Y no es el título un contrasentido: los hechos que se narran, la guerra de religiones en la Irlanda de los años sesenta, con la aparición del terrorismo y sus terribles consecuencias, está narrada, con maestría y habilidad, por un Branagh que apuesta por fijar su mirada en una familia modélica en su convivencia y en su estructura.

Con un blanco y negro deslumbrante, en el que la fotografía de cada plano y secuencia es magnífica, la duración canónica de hora y media cuenta también como un acierto, unos actores muy adecuados para sus papeles (ojo a Jude Hill, el niño que sirve de hilo conductor de la historia, maravilloso), la película se deja envolver, quizás con un exceso de azúcar y una sobredosis de sentimentalismo, por un tono a veces de comedia pero en el que sobrevuela siempre la tragedia, los hechos que ocurren el Irlanda y cómo afectan a las gentes y, en concreto a la familia protagonista.

En cualquier caso, buscando paralelismos muy notables con nuestra violenta historia propia, el terrorismo del País Vasco y los asesinos de ETA, nosotros hemos contado esta misma historia recientemente en la sosa y muy políticamente correcta MAIXABEL (a punto de ganar varios Goya, seguramente) o la magnífica serie PATRIA y se ha hecho de otra manera, más cruda y dejando el sentimentalismo de lado.

Tan lícito es hacerlo de una forma como de otra, siempre que la historia se entienda y sirva para no repetirse. Además, Branagh demuestra ser un director con oficio y con sentido del ritmo.

No se tira el dinero si se va a verla a un cine, háganlo.