La película abarca una etapa concreta de la vida de Churchill, las difíciles circunstancias decisivas que se dieron al principio de la segunda guerra mundial. La caracterización y la actuación del actor protagonista son impresionantes. El relato es bastante complaciente con la figura del primer ministro, hombre pragmático y con visión de futuro, con sus titubeos, debilidades y rabietas. Sin embargo hay momentos poco creíbles. Desplazamientos en metro sin escolta y conversaciones con Roosvelt, a quien no se le ve y que al otro lado del teléfono parece un pelele. Se ignoran páginas negras en la biografía. Churchill fue defensor a ultranza de la grandeza del imperio británico. No tuvo ningún problema, cuando era almirante, en mandar a la muerte a 265.000 soldados aliados en la batalla de Gallipoli (1915), por mucho que intente auto exculparse. Tampoco en autorizar la masacre de los bombardeos de Dresde, sin utilidad militar, sólo por venganza por los bombardeos de Londres. De todos modos, no pudo evitar la liquidación de las colonias, una vez finalizada la guerra. El film está bien ambientado pero se queda en intriga palaciega y de despachos (en este caso el bunker del alto mando). Para ser una gran producción, le faltan escenarios en exteriores que ilustren lo que se está contando y un poco más de detalle sobre las tramas colaterales, por ejemplo, como se organizó la colaboración civil en la evacuación de Dunkerke, la defensa antiaérea en la batalla de Inglaterra o la entrada de EE.UU en la guerra. El propio título ya da idea de que la acción se circunscribe a un episodio muy limitado. Para un producto bien acabado sería preferible una visión más amplia.