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Voto de mnemea:
8
27 de julio de 2009
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es cierto, se oyen los gritos de niños, gritan con pasión sin conocer este sentimiento, es la pulcritud de su mente, que se exalta ante los estímulos de la magia. Marionetas.
Un hombre provoca esta felicidad en los más pequeños, arrastra sus manos para emular a otro mundo, desde abajo, pero a todo esto le persigue la oscuridad. Una atmósfera nocturna, pasiva, un entramado vacío que comunica con un sonido austero, nos acerca al desasosiego, la intranquilidad que afronta los límites que va a perseguir este hombre.
El hombre que encierra su mente entre las piernas de las mujeres a las que se acerca, para luego ahogar sus gritos, los que no mostrarían inocencia tras el sexo, termina de un modo desgarrador, seco, silencio tras el sufrimiento, frío en el rostro de las damas que ya no sirven, ya no sienten, vuelve la soledad.
Un cíclico camino sobre la carretera, un viaje que sirve para ganarse la vida, para gozar del modo atroz que él mismo se permite. Y en una carretera, una mujer tras otra, hasta que llega la llamada a una supuesta luz en tan angosto destino. Una virgen que disfraza su aspecto de cordero con la piel de lobo. La pureza que se huele en los silencios, la oposición familiar que él mismo va a probar, a dúo, aprovechando el terror, un arrebato nervioso, entrecortado, lleno de dolor.
Un hombre provoca esta felicidad en los más pequeños, arrastra sus manos para emular a otro mundo, desde abajo, pero a todo esto le persigue la oscuridad. Una atmósfera nocturna, pasiva, un entramado vacío que comunica con un sonido austero, nos acerca al desasosiego, la intranquilidad que afronta los límites que va a perseguir este hombre.
El hombre que encierra su mente entre las piernas de las mujeres a las que se acerca, para luego ahogar sus gritos, los que no mostrarían inocencia tras el sexo, termina de un modo desgarrador, seco, silencio tras el sufrimiento, frío en el rostro de las damas que ya no sirven, ya no sienten, vuelve la soledad.
Un cíclico camino sobre la carretera, un viaje que sirve para ganarse la vida, para gozar del modo atroz que él mismo se permite. Y en una carretera, una mujer tras otra, hasta que llega la llamada a una supuesta luz en tan angosto destino. Una virgen que disfraza su aspecto de cordero con la piel de lobo. La pureza que se huele en los silencios, la oposición familiar que él mismo va a probar, a dúo, aprovechando el terror, un arrebato nervioso, entrecortado, lleno de dolor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La mujer que se ve arrastrada por la perdición, sin oponer resistencia, se prueba lo prohibido ante la mínima confusión, se persigue al hombre solitario, peligroso, ante el desconcierto del alcohol, sin consecuencia, sin pensamiento.
El hombre que te manda no es peor que el hombre que te desea momentáneamente, y los secos golpes de la envidia y la lujuria arrastran a la huida por un tiempo, uno muy breve, uno que a la mujer le hace volver a por más y romper en la oscuridad su blancura, en ese mismo lugar, en el momento en el que se cruzan personajes y personas, suciedad y consecuencia, y ya todo ha terminado.
Ella desvela su intimidad y debilidad, él la expulsa de su proximidad y enfermiza verdad. Se quitaron todos los disfraces y es ahora cuando ella comienza con la mentira, la vida inventada que nunca tuvo que arranca un secreto que nadie conoce, y en penumbras la perdemos.
Él sigue su camino, el circular vacío en la vida que se repite de nuevo, con otra mujer cualquiera, nos queda la soledad, el hombre que se adentra en el bosque para sufrir la nocturnidad, la perversa obsesión, el hombre que no se encuentra y que no se deshace de sus propios demonios, como ángel exterminador vestido con la piel de lobo.
Porque creemos tener miedo a la oscuridad, sólo hasta que se abren los ojos, y ante la nada cualquiera se da cuenta que lo que se teme son los fantasmas de nuestras mentes, esos que sólo la oscuridad puede evocar, esos que al hombre, entre esos árboles, esos sonidos, esa ausencia de color, atormentan y persiguen como una penitencia más. Una sombra que no permite ver, y que nos pierde entre los umbrales del miedo.
El hombre que te manda no es peor que el hombre que te desea momentáneamente, y los secos golpes de la envidia y la lujuria arrastran a la huida por un tiempo, uno muy breve, uno que a la mujer le hace volver a por más y romper en la oscuridad su blancura, en ese mismo lugar, en el momento en el que se cruzan personajes y personas, suciedad y consecuencia, y ya todo ha terminado.
Ella desvela su intimidad y debilidad, él la expulsa de su proximidad y enfermiza verdad. Se quitaron todos los disfraces y es ahora cuando ella comienza con la mentira, la vida inventada que nunca tuvo que arranca un secreto que nadie conoce, y en penumbras la perdemos.
Él sigue su camino, el circular vacío en la vida que se repite de nuevo, con otra mujer cualquiera, nos queda la soledad, el hombre que se adentra en el bosque para sufrir la nocturnidad, la perversa obsesión, el hombre que no se encuentra y que no se deshace de sus propios demonios, como ángel exterminador vestido con la piel de lobo.
Porque creemos tener miedo a la oscuridad, sólo hasta que se abren los ojos, y ante la nada cualquiera se da cuenta que lo que se teme son los fantasmas de nuestras mentes, esos que sólo la oscuridad puede evocar, esos que al hombre, entre esos árboles, esos sonidos, esa ausencia de color, atormentan y persiguen como una penitencia más. Una sombra que no permite ver, y que nos pierde entre los umbrales del miedo.