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Voto de Chris Jiménez:
10
8,4
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Cine negro. Thriller. Intriga. Drama
En un momento crucial de su vida financiera, Gondo (Toshirô Mifune), un directivo de una importante empresa de zapatos, recibe la noticia de que su hijo ha sido secuestrado. El rescate exigido es una gran cantidad de dinero, pero Gondo la necesita para cerrar una negociación que le dará el control de la empresa. (FILMAFFINITY)
26 de diciembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la oscuridad de la noche un niño ha sido raptado. Este será el inicio de una de las investigaciones más arduas y emocionantes que hayamos presenciado, un caso que además determinará quienes se hallan en la delgada línea entre el Cielo y el Infierno en la tierra...
Habían llegado los '60, época de cambios para la cinematografía nipona en la que surgiría una ola de directores independientes dispuestos a derribar los muros del tradicionalismo y explorar temas mucho más provocativos inclinando los ideales de sus obras hacia una contestataria rebeldía; movimiento conocido como la Nueva Ola del cine japonés, en el cual se incluirían nombres como Oshima, Masumura, Shindo o Suzuki, y que amenazaban la popularidad de los más clásicos.
Pero en 1.962, Akira Kurosawa, establecido como uno de los maestros indiscutibles del celuloide, seguía demostrando su talento como director de éxito gracias a "Sanjuro", continuación de las aventuras del implacable ronin de "Yojimbo", cuya recaudación en taquilla superó con creces, y más tarde se obsesionaría por llevar a la gran pantalla "King's Ransom", obra del especialista en novela criminal Ed McBain con la que retornaría así al género negro de vertiente más neorrealista y "occidental" que practicara en las ya lejanas "El Ángel Borracho" y "El Perro Rabioso".
La trama de "Tengoku to Jigoku" se presenta dividida en dos actos, ocupando el primero ("Tengoku") casi una hora de metraje, y que tiene como escenario primordial el salón de la vivienda de Gondo, un industrial de calzado sometido a la precaria situación que atraviesa su empresa y a la presión de sus codiciosos compañeros ejecutivos, cuya personalidad (ideas fijas, fuerte mentalidad y seguridad blindada) queda establecida en pocos minutos y que, sin embargo, deberá afrontar un suceso inesperado: el secuestro de un niño...no el de su hijo Jun, sino el de su chófer, Shinichi.
Kurosawa presenta un inteligente juego de dobles y confusión (Reiko toma a Shinichi por su hijo, los detectives van disfrazados de transportistas) mientras condensa toda la intriga en un espacio cerrado cuya tensión irá viciando la atmósfera debido al dilema que sitúa a Gondo en la cuerda floja: si paga al secuestrador pierde su negocio, y si no lo hace muere el niño; situación que enfrenta la ambición y el interés personal con el honor, la bondad, la ética y, sobre todo, la culpa, instaurando de inmediato la diferencia entre el poder de decisión de la clase privilegiada (Gondo) y el desamparo de la clase obrera (Aoki).
Se dará entonces un repentino aunque no abrupto cambio de escenario: del comedor iremos al vagón del tren desde donde se realizará el canje; el director reduce aún más el espacio encerrando, literalmente, a sus personajes, y aumentando la sensación de desasosiego. El espectador ya puede respirar tranquilo, pues el niño está sano y salvo: conclusión de un poderoso primer acto que servirá de "puente" para enlazar con el segundo ("Jigoku"), donde el aspecto teatral se abandona y se da un intercambio de sentimiento de culpabilidad (la de Gondo por la de Aoki), de roles (los protagonistas son Tokura y sus detectives) y, lo más importante, de ambiente.
La trama gira ahora en torno a la trepidante caza del criminal, en la que se nos introduce de manera natural y fluida, sirviéndose del tradicional recurso del "flashback", la recolección de pistas para resolver el caso y el juego de engaños e ingenio entre los policías y el secuestrador, inscribiéndose el film en la tradición del más puro cine negro, cuya imaginería (tanto sonora como visual) es completamente deudora del estilo (influencias occidentales propias de Kurosawa, anunciadas al comienzo a través de los niños, que jugaban a pistoleros); al mismo tiempo se propondrá una suerte de viaje metafísico que bien justifica el título del film...
Pues del Cielo se descenderá al Infierno, pero uno real y palpable, descrito acertadamente por Takeuchi durante su conversación telefónica con Gondo: "aquí abajo hace un calor infernal, pero allá arriba usted debe tener aire acondicionado". Ahora la cámara se desliza por estanques de aguas ponzoñas y se sumerge en los suburbios de la ciudad; el calor, bochornoso, se siente de manera constante, tanto en el exterior como en el interior (esa comisaría, llena de ventiladores, donde los policías se secan el sudor). Un viaje al inframundo de la sociedad rematado con esa estremecedora secuencia en la que el villano es perseguido entre drogadictos y prostitutas, ejército de muertos vivientes o almas en pena ocultos por las sombras.
Absorbente y sórdida atmósfera donde sobresalen el brillante trabajo de fotografía de Takao Saito y Asakazu Nakai y la habilidad de Kurosawa para hacer a su público partícipe íntegro de ella e impregnarle con sus formas, sonidos y olores. Entre tanto, Toshiro Mifune vuelve a desempeñar una gran interpretación, precisa y llena de fuerza, siendo bien sustituido en el segundo acto por Tatsuya Nakadai y Kenjiro Ishiyama, más comedidos pero igualmente sublimes, y, por supuesto, Tsutomu Yamazaki, quien da vida al secuestrador, ambiguo ser de oscuras motivaciones (en Zona Spoiler) que, siguiendo el juego de dobles y reflejos, encontrará el suyo en Gondo; individuos opuestos en todo hasta el significativo cara a cara final en prisión.
Atravesada por importantes reflexiones morales, una ácida crítica social y una envidiable precisión narrativa, "Tengoku to Jigoku" se convertiría en otro éxito para el director, quien alcanzó la perfección dentro del género negro y policíaco, en el cual su obra se asienta como una de las más emblemáticas.
Contiene, además, uno de los momentos más sorprendentes de la Historia del cine: cuando vemos emerger de la chimenea ese humo de color rosa tras quemarse el maletín; innovadora técnica visual muy imitada en futuros títulos.
Habían llegado los '60, época de cambios para la cinematografía nipona en la que surgiría una ola de directores independientes dispuestos a derribar los muros del tradicionalismo y explorar temas mucho más provocativos inclinando los ideales de sus obras hacia una contestataria rebeldía; movimiento conocido como la Nueva Ola del cine japonés, en el cual se incluirían nombres como Oshima, Masumura, Shindo o Suzuki, y que amenazaban la popularidad de los más clásicos.
Pero en 1.962, Akira Kurosawa, establecido como uno de los maestros indiscutibles del celuloide, seguía demostrando su talento como director de éxito gracias a "Sanjuro", continuación de las aventuras del implacable ronin de "Yojimbo", cuya recaudación en taquilla superó con creces, y más tarde se obsesionaría por llevar a la gran pantalla "King's Ransom", obra del especialista en novela criminal Ed McBain con la que retornaría así al género negro de vertiente más neorrealista y "occidental" que practicara en las ya lejanas "El Ángel Borracho" y "El Perro Rabioso".
La trama de "Tengoku to Jigoku" se presenta dividida en dos actos, ocupando el primero ("Tengoku") casi una hora de metraje, y que tiene como escenario primordial el salón de la vivienda de Gondo, un industrial de calzado sometido a la precaria situación que atraviesa su empresa y a la presión de sus codiciosos compañeros ejecutivos, cuya personalidad (ideas fijas, fuerte mentalidad y seguridad blindada) queda establecida en pocos minutos y que, sin embargo, deberá afrontar un suceso inesperado: el secuestro de un niño...no el de su hijo Jun, sino el de su chófer, Shinichi.
Kurosawa presenta un inteligente juego de dobles y confusión (Reiko toma a Shinichi por su hijo, los detectives van disfrazados de transportistas) mientras condensa toda la intriga en un espacio cerrado cuya tensión irá viciando la atmósfera debido al dilema que sitúa a Gondo en la cuerda floja: si paga al secuestrador pierde su negocio, y si no lo hace muere el niño; situación que enfrenta la ambición y el interés personal con el honor, la bondad, la ética y, sobre todo, la culpa, instaurando de inmediato la diferencia entre el poder de decisión de la clase privilegiada (Gondo) y el desamparo de la clase obrera (Aoki).
Se dará entonces un repentino aunque no abrupto cambio de escenario: del comedor iremos al vagón del tren desde donde se realizará el canje; el director reduce aún más el espacio encerrando, literalmente, a sus personajes, y aumentando la sensación de desasosiego. El espectador ya puede respirar tranquilo, pues el niño está sano y salvo: conclusión de un poderoso primer acto que servirá de "puente" para enlazar con el segundo ("Jigoku"), donde el aspecto teatral se abandona y se da un intercambio de sentimiento de culpabilidad (la de Gondo por la de Aoki), de roles (los protagonistas son Tokura y sus detectives) y, lo más importante, de ambiente.
La trama gira ahora en torno a la trepidante caza del criminal, en la que se nos introduce de manera natural y fluida, sirviéndose del tradicional recurso del "flashback", la recolección de pistas para resolver el caso y el juego de engaños e ingenio entre los policías y el secuestrador, inscribiéndose el film en la tradición del más puro cine negro, cuya imaginería (tanto sonora como visual) es completamente deudora del estilo (influencias occidentales propias de Kurosawa, anunciadas al comienzo a través de los niños, que jugaban a pistoleros); al mismo tiempo se propondrá una suerte de viaje metafísico que bien justifica el título del film...
Pues del Cielo se descenderá al Infierno, pero uno real y palpable, descrito acertadamente por Takeuchi durante su conversación telefónica con Gondo: "aquí abajo hace un calor infernal, pero allá arriba usted debe tener aire acondicionado". Ahora la cámara se desliza por estanques de aguas ponzoñas y se sumerge en los suburbios de la ciudad; el calor, bochornoso, se siente de manera constante, tanto en el exterior como en el interior (esa comisaría, llena de ventiladores, donde los policías se secan el sudor). Un viaje al inframundo de la sociedad rematado con esa estremecedora secuencia en la que el villano es perseguido entre drogadictos y prostitutas, ejército de muertos vivientes o almas en pena ocultos por las sombras.
Absorbente y sórdida atmósfera donde sobresalen el brillante trabajo de fotografía de Takao Saito y Asakazu Nakai y la habilidad de Kurosawa para hacer a su público partícipe íntegro de ella e impregnarle con sus formas, sonidos y olores. Entre tanto, Toshiro Mifune vuelve a desempeñar una gran interpretación, precisa y llena de fuerza, siendo bien sustituido en el segundo acto por Tatsuya Nakadai y Kenjiro Ishiyama, más comedidos pero igualmente sublimes, y, por supuesto, Tsutomu Yamazaki, quien da vida al secuestrador, ambiguo ser de oscuras motivaciones (en Zona Spoiler) que, siguiendo el juego de dobles y reflejos, encontrará el suyo en Gondo; individuos opuestos en todo hasta el significativo cara a cara final en prisión.
Atravesada por importantes reflexiones morales, una ácida crítica social y una envidiable precisión narrativa, "Tengoku to Jigoku" se convertiría en otro éxito para el director, quien alcanzó la perfección dentro del género negro y policíaco, en el cual su obra se asienta como una de las más emblemáticas.
Contiene, además, uno de los momentos más sorprendentes de la Historia del cine: cuando vemos emerger de la chimenea ese humo de color rosa tras quemarse el maletín; innovadora técnica visual muy imitada en futuros títulos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
A los héroes (o antihéroes) concebidos por Kurosawa les mueven el deber, la deuda y el dilema, y cada uno de sus actos compromete su vida, respecto a una sociedad y una existencia a las que tendrán que rendir cuentas.
Este argumento, que alcanzará su máxima expresión en "Vivir", "Yojimbo" y "Escándalo", también está en el corazón de "Tengoku to Jigoku", historia de dos rostros o mundos.
Pero la bella idea que preside la película y la oscura motivación del secuestrador Takeuchi es, sobre todo, un asunto de "mirada", y la acción consecuencia de ello. Este tema es uno de los fundamentales en el cine del nipón, pues no hay acción sin la aventura de la mirada, sin estructura especular. El primer plano en el que vemos desde el exterior el domicilio de Gondo, el rico industrial, colgado de una colina, aislado y visible desde el pueblo bajo, colmado de ruinosas, sucias o modestas viviendas, aparecerá tarde en el film.
Acostumbrando al espectador a vivir en la promiscuidad y el lujo de este mundo, habíamos olvidado que, los que no forman parte de él, pueden observarlo desde afuera; una mirada de resentimiento que considera ese símbolo externo de riqueza una suerte de provocación. Incluso los dos detectives darán cuenta de ello ("esa casa es especial, parece que nos mira por encima del hombro...").
Y es que, mientras la tradición japonesa prioriza la construcción en los valles, donde hay poca luz, la occidental, contrariamente, privilegia las cimas de las colinas, asociándose el escenario del primer acto ("Tengoku", el Cielo) con la luz, la riqueza y la cumbre social, oponiéndose al mundo "de abajo", al ocupado por los miserables, los desamparados y los obreros ("Jigoku", el Infierno), un mundo que Gondo conocerá tras sacrificar su fortuna y empleo para salvar a Shinichi...
Donde se cruzará con el secuestrador en un claro ejemplo de lo irónicos que pueden ser los giros del destino. Esta mirada ya no vincula, sino que divide, objeto de una envidia (expresada literalmente por el secuestrador en la escena final) que desea la irrupción en el objeto inaccesible (la casa de Gondo) o su supresión, por más que esté al alcance de la vista.
Este argumento, que alcanzará su máxima expresión en "Vivir", "Yojimbo" y "Escándalo", también está en el corazón de "Tengoku to Jigoku", historia de dos rostros o mundos.
Pero la bella idea que preside la película y la oscura motivación del secuestrador Takeuchi es, sobre todo, un asunto de "mirada", y la acción consecuencia de ello. Este tema es uno de los fundamentales en el cine del nipón, pues no hay acción sin la aventura de la mirada, sin estructura especular. El primer plano en el que vemos desde el exterior el domicilio de Gondo, el rico industrial, colgado de una colina, aislado y visible desde el pueblo bajo, colmado de ruinosas, sucias o modestas viviendas, aparecerá tarde en el film.
Acostumbrando al espectador a vivir en la promiscuidad y el lujo de este mundo, habíamos olvidado que, los que no forman parte de él, pueden observarlo desde afuera; una mirada de resentimiento que considera ese símbolo externo de riqueza una suerte de provocación. Incluso los dos detectives darán cuenta de ello ("esa casa es especial, parece que nos mira por encima del hombro...").
Y es que, mientras la tradición japonesa prioriza la construcción en los valles, donde hay poca luz, la occidental, contrariamente, privilegia las cimas de las colinas, asociándose el escenario del primer acto ("Tengoku", el Cielo) con la luz, la riqueza y la cumbre social, oponiéndose al mundo "de abajo", al ocupado por los miserables, los desamparados y los obreros ("Jigoku", el Infierno), un mundo que Gondo conocerá tras sacrificar su fortuna y empleo para salvar a Shinichi...
Donde se cruzará con el secuestrador en un claro ejemplo de lo irónicos que pueden ser los giros del destino. Esta mirada ya no vincula, sino que divide, objeto de una envidia (expresada literalmente por el secuestrador en la escena final) que desea la irrupción en el objeto inaccesible (la casa de Gondo) o su supresión, por más que esté al alcance de la vista.