En un thriller de estas características los excesos no es que se paguen, sino que pueden valer, aún así, algunos aspectos se pasan ya, siendo el primero de todos ellos el de la presentación de la policía del FBI, una presentación de Angelina que como personaje podía haber sido más creíble si no se hubiera utilizado el rollo de poli inteligente y experta que viene a dar lecciones.

La policía canadiense lleva años persiguiendo a un asesino en serie. Viéndose incapaces de atraparle piden ayuda a los expertos del FBI. Hasta ahí, bien. Vale. Podían haber llamado a la Guardia Civil que son mejores, pero prefieren al FBI que son sus vecinos, bueno.
Lo lógico es que en ese momento uno espere que llegue una persona curtida, de edad avanzada, con muchos años de servicio y de experiencia en estos temas, con muchos cursos de psicología, de esto y de lo otro, etc, un policía del FBI de apariencia gris con pinta de oficinista y mala leche porque sus asuntos no son para andar de cachondeo, y que nada más llegar se ponga a estudiar todos los miles de hojas del expediente del asesino, pero... NO.
Envían a Angelina. A una mujer joven y guapa, que viene casi casi pasando del tema, a lucir su palmito, je. Normal que se mosqueen los polis canadienses, pero la culpa es suya, claro.
¿Pero qué experiencia y cuántos cursos científicos en la materia puede tener esa muchacha si la apariencia es de no llevar ni 5 años en la policía?

¿Por qué esa presentación? ¿Porque no sencillamente que ella es un agente de la policía recién incorporada a la Sección que lleva el caso? ¿Querían hacer propaganda a otros países de los efectivos servicios que pueden ofrecer los agente del FBI?

Esto me lleva a recordar aquella vez que un museo de Los Angeles pidió a unos colegas de Londres que les mandaran a un experto para que diera una conferencia sobre el cuadro de La Madre de Whistler, que acaban de adquirir, y van los cabrones y les mandan a Mr. Bean.
Pues igual. O casi igual porque Angelina está de mejor ver.