Hastiada del anime que estaba encontrando, me decidí por «Mushishi». Viendo la portada y el argumento, me dije que esto sería algo completamente diferente, y lo es.

«Mushishi» parte de un mundo inventado dentro de la realidad: el mundo de los Mushis, criaturas vivas que no son animales ni plantas pero que están entre nosotros y, siendo sinceros, hacen más las puñetas que otra cosa. Fantasía, drama y misterio en dos temporadas plásticamente bellas. El mayor mérito de este anime, adaptación del manga de la autora Yuki Urushibara, son sus aspectos técnicos y artísticos. Montaje, fotografía y diseño son excepcionales, de una hermosura tal, que te podrías quedar contemplando estos paisajes naturales, estos cielos nocturnos, estas montañas sagradas sin necesidad de nada más. Incluso las figuras humanas son realistas, proporcionadas, serias.

El protagonista es Ginko, un especialista en Mushis del que iremos descubriendo retazos de su pasado a lo largo de la historia y que viaja por todo el Japón investigando los Mushis y ayudando a las personas que tienen problemas con ellos. Esta estructura de capítulos autoconclusivos creo que la perjudica: hay tramas y personajes que merecían más de veinticinco minutos. Así, al ser más de cincuenta mini historias, incluidos episodios y OVAS, es normal que haya irregularidad en el interés que despiertan. Las hay muy buenas, otras más irrelevantes, pero en conjunto se disfrutan.

Más que nada porque «Mushishi» es un estilo. Recoge la idea de un Japón místico, misterioso, en comunión con la naturaleza y el lado espiritual del ser humano. Un Japón antiguo que igualmente puede ser un Japón moderno, una vida moderna, porque esta contemplación del mundo, de las cosas y los seres vivos, todos los seres vivos, repleta de armonía y corazón se encuentra fuera del tiempo. Un anime que es casi como un cuento oral, narrado; «Si no te importa, ¿podrías contarme tu historia?», pregunta Ginko.

Y nosotros escuchamos.