1. Desde los créditos se impone la atmósfera del mejor Jordan, como por ejemplo, El fin del romance: tensión y elegancia.

2. Una primera parte mil veces vista, planteada con suficiente estilo como para parecer un "estreno".

3. La fotografía es, en todo momento, admirable, llena de detalles, como todos los campos y la interpretación de los protas, sumamente cuidada, susurrada (¡VO. VO!)

4. Aunque siempre excelente, Jodie Foster no tenía un personaje tan bueno desde El silencio de los corderos. Vale mucho su breve participación (no anunciada en los carteles) en la encantadora película francesa: Noviazgo de una tarde de domingo (o algo parecido, con Audrey Tautou). Y no me olvido de La habitación del pánico (qué buena estaba allí, tan apetecible, con unos kilitos de más) y en la del avión que pierde a su hija.

5. Terrence Howard, magnífico. Juntos crean una historia de amor solapada, enormemente triste.

6. La acción crece en interés, no decae nunca: el golpe de efecto varonil de la flacucha empuñando un arma más allá de su propia decisión, arrastrada por los acontecimientos estalla en la pantalla con fuerza dramática para nada parecida a ninguna de "tiros" a lo Bronson: toda una creación de Jodie y Jordan.

7. El título original, The Brave One, algo así como La más valiente, es mejor: se trata de una valentía superior, trascendente, la de afrontar una contienda insólita en una mujer de paz. Aunque La extraña que hay en ti funciona bien.

8. La estructura del guión y la enorme calidad de la película recuerda los mejores westerns e incluso las aventuras de los clásicos, cuando la venganza formaba parte de una dolorosa comprensión de un modo de hacer justicia y no dejarse encadenar por la pena de la derrota.

9. Gracias al dvd me recreo en la genial idea de mostrar a determinado personaje marchando entre las calles como si atravesara un laberinto huyendo del pasado.

9.bis. Mención especial para Mary Steenburgen. Hace un papel pequeño, con su especialidad antipática, dura. Siempre me acuerdo de cuánto la odié en la pérfida abogada de Philadelphia.

¿Se nota que me gustó mucho y me hizo reflexionar un montón? Pues eso.

La primera de cinco novelas dedicada a Tom Ripley es la que más versiones cinematográficas tiene. En este caso al autor le ha dado por ser fiel a sí mismo (un director al que le entusiasma frenar todo crecimiento dramático entreteniéndose en escenas muy bien producidas pero que no vienen al caso y atascan la trama), y lo más grave: la distorsión del personaje convirtiéndole en un psicópata angustiado con reprimidas ansias homosexuales... deriva la gran riqueza de la novela en otra cosa. Una manipulación que podría estar bien si enriqueciera, pero en realidad es mil veces más interesante el Ripley novelístico y de las otras versiones (todas muy distintas entre sí), pues respetan la gran creación de la escritora de un pobre chico huérfano, humillado, que encuentra la posibilidad de ser alguien suplantando a un cretino. Un inmoral apasionante.
Sin embargo, tengo que reconocer que el trabajo de Matt Dillon es extraordinario. Al servicio de la idea de Minghella, cumple con excelencia mostrándose infantil y fascinado con el juego que le han brindado sin buscarlo conscientemente, y luego con una sensualidad casi femenina realmente fuera de lo común. Tal vez el personaje más complejo de su carrera.

Con características propias algo titubeantes: un poco de cómic, algo de Hitch, otro poco de efectismo latino, todo aderezado de bellezas bien dosificadas, sin erotismo, más bien con una contención extrema en torno a la pareja protagónica: nunca más allá de una minifalda apetecible, un comienzo de enlace, una serie de cuchillos aderezados de malsanas carcajadas...

Argento. Dario. Un joven director demasiado tierno para ser el diabólico aspirante; Enrico Maria Salerno jugando brillantemente al comisario con sombrero y gabardina; Tony Musante-Suzy Kendall: guapos de los 70 vestidos de primera y ligeramente desvestidos de segunda; y dos maestros ayudando a parir al primerizo: Ennio Morricone en la música y Vittorio Storaro en la fotografía, y tres secuencias de antología: el encierro del prota entre las dos puertas acristaladas de la galería: la colaboración especial del actor alemán, jovencísimo, casi irreconocible, Mario Adorf, en admirable tono de comedia bufa cuando se espera golpe de efecto sanguinolento; y, por supuesto, la divertida resolución al mejor estilo de comedia americana.

Todo un plato para degustar sonriendo en busca de las raíces de lo que será el futuro de Argento cuando le acompañen primero su esposa, la bella actriz Daria Nicolodi y luego la hija de ambos, quien también acabará presa de la maldición familiar y dirigirá uno que otro filme de terrorífico encanto: Asia Argento.

Un hombre como cualquiera de los que andan por la calle en la turbamulta, un hombre como tú o como yo, a quienes nos cuesta el esfuerzo de cada día y necesitamos aferrarnos a algo ardiente, con fuerza para no decaer y volvernos locos. Pues bien, este personaje tiene entre manos un salvoconducto a la felicidad que es una bomba de tiempo: la idolatría a un deportista que él mismo quiso ser alguna vez.

Tras la ciega pasión por el deporte, un montón de fracasos cotidianos, un montón de soledades arrejuntadas sin dirección pero con un instante de paz: el que se podrá tener cuando se esté en butaca preferente en el mejor partido, en cualquier partido.

En medio, el trabajo que no cunde, el amor que se ha fugado como agua entre los dedos, un hijo incomprensible y la ansiedad por estar en todas partes pero sobre todo allí: cerca, enfrente, mano a mano con mi querido, adorado, idolatrado, amadísimo... campeón.

Da igual si es béisbol, rugby o fútbol: por semejante pasión desfilan millones de personas en todos el mundo y bastantes más de las deseables han llegado a matar a causa de ese amor irracional con que vuelcan sus terribles insatisfacciones.

Bajo la apariencia de un divertimento sin importancia se articula una película muy buena en la que Bobby compone un personaje extraordinario: desde su desesperación a la claridad con la que actúa como una bestia, desde su cruel impotencia a su fragilidad. Wesley Snipes y Ellen Barkin impactan. Benicio del Toro está de paso. Todos juntos han participado en una película trepidante llena de elementos de intensa emoción.

Primera parte con mucho plano contraplano, aire documental de telefilme socioabundante: y la verdad es que cuesta hacerse con los vericuetos de la intrincada trama. Menos mal que en lo más difícil aparece Ed Harris en una de sus encomiables composiciones.

Pero luego hay que seguir guiados por la pareja protagonista, tan terriblemente sosos ambos que parece que se les están acabando las pilas: él parece que está colocado y apenas puede hablar y ella, víctima de una tristeza patológica.

A partir de un suceso muy duro la cosa cambia, se serena la realización y se avanza de manera fluida hacia la resolución. La pena es que resulta muy poco verosímil el meollo del asunto, la duda profunda en si es correcta una actitud criminal, delictiva para el bien de un niño o no... Esta escena clave no es creíble por la apariencia física de los adultos, y quien lo vea con cuidado me comprenderá.

El epílogo, muy bueno.

Demasiado cojea esta peli del bueno de Afleck como para pasar del interesante. Tiene mérito, claro, es una novela y un tema muy difíciles de resolver cinematográficamente pero tampoco por eso vamos a aplaudirle incondicionalmente como se viene haciendo.