camisones rabicortos.

Así que resulta probable que su oportunidad pueda explicarse en el contexto del boom y prestigio del teatro en el cine del que gozaron estas adaptaciones en los cincuenta.
Y al hilo de la anécdota sobre Baby Doll, quizá Tennessee Williams tenga que ver con el teatro filmado o, más precisamente, con sus excesos. Si bien este subgénero se ha cultivado desde el cine mudo, el dramaturgo logró colocar nada menos que diez títulos de éxito entre 1950 y 1960. Directores consagrados (Kazan, Mankiewicz, Brook, Huston) y actores tan reputados como “metódicos” (Brando, Leigh, Newman, Cliff) nos inundaron los cines de introspectivos personajes sufrientes, tan sensibles como victimados, moviéndose en hogares y familias asfixiantes en torno al aura de una madre edípica. A propósito, el día que confeccionemos la relación de películas sobre el conflicto edípico nos sale un tour de Filmaffinity.

Hilda Crane encajaba en esta moda de dramaturgia filmada, pero ni Philip Dunne es Mankiewizc ni Samson Raphaelson es T. Williams, tampoco las actuaciones tienen el glamour que emanaban las stars system filtradas por Strasberg. Jean Simmons está discreta, Jean Pier Aumont anodino y Guy Madison olvidable, como siempre.
En definitiva una producción aceptable en lo formal, correctamente filmada, pero falta emoción narrativa y alma cinematográfica.

Buen melodrama, ya quizás si se ve hoy en día (9 de julio de 2022) un tanto desfasado argumentalmente, pero agradable y entretenido.
Se tarda un poquito en entrar en materia por mor de una puesta de escena inicial que remite más de lo debido al teatro, esto es, algo enfático y envarado, rígido. Pero poco a poco vamos conociendo mejor a la protagonista, con sus verdaderos sentimientos, conociendo sus actos pasados y presentes. En realidad, no es más que una mujer en busca del amor y afecto que nunca ha conocido realmente.
El filme estéticamente es excelente, con una impresionante fotografía en color y en Cinemascope a cargo del gran Joseph MacDonald, así como tenemos una estupenda banda sonora de otro de los grandes: David Raksin.
Jean Simmons está maravillosa, tanto como actriz como de guapa y la historia se sigue sin gran emoción pero con interés.
Al final deja un buen sabor de boca por su elegancia formal y su volcánico maremoto de sentimientos encontrados de la protagonista, en busca de sí misma.

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