"Amanece..." no es el absurdo de los Monty Phyton, es el total y completo absurdo. Cualquier tipo de trama coherente brilla por su ausencia por lo que la película se convierte en casi dos horas de situaciones inverosímiles encadenadas. ¿Quiere decir esto que es mala? Ni mucho menos.

Son ya 20 años viendo cine de todos los tipos y, subconscientemente, la primera reacción de mi mente a la hora de enfrentarme a un largometraje es buscar el hilo argumental, tarea primordial del espectador para situarse dentro de la historia y a partir de ahí comenzar a comprender el comportamiento de los personajes. Frente a "Amanece..." mi mente se ha visto bloqueada nada más llegar Antonio Resines y Luis Ciges a un pueblo (por el simple hecho de que una tal "Pepe" les dijo que fueran) y encontrarse con un negro vestido de pastor y blandiendo una lanza. Pero a pesar de ello me he mantenido atento al desarrollo de acontecimientos, esperando que todo se hilvanara, y encontarme frente a algún tipo de historia, hasta que ha pasado una hora de metraje y he comprendido de que iba la cosa. En este pueblo nunca reina la coherencia.

Hasta en "Life of Brian", intercalandose con una serie de hilarantes momentos tan memorables como absurdos, había un principio en la historia, y un final que se producía consecuencia de lo acontecido antes. En la película de Cuerda, todo empieza y acaba sin necesidad de haber contado nada, y a la vez, haciendo reír como pocas veces lo consigue el cine español, arrancando risas verdaderas y no simples sonrojamientos producidos por chistes verdes o estereotipos varios. Los momentos como los de las madres exagerando el cariño hacia sus hijos o las peculiares elecciones generales pueblerinas son un ejemplo de lo que hoy en día no se atreve hacer nadie en este género: Provocar carcajadas derivadas de hechos insólitos e irracionales.

"Igual es que en este pueblo son todos unos hijos de puta, ¿No Teodoro?"

El inicio es fascinante, propio de una auténtica y genial ópera heavy. "Kickapoo", que es como se llama la canción que da inicio a la película, nos cuenta la historia de JB (Jack Black) y de la frustración musical que sufre en su hogar, oprimido por el conservadurismo religioso de su familia, y especialmente de su padre (que no es otro que la estrella del rock Meat Loaf). JB experimentará un encuentro, como sí de revelación divina se tratara, con Ronnie James DIO, que se le aparecerá desde un poster para guiarle hacia la senda del éxito. Para los enamorados del heavy y de la música rock, es un inicio que deja con la boca abierta y la bajada de calidad posterior se entiende, porque de mantener este ritmo inicial (música y letras) habría sido una maravilla fílmica.

Aún así, la película es entretenida y tiene momentos bastante graciosos como el cameo de Ben Stiller o la canción que componen Jack Black y Kyle Gass cinco minutos antes de subir al escenario.

Para mí, Escuela de Rock era una película de masas, fanáticas o no de este tipo de música, mientras que Tenacious D puede que este más enfocada a los melómanos del Rock, ya que no son muchos fuera de este mundo los que conocen la magia e influencia de DIO.

Con “El Show de Truman”, en labores de guionista, Andrew Niccol demostró su condición de generador de universos paralelos en los que el ser humano se las arregla para ser víctima de sus propios excesos. Más allá de la crítica a una tele-realidad en auge, con la metáfora del gran plató de televisión se ponía de manifiesto cómo pueden llegar a gobernarnos fuerzas que escapan a la razón, imperceptibles pero que existen y manejan los hilos desde arriba sin que nos demos cuenta.

Varios años y con algunos largometrajes como director después, Niccol planeta otro universo distópico regido por unos pocos afortunados que operan a su antojo el teatro de marionetas en el que se ha convertido el mundo. Un mundo en el que el tiempo opera como moneda de cambio, otorgando la posibilidad de alcanzar la inmortalidad al que pudiese permitírselo, pero sobre todo, esclavizando al ciudadano de a pie para el que no llegar a fin de mes no significa perder solo su casa, sino dejar de respirar.

Como no podía ser de otra forma, los habitantes de la zona adinerada poseen la mayor parte del tiempo llegando a acumular sumas astronómicas, amén de controlar los bancos de préstamo de tiempo a los que es posible acudir cuando la carencia de segundos en el reloj puede poner en peligro la supervivencia.

“Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que morir”

Lo que transmite queda claro desde el inicio, aunque pocos de los diálogos ahondan sobre las causas del fenómeno injusto, quizás por no estropear una declaración tan atractiva. La trama discurre por otros cauces más llevaderos para una audiencia que difícilmente esperaba ver una “Inside Job” protagonizada por Justin Timberlake.
La reivindicación política se ahoga por imperativos hollywoodienses que orientan la trama hacia un reduccionismo personificado en el único representante de la clase dominante convertido en villano. Al otro lado se encuentra el Robin Hood moderno que actúa por simple y llana filantropía. La ecuación es infinitamente más compleja.

Queda todo pues a merced de las escenas de acción. ¿Hace esto poco disfrutable a “In time”? Ni mucho menos. Niccol crea el universo y juega con sus reglas para dar mucha más tensión de la habitual a todos los recursos de este tipo de cine, siendo precisamente ese tiempo en forma de tatuaje en los brazos de todos y cada uno de sus habitantes el que actúa como una suerte de cronómetro angustioso cuya condición mecánica le impide volverse piadoso de improviso.

Otra vez la manía de hacer el trainspotting español escenificando de la manera más explícita y directa esta supuesta decadencia en la que están sumidos los jóvenes. Un cóctel de sórdidez y perversión a partes iguales conforman este film, agobiante y sombrío pero que se vale contínuamente de imágenes impactantes para mantener una falsa tensión en el espectador.

Lo que realmente me hace hervir la sangre es la forma en la que Torras estereotipa a los personajes. Esto se refleja en el rol de Jaenada, rockero drogadicto víctima de sus propios excesos, sin matices y con un final que se veía venir a la legua. ¿Es que no hay otra forma de retratar a los músicos de rock?.

Y con respecto al empresario de Europa del este, más de lo mismo. Parece que en esta zona del mundo todo está relacionado con la prostitución. El que no es proxeneta es putero, por consiguiente, en Bulgaria no hay personas normales.

Carles Torras, en un alarde de vanidad, se veía salvador del cine patrio, perdido en insulsas comedias exentas de gracia. A mí, su retrato estereotipado y supuestamente angustioso me pareció más de lo mismo.

Esta es sin duda una película más que correcta, pero no logro averiguar que pretende aportar al espectador. Nos intentan explicar la injusta situación en la que se encuentran los palestinos residentes en la Franja de Gaza a través de la frustración de dos jóvenes que no ven otra forma de ayudar a la resistencia que ofreciendo su propia vida. Esta faceta es la que más me sobresaltó del film: los insurgentes palestinos se ven superiores a cualquier aparato militar por el simple hecho de estar por encima de la muerte. Según estos activistas, quien teme a la muerte está por encima de la vida.

Aun así la historia está en mi opinión excesivamente centrada en la pareja protagonista, lo cual no debería ser un argumento en contra del film, pero me parece que este hecho priva al espectador de observar otras facetas importantes para la comprensión total de la situación existente. El horror del que tanto hablan los futuros mártires no se ve reflejado en ningun momento, y tampoco nos muestran a al otra cara de la moneda en ningún momento: Israel

Por tanto, el film se pierde sobre todo en su desarrollo final, en un mar de discursos que no hacen sino adormecer al espectador.