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Voto de Chris Jiménez:
8
6,1
27
Drama. Thriller. Romance
Una mañana, Jun Saiki sale del bar que regenta junto a su novia Keiko y se dirige al taller de reparación de coches donde trabajan sus padres, quienes desaprueban su relación. Una vez allí, Jun se ensarza en una discusión con su padre: este ha contratado un detective privado que ha indagado en el pasado de la chica. Keiko siempre le ha dicho a Jun que perdió el oído izquierdo cuando de pequeña su madre la golpeó por haber robado higos ... [+]
13 de junio de 2021
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El amor entre dos jóvenes es desde luego tan fuerte e intenso que puede conducir a las peores locuras imaginables.
Como dos almas sin rumbo fijo, Jun y Keiko huyen dejando atrás el desastre hacia un destino incierto donde quizás les espera la felicidad...o no...
Resulta conocido este planteamiento porque las fábulas de la joven pareja fugitiva lleva décadas vigente en el cine, y más aún arraigada a la tradición norteamericana. Pero ahora la historia se traslada a terreno japonés y la sorpresa es mayor; en realidad, "The Youth Killer" tiene su base en un escalofriante suceso real ocurrido en la tarde del 30 de Octubre de 1.974 en la prefectura de Ichihara, cuando dos padres fueron asesinados a puñaladas por su hijo adolescente por oponerse a su relación con la empleada de un sex-shop. Los cuerpos fueron arrojados al río Yoro y acabaron flotando hasta la bahía de Tokyo.
Este caso (finalizado con la condena a muerte del chico nada menos que una década más tarde) sería recogido en una novela corta dos años después de ocurrir por el prolífico autor Kenji Nakagami, cuyos controvertidos puntos de vista e ideales atrajeron hacia su lectura a un Kazuhiko Hasegawa de 30 años. Éste, que ya forma parte de la lista de directores más influyentes del cine nipón del último medio siglo, dejaría temprano la universidad para trabajar bajo las órdenes de Shohei Imamura, y, a pesar de su carácter pendenciero y su afición al alcohol, iría abriéndose paso en la industria a través de Nikkatsu como guionista y asistente de dirección de Chusei Sone, Shogoro Nishimura o Toshiya Fujita, principalmente dentro del "roman porno".
Tras fracasar en varios intentos de convertirse en director, decide dedicarse en cuerpo y alma a investigar sobre el incidente que inspiró a Nakagami, y así, amparado por la Art Theatre Guild, puede dar el salto a la dirección. Para la pareja protagonista elige al cantante y actor Yutaka Mizutani y a Mieko Harada, aún menor de edad y que se ha estrenado como actriz gracias a Yasuzo Masumura; dos personalidades fuertes y temperamentales perfectas para el tono que quiere imprimir Hasegawa a su obra y para encarnar a sus protagonistas. "The Youth Killer" se ambienta en un Japón actual con esta pareja como buen ejemplo de los tiempos que corren.
Modelo de una generación post-Vietnam, post-crisis del petróleo, post-radicalismo social y post-industrialización, una generación irremediablemente perdida en busca de un lugar en el mundo que no encuentra. El director, firme defensor de la ruptura con la norma social y la rebelión espiritual, hace del crimen real de Ichihara la vía para proponer dicha rebelión: la de los hijos de una sociedad hecha pedazos contra los padres que les empujaron a sus miserias, pobreza y corrupción, y el único medio de propulsar esta vía de escape es la violencia, con la que crecieron y se criaron.
La estructura que inventa Tsutomu Tamura (ferviente guionista de Oshima) se divide en dos partes separadas por un significativo "impasse". La primera empieza con el crimen de Jun; sin darnos tiempo a conocer a los personajes ni su relación con los padres (unos magníficos Ryohei Uchida y Etsuko Ichihara), se nos lanza al centro de la locura, a los abismos de un entorno enfermizo y podrido. El hogar como reflejo de la quiebra social y el rechazo contra los valores tradicionales en su vertiente más aterradora y radical; el espíritu de Imamura (Oshima y Masumura) está presente en la media hora que Hasegawa nos tiene atrapados en la casa de los progenitores.
Su objetivo es superarse en cuanto al grado de degeneración al que desea arrastrar a sus protagonistas. Tras una discusión sobre Keiko el hijo ha asesinado al padre y la madre, en un arranque de neurosis histérica, confabula con él para librarse del cadáver y vender el taller familiar; poderosamente impregnado de un calor sofocante, este tramo de la historia, elaborado a base de una fluida sucesión de planos cortos y generales, la mayoría del tiempo cámara en mano y sin música, provoca una sensación de desaliento, de inevitable náusea y el efecto es aún más terrorífico por la implicación íntima de la madre y el hijo (incluso se roza el deseo del incesto).
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Arropada por una banda sonora puramente setentera y americana (se aprecia el espíritu de Bob Dylan, MC5 y Jefferson Airplane) y un estilo abrasivo a la hora de exponer la realidad con marcada obsesión por el sadismo, el director, un tirano sin escrúpulos en el rodaje, exprime física y mentalmente a sus talentosos actores (Harada hasta llegaría a odiar la película y su actuación) y construye una pesimista, oscura y brutal fábula sobre la perdición desde cualquier perspectiva (humana, social, amorosa, espiritual y sobre todo moral).
Y si bien no se hizo con el éxito en el momento de su estreno sí que abrió las puertas a Hasegawa y poco a poco se fue convirtiendo en una de las obras más influyentes y reveladoras del cine japonés de toda su Historia, una auténtica joya de culto que aún conserva intacta su fuerza para vapulear sin piedad la conciencia, los sentidos y los nervios del espectador y desafiar la persistencia retiniana con sus crudas, ásperas y impactantes imágenes. Un debut que muchos aspirantes a cineastas envidiarían dirigir.
Como dos almas sin rumbo fijo, Jun y Keiko huyen dejando atrás el desastre hacia un destino incierto donde quizás les espera la felicidad...o no...
Resulta conocido este planteamiento porque las fábulas de la joven pareja fugitiva lleva décadas vigente en el cine, y más aún arraigada a la tradición norteamericana. Pero ahora la historia se traslada a terreno japonés y la sorpresa es mayor; en realidad, "The Youth Killer" tiene su base en un escalofriante suceso real ocurrido en la tarde del 30 de Octubre de 1.974 en la prefectura de Ichihara, cuando dos padres fueron asesinados a puñaladas por su hijo adolescente por oponerse a su relación con la empleada de un sex-shop. Los cuerpos fueron arrojados al río Yoro y acabaron flotando hasta la bahía de Tokyo.
Este caso (finalizado con la condena a muerte del chico nada menos que una década más tarde) sería recogido en una novela corta dos años después de ocurrir por el prolífico autor Kenji Nakagami, cuyos controvertidos puntos de vista e ideales atrajeron hacia su lectura a un Kazuhiko Hasegawa de 30 años. Éste, que ya forma parte de la lista de directores más influyentes del cine nipón del último medio siglo, dejaría temprano la universidad para trabajar bajo las órdenes de Shohei Imamura, y, a pesar de su carácter pendenciero y su afición al alcohol, iría abriéndose paso en la industria a través de Nikkatsu como guionista y asistente de dirección de Chusei Sone, Shogoro Nishimura o Toshiya Fujita, principalmente dentro del "roman porno".
Tras fracasar en varios intentos de convertirse en director, decide dedicarse en cuerpo y alma a investigar sobre el incidente que inspiró a Nakagami, y así, amparado por la Art Theatre Guild, puede dar el salto a la dirección. Para la pareja protagonista elige al cantante y actor Yutaka Mizutani y a Mieko Harada, aún menor de edad y que se ha estrenado como actriz gracias a Yasuzo Masumura; dos personalidades fuertes y temperamentales perfectas para el tono que quiere imprimir Hasegawa a su obra y para encarnar a sus protagonistas. "The Youth Killer" se ambienta en un Japón actual con esta pareja como buen ejemplo de los tiempos que corren.
Modelo de una generación post-Vietnam, post-crisis del petróleo, post-radicalismo social y post-industrialización, una generación irremediablemente perdida en busca de un lugar en el mundo que no encuentra. El director, firme defensor de la ruptura con la norma social y la rebelión espiritual, hace del crimen real de Ichihara la vía para proponer dicha rebelión: la de los hijos de una sociedad hecha pedazos contra los padres que les empujaron a sus miserias, pobreza y corrupción, y el único medio de propulsar esta vía de escape es la violencia, con la que crecieron y se criaron.
La estructura que inventa Tsutomu Tamura (ferviente guionista de Oshima) se divide en dos partes separadas por un significativo "impasse". La primera empieza con el crimen de Jun; sin darnos tiempo a conocer a los personajes ni su relación con los padres (unos magníficos Ryohei Uchida y Etsuko Ichihara), se nos lanza al centro de la locura, a los abismos de un entorno enfermizo y podrido. El hogar como reflejo de la quiebra social y el rechazo contra los valores tradicionales en su vertiente más aterradora y radical; el espíritu de Imamura (Oshima y Masumura) está presente en la media hora que Hasegawa nos tiene atrapados en la casa de los progenitores.
Su objetivo es superarse en cuanto al grado de degeneración al que desea arrastrar a sus protagonistas. Tras una discusión sobre Keiko el hijo ha asesinado al padre y la madre, en un arranque de neurosis histérica, confabula con él para librarse del cadáver y vender el taller familiar; poderosamente impregnado de un calor sofocante, este tramo de la historia, elaborado a base de una fluida sucesión de planos cortos y generales, la mayoría del tiempo cámara en mano y sin música, provoca una sensación de desaliento, de inevitable náusea y el efecto es aún más terrorífico por la implicación íntima de la madre y el hijo (incluso se roza el deseo del incesto).
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Arropada por una banda sonora puramente setentera y americana (se aprecia el espíritu de Bob Dylan, MC5 y Jefferson Airplane) y un estilo abrasivo a la hora de exponer la realidad con marcada obsesión por el sadismo, el director, un tirano sin escrúpulos en el rodaje, exprime física y mentalmente a sus talentosos actores (Harada hasta llegaría a odiar la película y su actuación) y construye una pesimista, oscura y brutal fábula sobre la perdición desde cualquier perspectiva (humana, social, amorosa, espiritual y sobre todo moral).
Y si bien no se hizo con el éxito en el momento de su estreno sí que abrió las puertas a Hasegawa y poco a poco se fue convirtiendo en una de las obras más influyentes y reveladoras del cine japonés de toda su Historia, una auténtica joya de culto que aún conserva intacta su fuerza para vapulear sin piedad la conciencia, los sentidos y los nervios del espectador y desafiar la persistencia retiniana con sus crudas, ásperas y impactantes imágenes. Un debut que muchos aspirantes a cineastas envidiarían dirigir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Entre el hedor de la sangre, el sudor y la oscuridad del claustrofóbico escenario, resaltadas por los ásperos tonos de la fotografía de Tatsuo Suzuki, Hasegawa logra desplazar las líneas de la moral y la realidad con un sentido de lo grotesco tanto más efectivo cuanto que está filmado sin oropeles estilísticos ni concesiones y por medio de una sensación de perturbadora autenticidad que alcanza directamente el inconsciente.
Ya hemos descendido a los infiernos de la miseria humana, el director ya nos ha sacudido hasta en lo más profundo de las entrañas, y usando la lluvia para limpiar las manchas de sangre y así la conciencia, podemos seguir a Jun en su terrible camino de liberación.
La segunda parte propone la huida de los amantes. A estas alturas son evidentes las semejanzas con el cine de juventudes antisociales que hicieron Kurahara, Yoshida, Fujita y los mismos Oshima e Imamura, y en concreto con "Boxcar Bertha", la nipona "Bitterness of Youth" (cuyo guión es de Hasegawa) y sobre todo "Malas Tierras", no obstante la desnudez física, emocional y psicológica por la que apuesta el director absorbe al espectador y le pone del lado de sus protagonistas, a quienes se les permite abrirse de par en par tras todo el salvajismo anterior.
Como sus actores, una pareja de lo más curiosa: Jun, cínico desquiciado, radical en sus años de instituto, consciente de la generación a la que pertenece; una película realizada por él (estos instantes recrean bien el espíritu del cine experimental de los estudiantes japoneses de los '60) revela su obsesión por el conflicto entre padres (los fundadores de la sociedad) e hijos (los elegidos para destruirla y fundar una nueva) por medio de la violencia. Pero al igual que le sucedió al revolucionario Terujiro Kita, esta transgresión de valores recibe un castigo alto: el de la crucifixión.
De este modo Jun se ve consumido por el crimen y no puede escapar del remordimiento y la culpa, sentimientos que afloran durante ese dramático "impasse" en la playa, donde Hasegawa vuelve a irrumpir en el presente empleando "flashbacks" y secuencias cuasioníricas que confunden la realidad auténtica con una posible realidad imaginada e ideal. La más indescifrable pero paradójicamente menos compleja Keiko es el sensual objeto de sospecha y odio por parte de los padres del anterior, una criatura mentalmente infantil que la convierte en amoral e impulsiva, además de estar atada por el apego pues nunca ha conocido el amor, lo que relaciona con el dolor, el abuso y la violación.
Es lógico que la pareja de Hasegawa no pueda atisbar ningún triunfo amoroso (al que sí aspiraban las de Masumura) por el choque de esos caracteres tan opuestos. Al término de esta fuga fracasada, se opta por un retorno como expiación de la culpa y para confrontar los demonios interiores, y durante su desarrollo remata su dura visión criticando la patética incompetencia de las fuerzas del orden. Unos agentes de policía con los que Jun se encuentra en mitad del camino hacen caso omiso de su confesión del asesinato. En su sociedad alguien como él no puede aspirar a la redención ni al perdón; la ley no tiene cabida por lo que ni siquiera puede ser reconocido como criminal ante la justicia.
El movimiento último es el sacrificio por la desesperanza (y refuerza esta idea el que los personajes estén disponiendo planes que jamás van a cumplirse), aunque durante toda la parte de la destrucción del bar de Keiko se revela como nunca el cinismo de Jun (el de su generación al fin y al cabo), quien desea la muerte y limpiar su alma pero es incapaz de afrontarlo.
Por esto sigue sin encontrar su sitio y se lanza a la perpetua huida; al contrario que los relatos sobre amantes contra los males del Mundo, "The Youth Killer" trata la del desamor y la ruptura por culpa de los valores generacionales y la opresión, temas a los que se ataca impunemente.
Ya hemos descendido a los infiernos de la miseria humana, el director ya nos ha sacudido hasta en lo más profundo de las entrañas, y usando la lluvia para limpiar las manchas de sangre y así la conciencia, podemos seguir a Jun en su terrible camino de liberación.
La segunda parte propone la huida de los amantes. A estas alturas son evidentes las semejanzas con el cine de juventudes antisociales que hicieron Kurahara, Yoshida, Fujita y los mismos Oshima e Imamura, y en concreto con "Boxcar Bertha", la nipona "Bitterness of Youth" (cuyo guión es de Hasegawa) y sobre todo "Malas Tierras", no obstante la desnudez física, emocional y psicológica por la que apuesta el director absorbe al espectador y le pone del lado de sus protagonistas, a quienes se les permite abrirse de par en par tras todo el salvajismo anterior.
Como sus actores, una pareja de lo más curiosa: Jun, cínico desquiciado, radical en sus años de instituto, consciente de la generación a la que pertenece; una película realizada por él (estos instantes recrean bien el espíritu del cine experimental de los estudiantes japoneses de los '60) revela su obsesión por el conflicto entre padres (los fundadores de la sociedad) e hijos (los elegidos para destruirla y fundar una nueva) por medio de la violencia. Pero al igual que le sucedió al revolucionario Terujiro Kita, esta transgresión de valores recibe un castigo alto: el de la crucifixión.
De este modo Jun se ve consumido por el crimen y no puede escapar del remordimiento y la culpa, sentimientos que afloran durante ese dramático "impasse" en la playa, donde Hasegawa vuelve a irrumpir en el presente empleando "flashbacks" y secuencias cuasioníricas que confunden la realidad auténtica con una posible realidad imaginada e ideal. La más indescifrable pero paradójicamente menos compleja Keiko es el sensual objeto de sospecha y odio por parte de los padres del anterior, una criatura mentalmente infantil que la convierte en amoral e impulsiva, además de estar atada por el apego pues nunca ha conocido el amor, lo que relaciona con el dolor, el abuso y la violación.
Es lógico que la pareja de Hasegawa no pueda atisbar ningún triunfo amoroso (al que sí aspiraban las de Masumura) por el choque de esos caracteres tan opuestos. Al término de esta fuga fracasada, se opta por un retorno como expiación de la culpa y para confrontar los demonios interiores, y durante su desarrollo remata su dura visión criticando la patética incompetencia de las fuerzas del orden. Unos agentes de policía con los que Jun se encuentra en mitad del camino hacen caso omiso de su confesión del asesinato. En su sociedad alguien como él no puede aspirar a la redención ni al perdón; la ley no tiene cabida por lo que ni siquiera puede ser reconocido como criminal ante la justicia.
El movimiento último es el sacrificio por la desesperanza (y refuerza esta idea el que los personajes estén disponiendo planes que jamás van a cumplirse), aunque durante toda la parte de la destrucción del bar de Keiko se revela como nunca el cinismo de Jun (el de su generación al fin y al cabo), quien desea la muerte y limpiar su alma pero es incapaz de afrontarlo.
Por esto sigue sin encontrar su sitio y se lanza a la perpetua huida; al contrario que los relatos sobre amantes contra los males del Mundo, "The Youth Killer" trata la del desamor y la ruptura por culpa de los valores generacionales y la opresión, temas a los que se ataca impunemente.