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España España · BARCELONA
Voto de MiquelC:
3
Drama Cleo (Yalitza Aparicio) es la joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma, barrio de clase media-alta de Ciudad de México. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para pintar un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la agitación política de la década de los 70. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un valor subyacente, indiscutible, en “la realidad” de la Roma del nuevo neorrealismo Cuarón: nos hace hablar del sueño de(l) cine.

Mientras a unos promueve, con aplomo, la ensoñación y una suerte de exploración del paisaje artístico de la película mediante el uso de ricas y -reconozcámoslo- imaginativas y elaboradas hipérboles, que lidian entre sí para explicar el fenómeno, otros caen rendidos al sueño que les provoca, inesperadamente, aturdidos por el sopor, contra todo pronóstico, hundiéndose a plomo e irremisiblemente en su sofá chaise longue.

A partir de ahí, entramos en deriva..., y el debate de la esencia del Cine (André Bazin, con el que pocos se atreven y muchos menos saben interpretar en su contexto).

...No se recuerda tanto a Cesare Zavattini, escritor y guionista italiano que promovió muchos de los filmes neorrealistas italianos más conocidos, hoy día, de la posguerra mundial. Éste decía, y cito: “El neorrealismo no es nada, tan sólo una idea, un punto de vista, una actitud moral" -no es arte, en sí mismo, ni quiere serlo; un método de trabajo que obedece a un objetivo moral, más allá de lo estético-.

Y de ahí, al vacío. Roma, sin objetivo real, ni moral -ni reivindicativo- que rinda homenaje al método de que se sirve. Una película hueca, desarbolada, sin profundidad real más allá de la autocomplacencia estética y la "profundidad de campo" cinematográfica, notablemente orquestada; sin historia realmente desarrollada, pues es excusa pretenciosa, casi de vanagloria, al servicio de recuerdos evocadores de clase alta, mirando con cariño a "la chacha" inanimada, desangelada, que se mueve por el diorama doméstico romano, cual marioneta.

Pero nos queda Cuarón, y su autocomplacencia técnica ¿Vanidad? Hay quien afirma que un artista habría de ser, necesariamente, vanidoso. Aplaudan, por favor.

Para mí es una pena. Me recuerda aquella imagen de las señoras bien, sentadas en fila parapetadas tras una mesa, engalanadas y escandalósamente enjoyadas, que solicitan donativos para causas benéficas: enfermedades, pobreza y medios para los más desfavorecidos...Y un plano secuencia de lo más hermoso, de la primera a la última, de extremo a extremo, con fotografías en B/N en trípticos y folletos, que reposan desmadejados en dicha mesa, apenas visibles, donde abundan imágenes de "esas personas"; mientras, una de las señoras, disimuladamente, se quita una miga del croissant de la comisura de sus labios excelsamente pintados, con un pañuelo de seda bordado.

El traje invisible del emperador está servido. ¿Arte? Por el amor de..., ¡que, además, pretendan acomplejarnos!...Para mí, lo hueco no es arte.

Y, en este sinsentido de aclamación artística experta, de rugiente empacho hiperbólico, me pregunto: ¿A dónde acuden, agrupadas las moscas? ¿A la miel, o a la m...?

Seamos amables. En lo personal, no es una buena película y el Árbol de la Vida está seco, tanto como lo estuviera, en su momento, el de Malick.
MiquelC
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