Tras abandonar una institución psiquiátrica, una mujer se muda junto a su marido y un amigo común a una zona apartada. Allí comenzarán a suceder cosas extrañas, y Jessica habrá de decidir si son fruto de su mente o están pasando en la realidad.

La película tiene algo, no hay duda. De cocción lenta, va dejando caer viles insinuaciones, sugiriendo maldades. Juega con los códigos del género -la casa solitaria de funesto pasado; el lago cuyas oscuras aguas esconden horrores; los inquietantes pueblerinos-, para finalmente recoger lo sembrado, unir las piezas y ofrecer una solución más o menos razonable. Las dudas de la protagonista sobre su propia cordura obligan al espectador a plantearse continuas hipótesis. El ambiente está conseguido y las interpretaciones convencen.

Ahora bien: confieso que mientras la veía se me escaparon sonoros bostezos. Uno ya está mayor, y a ciertas horas sólo apetece meterse en la cama.