Lo hizo, me conmovió, lo debo reconocer. Pero visto en perspectiva fue solo un revolcón, fui frágil y me dejé seducir por su puesta en escena, por esta conocida fórmula que transforma lo irracional en vital, las penurias en felicidad y el terror en anécdota. Su historia está narrada a través de la mirada de alguien quien aprende descubriendo, un niño y su visión aún inocente del mundo, y me convenció. Sé que es un patrón recurrente en el cine, pero me pareció que concretamente en esta película encuentra bastante bien el equilibrio entre la ñoñería y el rigor. Pensándolo bien, el planteamiento es ventajista, porqué dirige la mirada a aquellos que como yo utilizamos el pasado para reavivar buenos momentos. Pero en frío admito que quizá evita demasiado el conflicto, la incomodidad y que por eso algunas de sus escenas pueden hasta asemejarse a la propaganda. Faltan quizá más consecuencias materiales de la convulsión de aquellos años, que de forma irremediable, forman parte del acaecer de cualquier biografía y sin las cuales nadie puede presumir de una vida llena. Aunque de vez en cuándo está bien que el amor nos venga a recordar lo que el saber nos hizo olvidar. Esta película es sobre todo un gran homenaje al pasado idealizado.