En estas ocasión toca volar. Volar de verdad, con unos personajes inmersos en drogas, alcohol y sus terribles monstruos.
Un drama bien contado, con algunos baches que salva la presencia de Denzel Washington.

Aparece rellenito y con barriguita, como corresponde al comandante alcohólico que interpreta y que casi acaba con la vida de un centenar de personas al estrellarse el avión.
Un Denzel, casi a la altura del gran Albert Finney en Bajo el Volcán: eso sí que es un alcohólico, o aquel Nicolas Cage en Leaving Las Vegas. Personajes al límite que nos sitúan en la leve frontera entre la vida y la muerte aunque éste quizás sea menos intelectual y destructivo.
Un final optimista y de redención un juego de conciencias al estilo americano que cómo no, sigue dando lecciones y castigan a quien la caga.
Lo mejor: La entrada de John Goodman, el sofisticado camello, un chamarilero de las drogas, un vendaval con camisas de Hawai 5.0 que casi apaga a Denzel.
Lo peor: La insustancial conversación en las escaleras del hospital con el enfermo de cáncer. Bastaba con ver que era el lugar donde se unirían las historias del piloto y de Kelly Reilly la genial Yonki.
En resumen, bravo por Robert Zemeckis hay que seguir viendo sus películas, quien puede olvidar sus Regreso Al Futuro, o Forrest Gump. Es uno de los “más mejores amigos” del cine.

¿O no?

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