Que "Gomorra" haya sido un éxito allí donde se ha emitido no sorprende, porque es muy buena. Que en Italia se convirtiese en un fenómeno sociológico tampoco extraña. Que al parecer haya dado lugar a una fascinación casi peligrosa por el mundo del hampa a mí personalmente sí me choca un poco. Porque no hay en ella resquicio alguno a la idealización del crimen organizado. Al contrario. Lo que nos muestra, con un tono áspero y crudo, cuasidocumental, es un mundo donde la lealtad no existe y el honor no es más que una fachada para una lucha sin cuartel donde solo cuentan el dinero y el poder, donde todos se traicionan mutuamente, ninguna historia acaba bien y nadie está a salvo, porque el amigo más querido o el pariente más cercano puede venderte en cualquier momento. Como telón de fondo, una Nápoles sórdida y oscura habitada por personajes que viven del crimen porque tampoco hay mucho donde elegir, una zona de guerra permanente donde al final todos pierden.

Todo ello narrado además con nervio, con un ritmo trepidante que no da tregua al espectador, con momentos de suspense extraordinariamente logrados, con giros argumentales tan sorprendentes como verosímiles, sin concesiones, sin romanticismo, sin pamplinas. Con la contundencia de un guantazo en plena cara o una patada en los huevos. Con la aspereza que requiere una historia de este tipo.