Y es que la sociedad se combina a través de deseos intangibles, no necesarios, flores de un día, muestras televisivas. Andrew Huang nos muestra un bello aunque inquietante cortometraje (ojo al sonido, sin duda consigue su misión) en donde el yo es representado por una inteligencia artificial, un aforismo claro acerca del comportamiento humano y social, un resumen categórico del embobamiento y embebimiento que nos satura ante una televisión cada vez más asocial y lejana. Porque desear lo otro, aquello que nos muestran mientras asistimos impertérritos a horas y horas de mensajes no ya tan subliminales, es el pan nuestro de cada día. Ser como aquellos que nunca nos han representado pero que se sustentan hora tras hora detrás de una pantalla. Y el resultado, doloroso y muchas veces inevitable, es el mismo que esa cara de muñeca tan hermosa como frágil.

Recomendado.

Alucinante. No me queda otra palabra para definir la puesta en escena de esta obra italiana de diez minutos. Una propuesta diferente, novedosa, que aporta un toque de genialidad, y que trasciende los sentidos más allá del mensaje que quiera darnos.

El mensaje. Ése es otro tema. La teoría circular del progreso, de la evolución. Todo se acaba cerrando en el origen. El hombre como lobo para el hombre. El hombre que se aniquila a sí mismo. Aquí se obvian y se omiten otros tipos de progresos igual de importantes. Sólo se detalla y se ensalza el armamentístico. ¿Será por ser el más fulminante?

Es cierto que de peces y dinosaurios se llena la historia, pero es la parte evolutiva que más dura. La parte que nos corresponde, la evolución humana, es siquiera un suspiro dentro de esa enorme cadena que es el origen del mundo, de la vida.

"Big Bang Big Boom" es una animación perfecta y original, con un mensaje íntimo y personal, pero que no va a dejar indiferente a nadie que lo vea.

Fugaz y refrescante historia acerca del perdón que nos presenta Josh Staub de una manera bastante clásica, ahondando más en el apartado sonoro que en los matices visuales, y que nos narra el cambio de posiciones que se suceden por azar y que hacen imprescindibles la empatía y saber ponerse en el lugar del otro. Una oruga en un tarro es el punto de partida, aquella que quiere huir de esa cárcel de cristal a la que está sometida sin entender muy bien por qué. La mantis hace su aparición como animal fuerte, confiado de que a ella no le pasará lo mismo. El cambio de posiciones se sucede de manera instantánea y la liberación será para ambas, de una u otra manera.

Una parábola en todos los sentidos, o una fábula al más puro estilo Samaniego, con moraleja entre cristales y ventanas que se cierran, con un mensaje aleccionador que le da más vigor a la historia. Pero la puesta en escena le desmejora varios puntos a mi forma de ver. Y de ahí, mi nota final.

Y es que esta pseudomoralina mal traída de la aparición de un rostro en una pared del jardín al estilo de "las caras de Bélmez" no es más que un pasatiempo estéril y sin ninguna profundidad. El protagonista, Henry Poole, al que le han diagnosticado una enfermedad terminal que pronto acabará con su vida, regresa al pueblo de su infancia y alquila una casa en un lugar tranquilo para terminar sus días entre la pesadumbre y el abandono propio que lleva a cabo. Un vecindario heterogéneo, compuesto mayoritariamente por ancianitas con creencias fervorosas, se le abre de par en par en cuanto una de esas vecinas, Esperanza, encuentra el rostro de Jesucristo en la pared del jardín de Henry Poole. Él, agnóstico acérrimo y aferrado a la desesperanza que le produce esa enfermedad incurable, trata por todos los medios alejar el gentío de esa supuesta tranquilidad que añoraba al llegar al vecindario. Por su camino se cruza también la vecina que cambiará su vida, interpretada por Radha Mitchell, cuya hija lleva tiempo sin hablar. El caso es que, aquél que toque el supuesto rostro divino, quedará salvado de sus males, de manera milagrosa. Y, al final... Ya saben. Yo me quedo con el Milagro de P. Tinto.

Ah, la magia del escritor. Esa atmósfera especial que sólo sucede en esas mentes privilegiadas, en esos sueños recién contados que perduran en el aire como el humo de un cigarrillo. Es el oficio, la obsesión, la dedicación plena, que a veces hace perder el norte o el oeste a cualquiera que sucumba en sus redes. Javier Veiga interpreta a ese guionista, a ese herrero que forja las historias en su humilde fragua con vistas, a la espera de la visita de la musa temporal de turno, en este caso una sin alas pero voladora Marian Álvarez que viene para confesarle su amor sin condiciones a su autor, a su creador, cual "Niebla" de Unamuno.

Ah, la magia del escritor. Un realismo mágico cortazariano aderezado con un breve lirismo español. Hermosa fábula infravalorada por las votaciones, dejada de lado en el sistemático e injusto punteo personal. Salvar la obra u obrar la salvación, quizá sea su núcleo, su corazón, su centro. Un buen aplauso bien merecido a este humilde cortometraje bien llevado a cabo por Javier Veiga.