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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
8
14 de enero de 2017
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la serie de libros "Una Serie de Catastróficas Desdichas" se suele desplegar un perverso y finísimo sentido del humor negro.
Su autor, Daniel Handler, alias Lemony Snicket, a menudo emplea esa forma de narrar no como algo planificado, sino como protección ante un mundo inhóspito y cruel, sin ninguna consideración hacia los niños que en él se encuentran.
Los adultos malvados existen, cuenta Snicket, nada que no supiéramos. Pero a veces pueden ganar, y salirse con la suya sin nadie que pueda impedirlo.

Algo que los tres Baudelaire aún no saben al principio de su triste historia.
Como cualquier niño, ellos solo piensan en sus propias cosas, pasan días nublados en la Playa Salada, y no se inquietan porque sus padres les manden dar un paseo fuera de casa.
Porque sus padres saben lo que se debe hacer, un adulto siempre va a saber eso, y no hay manera de que quieran aprovecharse de un niño.

La interesantísima película de 2004 con un magnífico Jim Carrey y un espectacular ambiente gótico quizá no resaltaba tanto el punto que esta no menos espectacular serie quiere destacar: lo duro que es darse cuenta, a tierna edad, de que el mundo es un lugar más frío y lleno de secretos de lo que hemos pensado.
Pero, al igual que la película, la serie elige tratarlo con el más resignado de los humores, sin embellecer nada pero tampoco subrayando todo lo malo que sucede.
Un contenido Lemony Snicket nos lleva de la mano por habitaciones polvorientas y túneles oscuros, estructuras pasadas de la historia que hemos querido que nos cuenten, cuidando nuestra ilusión y nuestra decepción, para que las moderemos siempre que sea necesario.
Otra señal, si se piensa bien, de que esta historia quiere tratar a su oyente con el mayor de los respetos, sin insultar a la inteligencia de quien está harto de oír los mismos finales felices de siempre.

Lemony Snicket sabe que necesitamos sus interrupciones, necesitamos atontar esta historia para tragarla, de lo triste y veraz que podría llegar a ser.
Tres niños huérfanos huyendo de las mentiras y manipulaciones de los adultos no podría ser de otra forma.

Así les acompañamos, en su deriva entre tutores de todos los pelajes y comportamientos, buenos o malos, pero siempre sin ganas de comprender a sus recién adoptados.
Los Baudelaire hablan e intentan hacerse entender, denunciando al horrible Conde Olaf (una grotesca y esforzadísima composición de un desatado Neil Patrick Harris), pero todas las veces reciben un "ya lo entenderéis cuando seáis mayores" o un "cómo habláis así a un adulto".
¿Un adulto de los que engañan y asesinan por una fortuna? ¿un adulto de los que guardan secretos potencialmente mortales? ¿adultos de los que crean sociedades secretas para un mundo mejor que dar a sus hijos y no lo consiguen?
Prefiero seguir siendo un niño inteligente como los Baudelaire que un adulto traicionero e ignorante como el Conde Olaf.

Siendo un niño, seguro que no se me escaparían los guiños autoconscientes de un relato como este, más inteligentes de lo que parece y agradecidamente agridulces en sus reflexiones.
Sin ir más lejos, me perdería toda la "ironía dramática" del episodio en el cine, dónde un cómplice Conde Olaf me está diciendo que para qué ir a ver dichosas películas subtituladas y con canciones, a cines lejos de mi casa, cuando puedo estar viendo esta serie desde la comodidad de mi cuenta Netflix.
No tendría por qué dar un juicio de sabiondo cuando la película acabe, apresurado e inflexible, como suelen hacer los adultos.

Claro que, siendo un niño, tampoco me llegaría a dar cuenta de que los momentos felices pueden dar lugar a otros tristes.
Por eso Snicket nos cuenta esta historia, para que ese adulto que somos pueda ayudar a entender ciertas cosas al niño todavía presente dentro de nosotros, como que esos momentos felices van a seguir existiendo, por muy mal que podamos pasarlo.
Por eso se vuelve a contar una historia como esta.

Que una nueva serie de catastróficas desdichas pueda continuar su funesto desarrollo es algo tan profundamente retorcido e irónico que el propio Lemony Snicket se habría llevado las manos a la cabeza de saberlo.
Pero así somos: nos encanta la pena, la tristeza y la desolación.

Siempre que vengan envueltas en la inspiradora historia de tres huérfanos que nunca se dejaron vencer por ellas.
Charles
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7
28 de enero de 2017
31 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta serie se ha vendido desde el primer minuto con la frase del título.
Una nueva versión, con los infaltables adjetivos "adulta" y "oscura" por bandera, que pretende desempolvar la serie de cómics de hace varias décadas.
La cosa es que aquellos cómics eran la esencia de la juventud estadounidense, repleta de batidos en diners de neón, inocentes aventuras en las que Archie y amigos lograban ser astronautas, detectives o vaqueros, y un sentido del humor blanco como la nieve, cuando no definitivamente infantil.
Bastante complicado darle la vuelta a un tópico tan gigantesco, sin cargarse lo que lo hace especial por el camino.

Y pese a todo, 'Riverdale' me ha convertido en el abogado del diablo.
"Archie se ha puesto buenorro" es una de las primeras frases del primer capítulo, y la probable primera espantada de los que recuerdan a aquel inocente pelirrojo que nunca ha sido el rompecorazones de nadie.
Pero, como cuenta la voz en off, hay bastante más bajo la superficie.
Archie sigue siendo el de siempre, solo que el último verano (ese último verano especial que todos hemos tenido) ha cambiado sus prioridades, haciéndole saber que no tiene que quedarse para siempre en Riverdale donde todas las chicas suspiran por sus abdominales desinteresadamente trabajados, sino que puede aspirar a algo más. Por primera vez, Archie tiene un secreto, sexual y prohibido, que trae la mayoría de edad a una caricatura que a lo mejor no la necesitaba, pero desde luego la hace mucho más interesante.

Betty Cooper también siente ese cambio en Archie, y le hace pensar que quizá sea el momento de lanzarse: cuando la amistad con tu mejor amigo se vuelve incómoda, sabes que quieres algo más que compartir tardes de batidos o inocentes invitaciones al inevitable baile de instituto.
Pero como un romance sería muy aburrido sin una chispa de duda, ahí llega Verónica Lodge, para poner el punto y aparte, o ser la peligrosa manzana prohibida de la clásica duda adolescente: ¿lo bueno conocido, o lo malo por conocer? (salvando las distancias, porque no creo que a Archie le amargue pasar tiempo con ninguna de ellas)
Hasta ahí bien, fidelidad a los cómics salvaguardada.

Pero sucede que, pese a "ponerse buenorro", las cosas no han cambiado para Archie: su interés no acaba de ser ni para la rubia ni para la morena, sino que se centra en conciliar sus crecientes dudas adolescentes con la resaca de un último verano donde se toman decisiones que te durarán para toda la vida.
Como dice Verónica: "ya basta de la clásica lucha entre artista torturado y jugador de fútbol. ¿No lo podemos ser todo en la era post-James Franco?"
Justamente, parece que por tenerlo todo los adolescentes no consigan centrarse en nada, y esa es una reflexión que, si bien no estaba en los cómics originales, a nadie le suena extraña aplicada a ellos en pleno S. XXI.

Pero es que encima, 'Riverdale' tiene el buen gusto de seguir las tradiciones, haciendo que la pareja de Betty y Verónica sea la más atractiva de todas (casi podrían olvidarse de Archie) al bajar la bordería de la morena y la perfección de la rubia, continuando un dilema entre las dos que ya tiene 75 años de antigüedad, y que aquí se vuelve fresco como el primer día.
Y para los que echan de menos los vampiros, las momias y los hombres lobo, aquí hay un misterio a resolver que ha dejado un cadáver con delicioso regusto a 'Twin Peaks'.
Quizá todavía podemos descubrir que sobrevivir a la adolescencia no es lo peor que puede pasar en Riverdale.

¿No trataba 'Archie y sus amigos' de retratar una juventud idealizada con un punto fantástico?
Precisamente.
Quizá de lo que no nos hemos dado cuenta es de que, en su más de medio siglo de cómics, la juventud ha cambiado, y este renovado mundo de Archie no hace un mal trabajo al reflejarla.
Charles
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8
17 de agosto de 2017
40 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un ciego ninja, una detective de fuerza sobrehumana, un afroamericano a prueba de balas y un niño rico con el poder las artes marciales entran a un restaurante chino.
¿Cuál es el chiste?
Pues el primero y más importante es pensar que esta serie no es absoluto disfrute y cuidado entretenimiento, con no más de la seriedad imprescindible de por medio.

'The Defenders' no pierde tiempo en tratar de justificarse: esto es un cómic multivitaminado y poderoso, una aventura urbana en la que chocan antiguos cultos con los hijos que han engendrado, y, principalmente, una exploración del heroísmo más sacrificado, a pie de calle y con nula admiración pública.
Matt Murdock, Jessica Jones, Luke Cage y Danny Rand empiezan desde el mismo sitio, con sus caminos personales llegando a una vía muerta de dudas e incertidumbre: ¿quiero la parte de responsabilidad que me ha tocado? ¿hago bien usando mis habilidades? ¿era esto lo que estaba destinado a hacer?
Estos justicieros ya han catado sus primeras batallas, tras ellas se han permitido un alto en el camino y están madurando si sus poderes merecen el inevitable coste personal que acarrean, mientras retoman el contacto con amigos, amantes, mentores... familia.
Esta era la vida que se estaban perdiendo, aunque irónicamente lucharon para protegerla.

Claro que nadie puede huir a su naturaleza demasiado tiempo: a Matt se le seca la boca oyendo las llamadas de auxilio que se fuerza a ignorar, Jessica ha hecho carrera obsesionándose con casos imposibles de solucionar, Luke se ha sorprendido siendo ejemplo de algo que no puede rechazar, y Danny guarda una responsabilidad por una deuda que no pudo pagar.
Así se embarcan, de manera tímida al principio y cada vez más agresiva a medida que avanzan, contra un complot que revuelve los bajos fondos urbanos, que se está cobrando la vida de personas inocentes y que se desarrolla de manera demasiado clandestina como para llamar la atención de justicieros que no estén a pie de calle. Alexandra es la gran mente en la sombra, una "villana", si se la puede llamar así, que se diferencia de anteriores en una cosa única pero crucial: allí donde otros buscaban control y poder, ella busca simple destrucción, porque su juicio ha quedado tan por encima de todo que no le merece la pena conservar imperios condenados a derrumbarse, o tradiciones que no van perpetuarse.
Sigourney Weaver compone el retrato de una persona exquisita y refinada, que sólo halla disfrute en el arte o la creación, y nos hace pensar que estamos equivocados, que por este mundo no vale la pena luchar, porque su fin acabará llegando, y la muerte es solo una puerta que los elegidos mil veces pueden cruzar.

Interesante amenaza, por ello, la que pone esta serie sobre la mesa: de repente, vemos que los cultos en los que se ha movido este cuarteto tienen un alcance global y casi mitológico, de la clase que ve el tiempo pasar sin inmutarse, y por primera vez nos damos cuenta de que ellos quizá no son los elegidos de nadie, sino los accidentes que se han salido del camino marcado.
Daredevil estaba destinado a la lucha contra el Mal y el Iron Fist permanecía por la protección del Bien: conceptos lo suficientemente monumentales como para que los fracasos de Matt y Danny puedan magnificarse, y sus cruzadas disfrazadas parezcan carecer de sentido.

Pero si hay algo que esta serie también pone de manifiesto, de la manera más acertada y más sencilla posible, es que la más pequeña causa siempre tendrá más validez que cualquier esquema grandioso: las conversaciones entre Alexandra y Madame Gao podrán impresionar por su aparente lucidez y sabiduría a través de los siglos, pero es Luke Cage abrazando a una madre desesperada lo que nos desarma, y de la peor manera.
Sigue importando salvar vidas y familias, por más pequeñas que sean para las tradiciones y las profecías.
Sigue importando que haya defensores del inocente, por muy difícil que se haya vuelto esa tarea.

Durante la primera mitad de la serie vemos a los cuatro sumidos en la iluminación y fotografía de su respectivo color, y solo será en el restaurante chino que les sirve como cuartel general donde la gama cromática que les acompaña se una, se confunda y estalle: una manera de contar, sin palabras, que cada uno de estos sacrificados héroes ha encontrado la razón para seguir en que no están solos y no son los únicos que luchan, por mucho que se resistieran a creerlo, en un mundo que parecía quitarles tanto y darles tan poco.
Quizá sea el momento de cambiar las tornas, porque son los únicos que pueden hacerlo aunque no estuvieran destinados a ello; por los amigos y familias que protegen aunque muchas veces los pierdan.

Me esperaba pasármelo bien (porque esto no deja de ser un cómic, cosa que parece que cuesta aceptar), pero lo que no me esperaba es que esto fuera una lógica continuación de todas las series circundantes y un necesario capítulo en la vida de cada uno de estos urbanos vigilantes.
Porque la unión hace la fuerza, pero también funciona en los dos sentidos: como superioridad numérica ante un mal que siempre se va a multiplicar, y como revalidación de unas responsabilidades que estos superhéroes se merecían ver apoyadas.
Charles
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7
13 de agosto de 2018
29 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
La iglesia se cierne sobre el plano, abrumadoramente.
Según como se mire, es una madre salvadora, o bien una boca del lobo que devora.
Todo depende de la persona.

'First Reformed' no se centra en un "por qué", sino en un "para qué".
Ahonda en esa parte oscura que todos tenemos, la que nos susurra a altas horas de la noche que nada merece la pena, y trata de comprenderla, antes que reprimirla como de costumbre.
El Reverendo Ernst Toller escribe un diario con ese fin, y cada frase es un puñal cargado contra su hábito, contra su estilo de vida, contra su propia razón de ser.

La realidad es que la primera iglesia de la región va a cumplir doscientos cincuenta años, sin que exista fervor religioso sosteniendo su legado.
Las cuatro personas asomando entre los impolutos bancos son la triste prueba de una época que ya no encuentra refugio en la fe, y solo pide milagros.
Será casualidad que Mary, como la madre de Jesús, fiel en estado de buena esperanza, le pida a Toller que hable con su marido Michael, para ver si escarba en sus ganas de vivir, buscándoles un nuevo sentido: no hace falta ni que la mirada del reverendo nos avise de que esta es una lucha de fe que no tiene armas para ganar.
No quedan salvaciones en la Iglesia First Reformed.

La posterior conversación con Michael es una espiral descendente hacia el infierno del "por qué": ¿por qué maltratamos el planeta y esperamos que nos siga cobijando? ¿por qué engañamos y robamos sin que el prójimo nos siga importando? ¿por qué buscamos un sentido que nunca vamos a acabar encontrando?
Toller, quizá por primera vez en su carrera, no puede seguir esas preguntas con un "para que...", y eso probablemente sea lo más terrorífico de todo su camino.
El tener que prodigar una fe caducada, anclada en esperanzas que no han echado raíces, a fieles que se agarran a cualquier migaja de buen sentimiento, mientras que los poderosos, los que de verdad saben, controlan la intensidad y el precio de su tormento.

De repente, todas las formalidades, los postulados de la fe, no sirven, y se sienten tan limitadores como esa dirección precisa y enfocada, concebida en una sucesión de marcos de cámara que tienen difícil escapatoria.
Lenta e inexorablemente, todos los elementos conspiran para empujar a Toller en su sagrada misión: empresas corruptas, celebraciones inanes, juventudes ciegas y sacerdotes censores apuntan a un Apocalipsis agonizante que el Reverendo solo puede apresurar en su infinita misericordia, transformando así una fe que, tras doscientos cincuenta años de existir, debería poder dar más a quienes lo pidan.
Todo sea para que esa dulce y angelical Mary pueda traer su hijo a un mundo que merezca la pena, uno libre de influencias marchitas y poblado por gente que, como ella, hace todos los "por qué" y "para qué" más soportables.

Tal vez la fe no pueda perderse, tal vez nunca se pierda.
Pero resistir que nos abrace, se desvanezca y vuelva parece el justo peaje de todos los que buscan sanar con ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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2
17 de febrero de 2017
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Madre mía.
A veces no sé si algunos cineastas carecen del olfato para darse cuenta de que algo no funciona, de la sensibilidad para extraer cosas buenas de material normalito, o las dos cosas a la vez.

'Shut In' es la clase de película que cabrea.
Por muchos motivos, pero los principales es que carece de interés en su mayor parte, la historia que la sustenta apenas daría para corto alargado, y porque piensa que su girazo final no se ve venir a kilómetros de distancia, dejando aparte que es tonto de solemnidad (repitamos otra vez: UN. GIRO. FINAL. NO. HACE. UNA. PELÍCULA).
El caso es que la historia de una madre atrapada en casa, rodeada de invierno perpetuo, enfrentándose a las peores situaciones que podría hacer frente una madre, podría tener su gracia.
Tener a un hijo completamente en shock, como un muerto en vida, y otro desaparecido podría ser la antesala a explorar la posible vena egoísta de una mujer que nunca imaginó sus deseos de formar una familia feliz de manera tan deprimente.

Pero se usa dos veces el recurso de "¡ah, sustaco! ¡oh, era un sueño!". DOS VECES. Imperdonable cuando una película no tiene nada que venderte y el interés que le estás prestando está al borde del abismo.
¿Por qué no naufraga completamente dicho interés? Por Santa Naomi, madre de los truños desamparados, patrona de las causas perdidísimas.
Naomi Watts es capaz de aguantarlo todo, cargándose la película a hombros como si tal cosa y haciendo creíble el drama de una madre negativizada por los hijos que ha tenido. Si hubiera algún Oscar a remar de culo, cuesta arriba y contra el viento, esta mujer debería ganarlo.

Lástima que decida prestar su talento a infraproductos como este, tan pendientes de ser sorprendentes que se olvidan de ser interesantes.
Charles
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