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España España · Somewhere Far Beyond
Críticas de Richy
Críticas 1.306
Críticas ordenadas por utilidad
4
6 de noviembre de 2012
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es raro ver una película de Wes Anderson en la que el guion no haga fintas argumentales y suponga una especie de caldero donde se han añadido varios ingredientes sin mucha ciencia y se ha mezclado todo sin saber si saldrá un plato jugoso o una bazofia incomible. Pues bien, “Life Aquatic” no es la excepción.

Después de haber visto (y suspendido) su siguiente filme, “Viaje a Darjeeling” (2007), al bueno de Wes le di otra oportunidad con la presente cinta porque vi en aquella película algo que me llamó la atención: a pesar de ser un bodrio importante, tenía un trasfondo curioso por no decir original, una forma de narrar muy especial y extravagante que nunca antes había visto en una comedia, salvo quizás en alguna que otra película de Jared Hess. Además, en “Life Aquatic” sale Bill Murray, un actor de irónico humor que me encanta y que le viene al pelo al tipo de cine del realizador.

Lástima que las expectativas que puse en esta segunda oportunidad que le dí a Wes Anderson no se cumplieron. Conforme avanzaba la película, me daba cuenta de que había dos posibles razones por las que el filme no llegaba a entusiasmarme:
1) El humor de Wes Anderson es demasiado complejo para que mi sentido del humor lo capte, o
2) El humor de Wes Anderson no tiene ni puta gracia.

Me decanté por la segunda posibilidad al recordar que, después de todo, sí me había reído con “Gentlemen Broncos” (2009) de Jared Hess, película tan estúpida y extravagante como la presente, pero divertidísima.

Bill Murray no lo llega a hacer mal del todo, pues su estilo no desaparece, pero él sólo no consigue llenar el vacío que respira un filme tedioso, una historia aburrida y una pedantería muy poco sutil.

Dos de dos, amigo Wes, y pocas veces suelo suspender alguna película. Por algo será.
Richy
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8
17 de junio de 2019
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí señor, así es como se finiquita una saga, de forma épica y no como un sueño de Resines (los “millennials” no tendrán ni idea de lo que estoy hablando).

Los Russo nos dejaron temblando de emoción y a la expectativa en la magnífica “Vengadores: Infinity War” (2018), para mí el verdadero canto de cisne de toda la saga, pero a su larga conclusión (3 horas de película) no hay que quitarle tampoco ningún mérito, a pesar de sus numerosas incoherencias y su atrevimiento con algunos personajes. Puede que todo eso sea lo que le ha llevado a muchos marvelianos a suspenderla, pero considero que es una decisión demasiado radical.

En primer lugar, tenemos que acercarnos a la película como lo que es: un espectáculo palomitero carísimo, destinado única y exclusivamente a entretener con unos efectos visuales portentosos, unos personajes carismáticos y un villano de lo mejorcito que ha dado el blockbuster reciente. Además, el hecho de haber logrado plasmar en la gran pantalla el espíritu de los millones de cómics que se han vendido a lo largo de la historia es ya de aplaudir, y además no sólo el espíritu sino el desarrollo de las historias, haciendo similitudes entre las colecciones propias de cada personaje y las películas propias, o los crossovers en papel y los crossovers cinematográficos. Hemos visto una clara evolución de los filmes que componen toda la franquicia (los, digamos, “oficiales”), con tramas aparentemente separadas, y que alcanzan verdadero sentido en este “Endgame”. Desde aquella ya lejana “Iron Man” (2008) hasta la más reciente “Capitana Marvel” (2019), Disney lo ha dejado reposar todo para que fuera calando en el espectador a lo largo de los años, con la paciencia del que sabe que no tiene nada que perder, y unir todas las tramas en un popurrí final.

Si bien es cierto que la solución que los Russo le dan al problemón que plantearon al final de “Infinity War” está muy cogida por los pelos, y además es una solución muy manida y poco original, por otra parte, es una herramienta muy útil si se pretende construir una película-homenaje de toda la saga. “Endgame” parece así un gigantesco tráiler de las 21 películas anteriores, que obliga al espectador a verlas si quiere darle algún sentido a todo el caos aparente que se desarrolla ante sus ojos, pues el toque nostálgico es el ingrediente especial con el que se enriquece todo el caldo. En cierta forma, es el mismo mecanismo con el que funcionan las secuelas: repetir el éxito de la película original, sólo que aquí se lleva al extremo y se calcan escenarios y hechos de forma descarada.

Sin duda, el plato fuerte son los personajes. Los espectadores los conocen desde hace años, los han visto evolucionar (y también involucionar en algunos casos), han vivido con ellos muchos momentos emocionantes, han elegido a sus favoritos y los han seguido hasta el final. Por eso ahora están ávidos de saber si su héroe estará entre los más valientes, los más heroicos, los que marcarán la diferencia o los cruciales para el desenlace definitivo. Aquí los Russo se han columpiado demasiado y han arriesgado innecesariamente, aunque sospecho que buena parte de culpa la tiene la Disney y su política de “humor blanco” en todas sus producciones. El resultado ha sido cargarse, o más bien ridiculizar, a dos personajes concretos de los que se esperaba justo lo contrario, lo que ha llevado a más de uno a poner el grito en el cielo.

¿Y por qué ponerle un 8 después de todo? Porque a todos nos parece fácil hacer una película. Cada uno de nosotros tiene su propia opinión sobre lo “lo fácil que sería haber cambiado esto o lo otro”, y seguro que hay infinitos “Endgame” en infinitos mundos paralelos donde, en uno de ellos, los Russo han hecho la película perfecta de cada uno de nosotros, pero esto sólo lo sabe el Dr. Strange. En el mundo que nos ha tocado vivir, el filme tiene sus más y sus menos, pero no deja de ser una obra extraordinaria en su concepción, y hay que valorarla como lo que es: una magnífica labor de síntesis al servicio del espectáculo y de la épica.

Fin del juego… ¿o no?
Richy
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6
5 de enero de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los británicos son genios indiscutibles en la realización de series cortas, de apenas una o dos temporadas, con historias bien contadas y estilo muy personal. El caso de esta serie entra dentro de esos cánones, pero no consigue elevarse más allá de la estética.

Quien se acerque a “Utopia” se encontrará con un espectáculo visual sin parangón, en el que la fotografía exageradamente cromática de Bratt Birkeland y la extravagante banda sonora de Cristóbal Tapia de Veer acapara todos los sentidos del espectador. Colores chillones, panorámicas casi irreales e interiores art-decó, se compaginan con unas melodías casi extraterrestres. La intención de Dennis Kelly ha sido la de crear una especie de cómic en simbiosis con el “leit motiv” de la serie: la búsqueda de la segunda parte de una novela gráfica de culto, “The Utopia Experiments”, en la que un científico vende su alma al diablo a cambio de conocimientos. El diablo se representa en una figura llamada “Sr. Conejo”, al que buscan los protagonistas de la serie: unos fanáticos del cómic que buscan desesperadamente ese segundo manuscrito, y se ven envueltos en una trama conspiranoica a gran escala.

Cada capítulo es un cuidado ejercicio estético y formal, con un desarrollo algo profuso e incómodo y con aires de grandeza que no llega nunca a alcanzar. Si bien la serie es muy digna de ver, falla en el aspecto más fundamental: no logra enganchar lo suficiente. Y no es porque no tenga los elementos necesarios para ello, sino más bien porque hay pocas sorpresas y, las que hay, pierden su efecto en la telaraña de personajes y nombres de los que se habla mucho y aparecen poco.

Los personajes, caricaturescos como el diseño de toda la serie, consiguen atraer la curiosidad tan sólo en los primeros capítulos, pero pierden fuelle conforme avanzan los capítulos, especialmente en su segunda temporada, en la que su final deja demasiadas puertas abiertas.

“Utopia” no deja de ser recomendable como muestra de hasta dónde puede llegar la creatividad en las series con pretensiones rompedoras e innovadoras, pero lo que al final le da el éxito es lo de siempre: ese humor tan inglés, tan sutil y ácido, que resulta muy oportuno cuando la trama se diluye.

Recomendable.
Richy
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5
15 de diciembre de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El andrógino y genial David Bowie haría su debut cinematográfico en esta extraña y surrealista obra de Nicolas Roeg, en la que encarna a un extraterrestre que llega a la Tierra buscando agua, para paliar la sed de su familia en su desértico planeta. Para ello, se disfraza con piel humana y diseña planos de ingenios de alta tecnología para vendérselos a industriales y conseguir dinero. Pero su objetivo principal se verá empañado cuando conoce a una mujer (Candy Clark) con la que experimentará los más bajos placeres terrenales…

Cuando se llevan vistos poco más de unos diez o quince minutos, podemos apreciar en el filme de Roeg una constante que se repetirá durante todo el metraje durante sus poco más de dos horas de duración: la inconsistencia narrativa. El guion presenta tantas lagunas y tantos saltos de lógica que se hace muy difícil seguir la película con un mínimo de interés, centrándose éste en la siempre plástica y anodina figura de Bowie y sus exagerados, aunque propios, momentos de gloria. Las escenas se suceden sin ningún calado especial, como si se tratase de una muestra de escenas individuales sin conexión aparente.

Esta especie de obra de arte y ensayo parece estar diseñada exclusivamente para el lucimiento artístico de David Bowie, cuya imagen ambigua es ya de por sí un reclamo para demostrar sus buenas dotes como actor. A pesar de todo, el filme de Roeg no le hace justicia suficiente y el director se decanta por un experimento que sólo agradará a algún que otro gafapasta. Desde luego, a pedantería no le gana.

“El hombre que cayó a la Tierra” no se alza, se mantiene en la misma línea monótona, intentando ser a ratos soberbia, a ratos escandalosa, pero la mayoría del tiempo plana y dando tumbos argumentales. Quizás su mejor momento sea cuando Bowie se desenmascara y deja ver su auténtico rostro, un aspecto que se adapta mucho mejor a su estilo “glam” que su disfraz humano.

Sólo para acérrimos del Duque Blanco.
Richy
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6
26 de noviembre de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Douglas Trumbull se considera una de las grandes figuras en el campo de los efectos especiales. Sin ir más lejos, fue el responsable de los mismos en películas clave de la ciencia-ficción como fueron “2001: Una odisea del espacio” (1968), “Encuentros en la tercera fase” (1977), “Star Trek” (1979) o “Blade Runner” (1982). En 1972, se puso detrás de las cámaras para dirigir “Naves misteriosas”, un pequeño clásico con alma de aventura espacial y mensaje ecologista.

En el filme se ve clara la influencia del notable trabajo de Trumbull en “2001: Una odisea del espacio”. Las prodigiosas estaciones espaciales en las que los humanos cuidan de las últimas especies vegetales de la Tierra, encerradas en unos gigantescos invernaderos, recuerdan mucho a la majestuosidad y elegancia de las naves y estaciones de “2001”. El relato de Trumbull recoge la inquietud ecologista que empezó a despertarse en la sociedad de los años setenta, y la encarna en el personaje de Bruce Dern, un científico apasionado de los jardines botánicos que cuida, hasta tal punto que se siente parte de ellos y rechaza cualquier comida sintética que no provenga del producto de una planta. Su unión es tan fuerte que pretende desobedecer una orden directa de la comandancia para destruirlos, con lo que se verá enfrentado incluso a la propia tripulación de su nave.

La narración es fluida y dinámica pero a ratos resulta un tanto soporífera, aunque las partes más interesantes del filme son las que Bruce Dern y los robots están solos en escena. Los simpáticos robots, que tienen un gran protagonismo en el devenir de la historia y recuerdan de alguna manera a R2-D2 de "Star Wars" (1977), son en realidad disfraces en los que se enfundaron Mark Persons y Cheryl Sparks, dos actores sin piernas que andaban con los brazos y las manos, de ahí que ambos robots tuvieran unos movimientos tan fluidos y tan “humanos”.

Trumbull realiza con “Naves misteriosas” un trabajo interesante en el aspecto estético y técnico, aunque escasea un tanto de fuerza narrativa. Su discurso ecologista también resulta original para la época, aunque hoy día nos parezca tan obvio, pero la cinta sigue manteniendo su encanto a pesar del tiempo.
Richy
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