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Terror. Thriller. Aventuras
Una pareja en viaje de luna de miel, viajan en tren por las tierras de Budapest con destino a Wiesegrad, para después dirigirse a Gombos. Debido a un error de la ferroviaria, deben de aceptar hospedar en su vagón privado a un huésped, el doctor Vitus Werdegast, psiquiatra. Aunque a regañadientes, y para evitar que el intruso se quede en el pasillo toda la noche, aceptan. Una vez juntos, el doctor Vitus les dice que va a Wiesegrad a ver ... [+]
18 de diciembre de 2013
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Black Cat, película dirigida por el director checo de origen, Edgar G. Ulmer ,en el año 1934 contó con dos de los actores más de moda en la época (especialmente cuando nos referimos al género de terror), como fueron Bela Lugosi y Boris Karloff. Producida por la compañía Universal, la productora que en aquellos años treinta acaparaba la gran producción de terror del momento (sus adaptaciones más exitosas cuentan con las versiones más famosas de Frankenstein y Drácula, en las que por cierto aparecen estos dos actores), la película se tradujo en España con el título principal de Satanás.
Y no por pura extravagancia. Desde siempre el gato negro ha sido visto tradicionalmente como un símbolo del mal, y casi siempre en la tradición medieval occidental se ha asociado su visión con la del diablo (y si no, que se lo pregunten a los cátaros). El caso es que la película cuentan con un argumento en que se introduce (aunque sin concretar en exceso) el tema el satanismo.
A Bela Lugosi en esta ocasión le toca el papel de bueno. Será él quien por casualidad en un vagón de tren se encuentre con un escritor y su esposa, interpretados por David Manners y Julie Bishop, que por azares del destino le seguirán en su viaje, uno en el que llegarán a visitar ni más ni menos que a un siniestro personaje, interpretado por Karloff, que tiene una cuenta pendiente con Lugosi, y que en sus ratos de ocio practica el satanismo con otros miembros de la sociedad.
El caso es que la interpretación que se hace de lo demoníaco resulta de mucho interés. Por una parte, se sigue los esquemas del modelo tradicional iconográfico. Boris Karloff, que parece la encarnación misma del príncipe del mal, está caracterizado con todos los gestos arquetípicos: un misticismo del que hace gala en gran parte de sus diálogos, así como un vestuario escogido a la perfección, con prendas negras e incluso pentagramas (que lleva durante el ceremonial del ritual satánico). Además va acompañado siempre de un gato negro, animal que como ya hemos comentado, siempre se ha visto asociado a Satanás. Por otra parte, aunque Ulmer describe los rituales satánicos a prisa y corriendo (en parte porque el metraje de la película supera por poco la hora de duración), parece representar los tópicos de la misa negra, ceremonia en la que supuestamente los satanistas realizaban una transfiguración de la misa cristiana, transmutando del revés todos los valores tradicionales. Así podemos comprobar que Karloff casi está representado como un cura trasnochado, que lee unas frases en latín, mientras está colocado entre dos cruces invertidas. Mientras tanto, una pandilla de acólitos encapuchados se reúne a su alrededor. Una visión que más que verídica, parece acercarse al entretenimiento que la gente pedía por aquellos años. La imagen romántica se impone antes que la verdad.
La modernidad del diablo la encontramos en la relación del personaje con la primera guerra mundial. Recordemos, que precisamente hasta el momento en que se rueda la película (1934) la primera guerra mundial había sido el episodio bélico más nefasto que había sucedido en todo el mundo. Pues precisamente en la película, que supuestamente está ambientada en una población europea, a nuestro personaje malvado lo vemos representado como responsable de gran parte de los desastres que se produjeron en ese territorio durante la primera guerra mundial. Lugosi nos cuenta que el personaje de Karloff tuvo un papel bastante oscuro en el conflicto (culpable de la muerte de diversas compañías militares) y además le acusa de haber construido su mansión en pleno cementerio de batalla. Sin duda el diablo también es culpable de los desastres del conflicto humano causado por la primera guerra mundial. Por otra parte encontramos un detalle más que interesante en la película, cuando Lugosi y Karloff deciden jugarse su destino a una partida de ajedrez. Este juego, que ya aparece en películas con unos intereses parecidos (no podemos más que pensar en el séptimo sello, la magnífica película de Bergman) resulta un enfrentamiento espiritual por el cual los dos personajes discernirán su verdad. Sin duda una pelea mucho más elegante que si los dos personajes hubieran llegado a las manos.
Desgraciadamente la película tiene errores garrafales e imperdonables. Especialmente de guión (por otra parte recordemos que la historia está basada en un cuento de Edgar Allan Poe). Resulta más que incomprensible la aparición de golpe y porrazo del criado de Lugosi, que aparece sin más en la película, así como la conversación que (y parece que sin quererlo) tienen la hija de Lugosi, encerrada a propósito en la mansión, y la mujer del escritor europeo, interpretada por Julie Bishop, que parece que se la encuentra por casualidad. El final sería una historia totalmente diferente, porque aunque nos muestra un destello de morbosidad muy avanzado para la época (Lugosi decide vengarse de Karloff y extirparle la piel allá mismo a base de bisturí), acaba cayendo en una resolución apresurada que por momentos llega a la comicidad.
La música, en líneas generales, también acaba estropeando parte de la película (pese a que aparecen composiciones clásicas de la talla de genios como Bethoveen). Su incisivo subrayado acaba casi interrumpiendo el diálogo de los personajes, y sólo en pocas ocasiones como en la que Boris Karloff toca Tocata y fuga del maestro Bach el tono de la película y la música van de la mano.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/18/satanas-the-black-cat/
Y no por pura extravagancia. Desde siempre el gato negro ha sido visto tradicionalmente como un símbolo del mal, y casi siempre en la tradición medieval occidental se ha asociado su visión con la del diablo (y si no, que se lo pregunten a los cátaros). El caso es que la película cuentan con un argumento en que se introduce (aunque sin concretar en exceso) el tema el satanismo.
A Bela Lugosi en esta ocasión le toca el papel de bueno. Será él quien por casualidad en un vagón de tren se encuentre con un escritor y su esposa, interpretados por David Manners y Julie Bishop, que por azares del destino le seguirán en su viaje, uno en el que llegarán a visitar ni más ni menos que a un siniestro personaje, interpretado por Karloff, que tiene una cuenta pendiente con Lugosi, y que en sus ratos de ocio practica el satanismo con otros miembros de la sociedad.
El caso es que la interpretación que se hace de lo demoníaco resulta de mucho interés. Por una parte, se sigue los esquemas del modelo tradicional iconográfico. Boris Karloff, que parece la encarnación misma del príncipe del mal, está caracterizado con todos los gestos arquetípicos: un misticismo del que hace gala en gran parte de sus diálogos, así como un vestuario escogido a la perfección, con prendas negras e incluso pentagramas (que lleva durante el ceremonial del ritual satánico). Además va acompañado siempre de un gato negro, animal que como ya hemos comentado, siempre se ha visto asociado a Satanás. Por otra parte, aunque Ulmer describe los rituales satánicos a prisa y corriendo (en parte porque el metraje de la película supera por poco la hora de duración), parece representar los tópicos de la misa negra, ceremonia en la que supuestamente los satanistas realizaban una transfiguración de la misa cristiana, transmutando del revés todos los valores tradicionales. Así podemos comprobar que Karloff casi está representado como un cura trasnochado, que lee unas frases en latín, mientras está colocado entre dos cruces invertidas. Mientras tanto, una pandilla de acólitos encapuchados se reúne a su alrededor. Una visión que más que verídica, parece acercarse al entretenimiento que la gente pedía por aquellos años. La imagen romántica se impone antes que la verdad.
La modernidad del diablo la encontramos en la relación del personaje con la primera guerra mundial. Recordemos, que precisamente hasta el momento en que se rueda la película (1934) la primera guerra mundial había sido el episodio bélico más nefasto que había sucedido en todo el mundo. Pues precisamente en la película, que supuestamente está ambientada en una población europea, a nuestro personaje malvado lo vemos representado como responsable de gran parte de los desastres que se produjeron en ese territorio durante la primera guerra mundial. Lugosi nos cuenta que el personaje de Karloff tuvo un papel bastante oscuro en el conflicto (culpable de la muerte de diversas compañías militares) y además le acusa de haber construido su mansión en pleno cementerio de batalla. Sin duda el diablo también es culpable de los desastres del conflicto humano causado por la primera guerra mundial. Por otra parte encontramos un detalle más que interesante en la película, cuando Lugosi y Karloff deciden jugarse su destino a una partida de ajedrez. Este juego, que ya aparece en películas con unos intereses parecidos (no podemos más que pensar en el séptimo sello, la magnífica película de Bergman) resulta un enfrentamiento espiritual por el cual los dos personajes discernirán su verdad. Sin duda una pelea mucho más elegante que si los dos personajes hubieran llegado a las manos.
Desgraciadamente la película tiene errores garrafales e imperdonables. Especialmente de guión (por otra parte recordemos que la historia está basada en un cuento de Edgar Allan Poe). Resulta más que incomprensible la aparición de golpe y porrazo del criado de Lugosi, que aparece sin más en la película, así como la conversación que (y parece que sin quererlo) tienen la hija de Lugosi, encerrada a propósito en la mansión, y la mujer del escritor europeo, interpretada por Julie Bishop, que parece que se la encuentra por casualidad. El final sería una historia totalmente diferente, porque aunque nos muestra un destello de morbosidad muy avanzado para la época (Lugosi decide vengarse de Karloff y extirparle la piel allá mismo a base de bisturí), acaba cayendo en una resolución apresurada que por momentos llega a la comicidad.
La música, en líneas generales, también acaba estropeando parte de la película (pese a que aparecen composiciones clásicas de la talla de genios como Bethoveen). Su incisivo subrayado acaba casi interrumpiendo el diálogo de los personajes, y sólo en pocas ocasiones como en la que Boris Karloff toca Tocata y fuga del maestro Bach el tono de la película y la música van de la mano.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/18/satanas-the-black-cat/